Ayuso en mi facul
La Complutense ya no es la universidad pública en la que había libertad de cátedra, donde tanto nos daba a quién votaba el profesor de Redacción Periodística o el de Teoría de la Información, donde solo importaba lo que nos enseñaban
Ayer una alumna, valorada la mejor de la última promoción de la Facultad de Ciencias de Información, dijo sentirse orgullosa de la Complutense y entonó un gaudeamus no al pensamiento y a la tolerancia, sino a su madre que le dio criterio; a lo que dicen las redes sociales; a los que se manifestaban fuera; al padre que no ha tenido pero, sobre todo, arremetió contra Isabel Díaz Ayuso y ridiculizó a sus compañeros que aplaudían a la presidenta. «Ayuso, pepera, los ilustres están fuera», gritó la estudiante en un alarde de elevada narrativa, de excelso estilismo, tan propios de una futura comunicadora audiovisual; quizá, su primer fundido a negro.
La tal Eli, con los ojos encendidos y el veneno del sectarismo inoculado por los de Podemos, que pronto colocarán de rector a Pablo Iglesias, se autoproclamó persona con criterio, como si las decenas de chicos que querían escuchar la alocución de la líder popular no lo tuvieran. Ya saben, en este régimen que sufrimos, los Echenique, los Monedero, las Eli y los que protestan (si son de izquierda), están facultados para expedir títulos de buen o mal universitario, de feminista o machista, de ciudadano libre o facha.
El acto se había organizado para entregar a Ayuso una distinción como exalumna ilustre de la facultad. No sé si los políticos, por el mero hecho de estar en el candelero, deben ser dotados de esa dignidad, ni siquiera sé si se debió hacer lo mismo con algunos periodistas que ya han recibido tal condecoración. Bueno sí lo sé: creo que también en esto la Universidad debe dejar de meter las manos en los pesebres políticos y mediáticos: más investigación y menos premios para salir en la tele.
Pero dicho esto, la universidad es un foro para escuchar, hablar y debatir. Escuchar a todos. Y cuando digo a todos digo también a Rosa Díez, Cayetana Álvarez de Toledo o Isabel Díaz Ayuso. Mujeres a las que las autollamadas feministas han injuriado y echado de las aulas magnas porque no forman parte de la corte de pagadas con dinero público que regenta Irene Montero. Con la seguridad, ahora, de que la nueva reforma universitaria del ministro Subirats, que ya está en el Senado, les va a amparar porque convierte en legal la colonización de la universidad por los fanáticos.
Los ilustres, como dijo la aguerrida Eli, probablemente no están en los Gobiernos ni en el Parlamento, ni en las redacciones de periódicos, teles y radios, están fuera, pero muy fuera, extramuros de las aulas que ella y los suyos tratan de monopolizar, incluso fuera de la Complutense, que ya no es la universidad pública en la que había libertad de cátedra, están fuera, muy fuera de nuestra Facultad de Ciencias de la Información, donde tanto nos daba a quién votaba el profesor de Redacción Periodística o el de Teoría de la Información, donde solo importaba lo que nos enseñaban, que era a discernir para luego poder ser ilustradamente críticos, los ilustres están fuera de ese campus donde antes todos escuchábamos con respeto, aunque lo que oyéramos no nos gustara. Era cuando a la facul se iba a estudiar para aprender, no a derribar gobiernos ni a intoxicar conciencias ni a imponer totalitarismo latinoamericano ni a aplicar el peor de los racismos: los que no son de izquierdas, fuera. Como se hizo ayer.
El periodismo está de luto. Sus profesionales se duelen de los sueldos, de los ERE, de la precariedad, de los despidos, del intrusismo, de la frivolidad, de las tertulias banales y de los sálvame gritones. Y si la profesión está herida, la fábrica de donde salen los periodistas no está mejor. La Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense es la decana de todas las facultades de Periodismo en España, y acaba de cumplir cincuenta años, entre la decadencia y el hastío, entre la manipulación y el escaso apego por la excelencia y el mérito. A tono con los tiempos.
Hace unos meses celebró su medio siglo con la asistencia de la Reina Letizia, otra ilustre exalumna, de maestra de ceremonias. Sonó Morricone en la triste fiesta de aniversario y algo nos pellizcó muy dentro a los que pasamos allí un lustro de nuestra vida. Porque la Facultad era el Cinema Paradiso de los que desgastamos las incómodas sillas de la cafetería más horas que las reglamentarias del aula, los que comimos sus insufribles menús baratos, los que dormitamos en su biblioteca ante la mirada sabia de sus libros. Periodismo guarda entre sus intersticios demasiadas lágrimas derramadas, demasiados amores de juventud, demasiados desvelos de padres humildes, orgullosos de que sus hijos tomaran el ascensor social para acceder a la universidad, demasiada entrega de profesores barbudos e inspiradores y demasiados alumnos remolones pero pletóricos de valores paternales de respeto y tolerancia. Los de ayer no nos representan porque, aunque haya mucho que reprochar a los gestores públicos, la Universidad está para cerner ideas, razonar y pensar, no para imponer la omertá o la ley del silencio al discrepante. Aun así, Eli, te dieron una nota y te prestaron un púlpito, no al revés, usa el criterio.
Lo visto ayer demuestra que también nuestros años universitarios deambulan tristes por el bulevar de los sueños rotos.