La cocina de María Jesús Montero
La ministra que confisca a todo el mundo en nombre de la Sanidad y la Educación tiene una cocina nueva para reforzar a tope el estado de bienestar
María Jesús Montero sostiene en público, en cuanto tiene un micrófono delante, que en España se pagan pocos impuestos. Y es firme partidaria de subírselos a Madrid, a la que acusa de ser un paraíso fiscal mientras se calla o beneficia a los únicos que, Gibraltar aparte, lo son en la península: el País Vasco y Navarra, que en pocas palabras tienen el doble de financiación per cápita que un madrileño, aunque disponen de una renta similar.
Las mentiras fiscales de la ministra de Hacienda, que hizo la pretemporada para arruinar España arruinando a Andalucía, son tan obscenas como fáciles de desmontar: nadie ha elevado en el mundo la presión fiscal tanto como España, a excepción de Eslovaquia y Corea del Norte, en los últimos años.
Y nadie como aquí confunde al respetable tanto para colarle gato por liebre: que la presión fiscal sea más baja en España que en Europa no significa que se paguen pocos impuestos; sino que la recaudación con arreglo al PIB es menor porque hay más parados, menos cotizantes y más economía sumergida.
Lo que indica cuántos impuestos pagan quienes pagan impuestos es el esfuerzo fiscal, desatado en España siempre, pero ahora con Sánchez en niveles confiscatorios. Y subiendo, gracias al mordisco en ciernes para pagar la desmedida revisión electoral de las pensiones, tan merecida para los jubilados como insostenible para las arcas públicas.
Todo ello lo sabe Montero. Lo sabe Sánchez también. Y lo saben igualmente quienes, por complicidad o ignorancia, cacarean sus consignas sin ningún respeto por la verdad, gratis o a cambio de una ostentosa remuneración que también sale del erario, ese saco sin fondo que alimenta el bienestar del estado en nombre, vaya estafa, del estado de bienestar.
Ahora hemos sabido, por El Debate, a qué dedica la propia Montero un pellizco de esa recaudación feudal que perpetran políticos como ella, siempre con los discursos de Robin Hood en la boca pero siempre, también, con los comportamientos del sheriff de Nottingham, una hermanita de la caridad al lado de la bulímica Hacienda española.
Casi 24.000 euros se ha gastado la ministra en ponerse una cocina nueva en una vivienda que no le cuesta un euro, como tampoco le supone coste alguno la inmensa factura de luz, gas, teléfono, agua, mantenimiento o IBI que cada hogar español soporta con sus ya debilitados riñones.
Montero tiene tres viviendas en propiedad, un local comercial y un garaje en Sevilla, gana 80.000 euros anuales como ministra y probablemente otros 2.000 euros mensuales extra como diputada; tiene chófer y coche oficial y es razonable pensar que otros gastos de comida, desplazamiento o combustible que al resto de los mortales le dejan tiritando la cuenta a ella no le preocupan porque los tiene cubiertos.
Y además, una cocina nueva, para calentar el café y, sentada en la bonita mesa recién estrenada, escribir en su cuaderno algunas ideas brillantes: «No es magia, son tus impuestos». Y decirle al atracado que todo es por su bien, que la sanidad y la educación están muy caras, mientras mira por el amplio ventanal del salón perfectamente climatizado a la espera de que una espléndida berlina ecológica la lleve al trabajo y pueda seguir salvando a España.
No debe ni cocinar un huevo en casa, con esos menús a cuatro euros en el Congreso y esos descansos sevillanos en fin de semana, pero se pone una cocina con todo pagado en el mismo país donde tantos no tienen ya ni para garbanzos.
Posdata. Quizá podían quedar una noche la ministra hacendosa y la vulnerable Mónica García. El lugar para el encuentro, y quejarse juntas de la malvada prensa, queda abierto: tienen más opciones residenciales que un fondo buitre. O buitra.