Descarada hipocresía
Aquí no hay corrupción ni ilegalidad alguna, pero sí un discurso insostenible desde el punto de vista de la ética, una mentira retransmitida en directo, cuando una líder no se aplica a sí misma los criterios que exige para los demás
Hace años que defiendo la inexistencia de diferencias de moralidad según ideologías, o que es susceptible de corromperse el de izquierdas y el de derechas, el nacionalista, el ecologista o el antiimperialista. Pero en lo que sí hay diferencias es en las percepciones sociales sobre la moralidad, y que explican la descarada hipocresía de la izquierda con Tito Berni o con Mónica García y la tranquilidad con que la exhiben sus autores. La izquierda vive aún de los rescoldos de la idea de su superioridad moral, basada en su supuesta defensa de los pobres y desvalidos frente a la elitista y privilegiada derecha, lo que justificaría mentiras y corruptelas varias, por aquello del bien superior de la lucha por los más necesitados.
En ese contexto puede suceder lo de Tito Berni en el Congreso, es decir, que los dos partidos del Gobierno y sus socios más extremistas, Bildu y ERC, impidan una comisión de investigación, cuando se trata de un grave caso de corrupción que afecta al propio Congreso. Y cuando llegaron a Moncloa con una moción de censura, decían, contra la corrupción. Un Gobierno legítimamente surgido de las urnas fue desalojado en nuestro país por la izquierda y los nacionalistas en nombre de la lucha contra la corrupción. Y aquello triunfó porque, previamente, la izquierda había logrado difundir con éxito la idea de que la derecha es intrínsecamente corrupta. No había datos que lo sustentaran, pero sí emociones que lo avalaron y un mundo intelectual y periodístico que lo difundió.
Desde entonces, llegó la sentencia de los ERE, el mayor caso de corrupción de España, o la sentencia del caso De Miguel, protagonizado por el PNV, el mayor caso de corrupción del País Vasco, y varios escándalos más del PSOE. Pero da igual, ni los protagonistas se inmutan, ni hay una movilización social y mediática por tanta evidencia de que aquella moción de censura fue una gran mentira. Una treta de Pedro Sánchez para ocupar el Ejecutivo con la ayuda de extrema izquierda y nacionalistas.
Es tal el descaro que hasta se ventilan el caso Tito Berni como si no fuera con ellos, y, además, lo convierten en el caso Cuarteles, y con el voto de Gabriel Rufián y Mertxe Aizpurua, defendiendo en perfecta sintonía al Gobierno y la corrupción de Tito Berni, que es de izquierdas. Como siempre, basta imaginar lo que ocurriría social y mediáticamente si el caso Tito Berni, con cocaína y prostitución incluida, hubiera partido de las filas de la derecha.
Y algo parecido pasa con la hipocresía de Mónica García, que pidió la dimisión de un consejero del PP por cobrar el bono social térmico, y que no dimite ella misma cuando se descubre que lo ha cobrado su propio marido. Aquí no hay corrupción ni ilegalidad alguna, pero sí un discurso insostenible desde el punto de vista de la ética, una mentira retransmitida en directo, cuando una líder no se aplica a sí misma los criterios que exige para los demás.
En Mónica García hay, además, una hipocresía política sustancial en el agudo contraste entre su discurso contra las élites y su propio estilo de vida, «a todo trapo», como le dijo Isabel Díaz Ayuso. Pero ahí sigue, lo mismo que Pedro Sánchez, porque una cultura política de la superioridad moral de la izquierda aún los sostiene, por muy crudos que sean los datos.