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Pecados capitalesMayte Alcaraz

El pollo de Echenique

Es muy ridículo y perverso reducir a un aspaviento fascista el clamor de decenas de miles de ciudadanos

Actualizada 01:25

A Pablo Echenique Robba se le siente incómodo en España. A pesar de sus intentos por cerrar la boca de los periodistas, clausurar medios de comunicación liberales, chapar Mercadona o Zara (donde compran en masa las clases trabajadoras), contratar irregularmente a empleados, llamar violador a un asesinado sobre el que no pesaba condena alguna, hacer la pelota a la mujer de su jefe elogiando una ley infecta, resulta que la España que le acogió cuando tenía 13 años (hoy ya es cuarentón) para tratar su enfermedad degenerativa todavía es un país con autoestima, poca, pero la tiene.

Este fin de semana se le veía inquieto por denunciar jocosamente a los fotógrafos de prensa que cubrían la manifestación contra Sánchez y que no habían publicado fotos con símbolos ultraderechistas. Decía que «han tenido que trabajar duro buscando ángulos extraños y descartando cientos de tomas para que no apareciera la bandera con el pollo o cruces gamadas». Debe serle muy fastidioso que cuando él convoca a los suyos a una manifestación desde la golosa nómina pública, el rastro que dejan los que acuden es basura, mugre y vandalismo y que en la de Cibeles, convocada por el amor a España y el sentido común, solo quedara un agradable perfume de esperanza y de sociedad civil reclamando el país que le quieren despedazar y enarbolando la bandera constitucional. Sé bien que a Pablo le hubiera encantado ver en los periódicos contenedores quemados, mobiliario público arrasado y furgones de policía zarandeados, exactamente lo que ocurre cuando son los suyos los que protestan.

Es muy ridículo y perverso reducir a un aspaviento fascista el clamor de decenas de miles de ciudadanos, entre los que no había señores del puro ni representantes de poderes ocultos (que estarán en sus fincas recuperándose de las mentiras que oyeron decir a Sánchez en Davos), sino parados, oficinistas, comerciantes, autónomos, católicos, laicos, padres, abuelos, exvecinos de Iglesias en Vallecas, y actuales vecinos suyos del barrio de Salamanca, médicos y pacientes, tenderos y clientes. Ninguno iba portando no sé qué banderas ni con pollos ni con plumas a las que Echenique y los suyos se agarran para esconder lo que sí ocurre cuando sale a la calle la horda podemita: ahí sí resulta imposible que los reporteros no capten miles de hoces y martillos (exponentes de una ideología asesina), enseñas republicanas inconstitucionales, esteladas xenófobas, gente con pasamontañas (al más puro Otegi), y a partir de ahora esos cámaras podrán retratar a violadores y depredadores sexuales que se sumarán a las algaradas de Echenique, agradeciendo los servicios prestados por Irene Montero.

En Madrid, y pronto en toda España, se le tiene bien cogida la medida a los ultras de izquierda. Tendrá que trabajar un poquito más la imaginación, con vistas a las elecciones próximas, porque ya no cuelan ni las balas embadurnadas en tomate, ni las navajitas plateadas, ni las alertas antifascistas, ni los pollos ni los loros. Uno de los valores más sublimes del ser humano es el agradecimiento. Pablo Echenique vino a España con su familia porque su grave dolencia solo podía ser tratada con dignidad en un país tan bueno como España, tan solidario como España y tan igualitario como España. El peronismo que ahora encarna su amiga Cristina Kirchner no parece que le ofreciera demasiadas garantías para sobrevivir con su 88% de discapacidad, que gestiona con un tesón admirable, dicho sea de paso. Sin embargo, todo lo que ha devuelto Echenique a la sociedad que le recibió, sanó y respetó son paladas de hiel y resentimiento político, rayano en la vesania.

Los bolsonaristas que, según él, se manifestaron en Madrid le pagan sus tratamientos, la Seguridad Social que le hurtó a su asistente y los 9.041,62 euros que se embolsa al mes como portavoz parlamentario de su moribundo partido. Anteayer le dijeron lo que piensan de él sin levantar la voz, en unos meses se lo dirán a gritos en las urnas. Para entonces, igual sus admirados tiranos latinoamericanos le podrán hacer un sitio en sus envidiables regímenes.

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