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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Por qué da miedo el viaje de Sánchez a China

Perder el 'oremus' por ver al patrocinador de Putin activa todas las alarmas democráticas y obliga a refrescar el episodio con Marruecos

Actualizada 01:30

La división de masajes tailandeses para Sánchez, siempre con final feliz, ha puesto a bailar las manos para aplaudir la agenda internacional del presidente, que busca en el extranjero el calor, o al menos el silencio, que no encuentra en la España del abucheo y el silbido, los dos sonidos que le acompañan en sus salidas a la calle cuando no le recrean un parque temático artificial en una pista de petanca o en un cafelito adolescente en Parla.

De entre todas las paradas de la gira, que se presenta como la de Kennedy en Berlín pero es la del bombero torero en su despedida, el orfeón sanchista ha puesto especial acento en la que le llevará a Pekín, narrada por María Jesús Montero con la misma falta de alipori desplegada por Leire Pajín, allá por 2009, para glosar el encuentro interestelar entre Zapatero y Obama, al final convertido en un plagio de la historia de los amantes de Teruel.

Pero más allá de la agotadora fanfarria de Sánchez, que va haciendo historia cada cinco minutos como un churrrero hace churros, el rollito primavera en cuestión deja en el aire algunas preguntas de cierta enjundia que, sin tener las respuestas, uno se atreve a formular, vistos los escandalosos antecedentes marroquíes del personaje, aún pendientes de aclarar.

Porque si a Rabat fue a entregarles el Sáhara, sin apoyo alguno de las instituciones del Estado, tras ser espiado su teléfono móvil personal y con la sensación de que pagaba con intereses nacionales sus facturas individuales, pegando un volantazo incomprensible a favor de quienes, según Europa, le investigaron, ¿no es legítimo temer que su agenda china encierre también algún objetivo inconfesable?

Para empezar, no es compatible derretirse ante Xi Jinping una semana después de que los Estados Unidos ataquen sin piedad el plan chino de supuesta pacificación en Ucrania, salvo que acuda allí con una misión encomendada por la Casa Blanca de la que nadie tiene constancia.

Tampoco lo es presumir de liderazgo europeo contra Rusia, aunque nadie se lo crea, y perder luego el oremus para someterse al principal paladín de Putin, cuando no su patrocinador.

Un dúo sobre el que pesan, además, razonables sospechas sobre su perverso interés en desequilibrar las democracias europeas, confirmadas en el caso de Moscú y su demostrado apoyo al separatismo catalán, y temidas en Estados Unidos hasta el punto de prohibir el uso en suelo americano de la célebre red social Tik Tok.

Xi Jinping ya vino a España, en visita oficial, al poco de tomar posesión la calamidad internacional que tenemos por presidente, convencido siempre de que se puede engañar todo el tiempo a todo el mundo: honrar al líder del Frente Polisario y postrarse con Mohamed VI; organizar una cumbre de la OTAN y mantener a medio Gobierno chavista; visitar a Zelenski y tener por socio a un partido que se niega en el Parlamento Europeo a ayudar a Ucrania y, finalmente, buscar con ahínco una foto de las Azores con Biden y viajar a China con un cargamento de vaselina por si acaso.

Todas las contradicciones de Sánchez han terminado, siempre, con un problema nuevo para España y una falsa solución que, como en el caso de Rabat, apenas es verborrea política y bisutería diplomática, sin otro beneficio para el país que el que él, a título estrictamente personal y desconocido para el resto, haya logrado sacar.

Así que la pregunta, más que oportuna, es imprescindible: ¿a qué va exactamente a China, señor presidente? La última que muchos le hicimos sigue aún, tantos meses después, sin respuesta: ¿qué le sacaron del móvil, señor Sánchez?

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