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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El cabo Bernabéu

Escribir que Bernabéu fue un asesino es más que una gravísima calumnia. Es de esperar una reacción judicial por parte del Real Madrid, y la expulsión inmediata del calumniador cobarde del programa de Pedrerol

Actualizada 01:30

Un tal Jota Jordi, del que me dicen que colabora habitualmente en El Chiringuito de Pedrerol, siguiendo instrucciones de quien le manda, ha calumniado con perversidad y vileza a don Santiago Bernabéu. Como además de calumniador es cobarde y para colmo, tonto de remate, ha intentado borrar la calumnia, pero sin éxito. Transcribo su texto: «Eran el equipo de Franco y su estadio lleva todavía el nombre de un cabo franquista, que ocupó y asesinó gente en 'Catalunya' –las comillas son mías–. Santiago Bernabéu». Y aporta un añadido «documental» –las comillas siguen siendo mías–. «Se alistó como voluntario a los 42 años en la 150 División, con fama de sanguinaria. Su unidad tomó 'Lleida' –no abandono las comillas– en abril de 1938». En Cataluña pasaron cosas muy extrañas en la guerra. El asesino de catalanes por definición se llamó Luis Companys, presidente de la Generalidad, y responsable del asesinato de decenas de miles de catalanes adversos a sus propósitos. El alférez del Requeté Antonio Mingote Barrachina, acompañado de un soldado asistente, ocupó en soledad Barcelona tres días antes de su liberación. Descendió del Tibidabo hasta la calle Muntaner, donde vivía su madre, doña Carmen Barrachina. Llevaba tres años sin abrazarla. Lucía en la boina la estrella de seis puntas de los alféreces, y en la calle fue vitoreado, si bien, algunos corrían como conejos al grito de «¡Han llegado, han llegado!». Cuando alcanzó la casa de sus padres, la portera se llevó un susto. «¡Antoñito! ¿Qué haces aquí?» «He venido a ver a mi madre». «Pues no va a ser posible. Tu madre está con tu padre, don Ángel, en Sitges». Y cuando lo narraba, manifestaba con toda naturalidad: «Con la misma cortesía que tomé Barcelona, la abandoné y me uní de nuevo a mi Compañía». Barcelona fue tomada por un alférez y un soldado, lo cual explica muy bien la heroicidad y el victimismo barcelonés. Y en Lérida, fue un cabo del Ejército, el cabo Bernabéu, cuarentón, el que ocupó la ciudad y como altísimo mando de las Fuerzas Nacionales se puso a matar gente, según el historiador Jota Jordi. Los cabos mandaban muchísimo en aquellos tiempos. Todo mentira. Todo podredumbre y odio. Todo asqueroso.

Bernabéu fue siempre liberal y monárquico. Y combatió, como millones de españoles, en el bando nacional porque no le apeteció luchar del lado de Stalin. Sus relaciones con Franco fueron respetuosas y distantes. El Real Madrid, después de la guerra, y en palabras del que sería ministro de Asuntos Exteriores Castiella, «era un nido de rojos». Bernabéu, con el apoyo de los socios del Real Madrid, se adelantó a los tiempos y construyó un estado para 105.000 espectadores. Y llenó el continente de contenido, creando el mejor equipo de fútbol de la historia. En un partido Real Madrid-Atlético –Atlético de Aviación, posteriormente de Madrid– se presentó en el palco el general Alonso Vega para «presidir el partido en nombre del caudillo» y ocupó el sillón presidencial. Bernabéu le dijo que, en el caso de que se presentara el caudillo, por respeto al protocolo, cedería su sillón a Franco, pero no al autodenominado representante de Franco. «Así, que ya sabe, mi general. Ese asiento es el mío y no se lo cedo». Cuando el Real Madrid disputaba un partido en Portugal, Bernabéu acudía con todo el equipo y sus directivos a «Villa Giralda», donde habitaba el Jefe de la Casa Real Española en el exilio, Don Juan De Borbón, Conde de Barcelona. Y esas visitas de adhesión al Rey de Derecho indignaban a Franco. El Barcelona homenajeó en 7 ocasiones a Franco. Y merecidamente. El jefe del Estado salvó al Barcelona de la quiebra y le permitió construir su nuevo estadio, ordenando la recalificación de los terrenos del viejo Las Corts, y poniendo a disposición del club toda suerte de ayudas oficiales. «El estadio madridista lo construyeron, a partes iguales, los socios y Di Stéfano». Creó la Copa de Europa con «L Équipe», y aquello tampoco gustó en El Pardo. Por sus manos decentes pasaron miles y miles de millones de pesetas durante su extensa presidencia, y ninguna de ellas se alojó en su bolsillo. Su lujo era un bote de pesca ,«La Saeta Rubia», con fondeo en Santa Pola. Al fallecer don Santiago, la Junta Directiva acordó regalar a su viuda, doña María Valenciano, un aparato de televisión en color, que Bernabéu no pudo proporcionarle. No tenía un duro. Agustín Domínguez, secretario general del Real Madrid, me informó que ese regalo fue de los directivos, no del club. En su últimas voluntades, prohibió que ni una sola peseta del Real Madrid se destinara a su viuda, a la que había dotado de un plan de pensiones. Y ordenaba a doña María que todos los objetos que le fueron dados en diferentes homenajes por su condición de presidente del Real Madrid, los entregara al club sin excepción alguna.

Bernabéu fue –entiendo que en la Cataluña de hoy no se le comprenda– un hombre rigorosamente honrado, además de un genial presidente. Y no mató a nadie, a no ser que fuera del disgusto. Como reconoció Churchill, «España tiene dos maravillas que envidio sin medida. Su maravilloso Mediterráneo y su invencible Real Madrid». Murió en la pobreza el presidente más grande del futbol mundial, que por otra parte, fue una extraordinaria persona, un hombre bueno que sólo se enfurecía cuando el Real Madrid era insultado, vejado o injustamente tratado.

Escribir que Bernabéu fue un asesino es más que una gravísima calumnia. Es de esperar una reacción judicial por parte del Real Madrid, y la expulsión inmediata del calumniador cobarde del programa de Pedrerol.

Sin lamentaciones, porque no se quedará en la calle.

Su delito, no haber robado jamás.

No merece su memoria la repugnante calumnia de ese individuo, saco de envidia y odio.

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