Pedro, la sonrisa del régimen
Sánchez, al más puro estilo Iglesias, defendió ayer eslóganes que bien pudieran pintarrajarse en los baños de la 'facul' o gritarse en una 'manifa' en Tirso de Molina
El mejor Pedro Sánchez, que fundiría cualquier detector de mentiras, se revindicó ayer en el Senado. Si copió una tesis doctoral y no mudó la color, si miente sobre los muertos en la pandemia, si ha colocado a todos sus amigos y correligionarios en las principales instituciones del Estado, si ha destrozado la separación de poderes, si va sin pudor de la mano de bilduetarras y separatistas por qué no va a sacar del baúl de los recuerdos a Rato, Matas o Zaplana, igual que desenterró a Franco en olor de ineptitud.
Una escapatoria para que nadie repare en la auténtica verdad y es que la sustituta del primero, Nadia Calviño, ha intentado enchufar, no hace quince años sino ayer, a su marido en un cargo creado exprofeso para su cónyuge en Patrimonio; o para tapar que la sucesora del segundo, la socialista Francina Armengol, fue pillada de fiestuqui en plena pandemia o que impone el catalán en las aulas y los hospitales baleares; o para que nadie recuerde que a Zaplana le ha sucedido como presidente un socialista, Ximo Puig, cuyo tesorero está siendo investigado por financiación ilegal y cuya vicepresidenta dimitió porque ocultó que su marido había abusado de una menor tutelada. Por no sacar a colación la minucia de dos presidentes del PSOE y decenas de consejeros y directores generales en Andalucía que han sido condenados y a algunos les espera ya la cárcel por los ERE, el caso de corrupción más grave de la historia democrática en España.
El Sánchez más real, el populista, volvió ayer de vocero de los libelistas que ha sentado en su Consejo de Ministros para que le formen sus arengas contra los de arriba, a los que ve cada vez más arriba dado lo bajo que ha caído él. Por eso es descacharrante que ayer, desde la tribuna del Senado, el presidente apuntara de nuevo a las empresas, a sus Consejos de Administración, a los consejeros delegados, a las élites, a los de arriba, sin percatarse que la posición más alta es la de la presidencia del Gobierno de la cuarta economía de la UE, de la que dependen los injustificables impuestos que pagan los de abajo, los precios del pan y la leche, los médicos que les atienden, los profesores que enseñan a sus hijos, la seguridad en las calles, la defensa de su territorio, la integridad de su país, el futuro de las nuevas generaciones, por no hablar del BOE o de los Presupuestos Generales del Estado. Sin olvidar el Falcon, plataforma que usa para codearse con los hombres con puro, con los poderes ocultos, los banqueros forrados ante los que luego pierde la dignidad para que se sienten con él al corro de la patata en Davos.
Sánchez, al más puro estilo Iglesias, defendió ayer eslóganes que bien pudieran pintarrajarse en los baños de la facul o gritarse en una manifa en Tirso de Molina. Como le recordó Feijóo, es suya la culpa de que Ione Belarra insulte al dueño de Mercadona, como antes hicieron en Podemos con Amancio Ortega (entre los dos empresarios superan el millón de empleos creados), curiosamente dos directivos que devuelven una buena parte de lo conseguido legítimamente con su trabajo a la sociedad, en forma de políticas corporativas y culturales o en alta tecnología médica para combatir el cáncer. Porque antes que Belarra, fue Sánchez el que señaló a Botín y Sánchez Galán.
No cuela esa preocupación sanchista por la desigualdad de España, él, que se apoya en los que quieren la supremacía de unos españoles sobre otros, cuando además ha convertido a nuestro país en el más endeudado de la zona euro, el único que no ha logrado recuperar el PIB prepandemia, lidera el paro en la UE y tiene a trece millones de españoles en riesgo de pobreza.
Ayer, el Sánchez más real nos vendía más trolas mientras inmortalizaba su sonrisa más chulesca. La nueva sonrisa del régimen.