El último bulo de Sánchez
Ha arriesgado la dignidad y el Código Penal de la cuarta economía de Europa por la expectativa de quedarse en el poder junto a una patulea de enemigos de España y pasar a la historia como el presidente que acabó con el problema catalán
Pedro Sánchez tiene una memoria corta y un cinismo largo. Cree que los españoles –los que le votan, esos insensatos que aplauden sus exequias, los únicos españoles que le interesan– van a olvidarse pronto de los violadores de niños salidos prematuramente de la cárcel o de los ongi etorri dedicados a ladrones de dinero público que lo usan para perpetuarse en el poder. Olvida que el horno de los españoles, que solo se calienta con frustración y miseria con un 16 % de inflación en los alimentos, no está para los bollos que él comparte con Junqueras.
Autoproclamado ibuprofeno para el procés, ya sabe a estas alturas que ha arriesgado mucho para nada. Los delincuentes independentistas no se beneficiarán de su reforma legal y sí otros corruptos. Por tanto, el peor escenario para Moncloa: después del desgaste, el desprestigio, la claudicación, sus socios seguirán en lo mismo, solo que más cabreados. Ha arriesgado la dignidad y el Código Penal de la cuarta economía de Europa por la expectativa de quedarse en el poder junto a una patulea de enemigos de España y pasar a la historia como el presidente que acabó con el problema catalán. También esto será otro bulo, como todos los que ha proferido.
El mismo objetivo estulto que su mentor Zapatero procuró con ETA. La banda no dejó de matar porque se hizo inesperadamente buena, sino que aparcó las pistolas (no el acoso ni la intimidación) por el trabajo de las fuerzas de seguridad y de los jueces y fiscales, primero, y después, a cambio de ser blanqueada por el PSOE a través de sus herederos y participar en la gobernación del país que vio nacer a los inocentes a los que disparó en la nuca. Diez años después, el separatismo catalán busca similares metas: esconder las armas políticas momentáneamente (ya solo un 4,2 % cree en la independencia), engordar su botín con el dinero que le entrega el Gobierno y repartirse el poder con el sanchismo, a la espera de que en unos meses puedan encender otra vez la mecha, seguramente con Núñez Feijóo de presidente.
Si a Sánchez los españoles lo mandan a su casa de Pozuelo de Alarcón, no olvidemos que lo que dejará será una montaña de escombros, pocas vigas maestras en pie, los restos de un edificio sin sustentación alguna y con sus socios, aquellos a quienes tanto plació, provistos de la mejor munición para dar un segundo golpe de Estado, esta vez sin el contrapeso del Código Penal y el ordenamiento jurídico para detenerlos. Es decir, volveremos a 2017, pero mucho más débiles que entonces, con los golpistas impunes, con el CNI compartiendo secretos oficiales con los Mossos y la Ertzaina y la economía subvencionada y endeudada hasta límites insufribles, un gasto público improductivo e ineficaz, con la inflación desbocada y una sociedad dependiente de los fondos europeos que el Gobierno no sabe ni gestionar.
Para entonces, Conde-Pumpido habrá consumado su destructivo proyecto. Y la nación más antigua de Europa tendrá una disparatada ley del aborto hecha para que las menores no tengan que consultar a sus padres, niños que serán niñas por la tarde y niñes por la noche, la cultura de la muerte y la eutanasia bendecidas por el tribunal de garantías constitucionales, una ley educativa sectaria forjando jóvenes vagos e iletrados y un país dividido e irreconciliable. La cosecha del hambre para segadores de calsots.