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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Rita-Reyes-Roberto, de Madrid al cieno

Por mucho que Ortega Smith intentara marcar distancias con el PP, es evidente que Vox nunca se podría permitir impedir que la derecha siguiera gobernando el Ayuntamiento y franquear el paso al «trío del apocalipsis»

Actualizada 12:49

En el debate electoral para la Alcaldía de Madrid, que moderó con la maestría acreditada el gran Víctor Arribas, los madrileños pudimos constatar a quién compraríamos un coche usado y de quién no lo recibiríamos ni regalado. Los oferentes en los debates suelen recordarnos a aquellos vendedores callejeros de El Rastro con su letanía «y no lo doy ni por diez, ni por cinco, ni por dos, lo doy…»; o su versión, mucho menos poética, del mantero de ahora –«bonito barato»– y lo que nos deparan son mensajes de brocha gorda y un regusto de mercadillo barato con propuestas que muchas veces no cumplen, pero tienen la virtualidad de reflejar el nivel de los contrincantes y la masa crítica que los sustenta. Detrás de los seis atriles se colocaron dos modelos de entender Madrid: uno basado en la libertad, la protección de las familias, la persecución de los delincuentes, el impulso por el desarrollo urbanístico sostenible, el incentivo para el emprendimiento y, en general, en la política para adultos; otro fundado en las fracasadas recetas intervencionistas de la izquierda, el aval institucional a la okupación, el histerismo climático, la imposición del credo de las minorías sobre las necesidades de las mayorías, la economía subvencionada, el despilfarro público frente a la iniciativa privada y una inclinación antropológica por el delincuente frente a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado.

Allí estaban tres feministas de pacotilla que dicen defender a las mujeres y concursan en un Gobierno que ha soltado por centenares a los violadores y pederastas que las atacan. Rita Maestre, de profesión asaltacapillas y espejo virtual de Tamara Falcó, y Roberto Sotomayor, un deportista de élite devenido en gudari de Pablo Iglesias, tienen en sus listas a dos sujetas especializadas en agresiones varias. La número tres de Rita Falcó es Lucía Lois, una activista okupa de Patio Maravillas, que en tiempos de Manuela Carmena defendía asaltar por la fuerza las casas ajenas como una «actividad legítima en una ciudad sana». Y Sotomayor, además de señalar a Ana Rosa Quintana, en el más puro ejercicio fascista y querer demoler el Arco del Triunfo de Moncloa, comparte ticket electoral con Alejandra Jacinto, una individua que, como le recordó Begoña Villacís, la acosó cuando estaba a punto de dar a luz en la pradera de San Isidro, con los peores métodos totalitarios.

Pero peor que los hermanos separados al nacer Rita y Roberto, fue el papel de Reyes Maroto, elegida por el Gran Timonel Sánchez para encaminarse al precipicio, donde le aguardan Miguel Sebastián, Cristina Almeida, Pepu Hernández, Ángel Gabilondo, Trini Jiménez, y todos los caídos autonómicos y municipales del PSM desde que Juan Barranco, un buen alcalde que sucedió a Tierno Galván, firmara el epitafio socialista en la capital, seis años antes de que lo hiciera Joaquín Leguina en la Comunidad. La sumisión de los ministros y corifeos de Sánchez es patológica y solo esa pulsión casi freudiana puede explicar que la exministra de Turismo, cuya gestión sobre nuestra primera industria es ignota, haya aceptado quemarse ante la diosa Cibeles como tributo a un jefe que la desprecia tanto como odia a Madrid. Quiso revestirse de jefa de la oposición de Almeida, pero Rita le comió la tostada, augurando que Más Madrid podría seguir por delante del PSOE, tal y como hizo Mónica médico y madre en la comunidad. Ese sería otro éxito arrollador del fracasado concejal madrileño Sánchez Castejón.

Por mucho que Ortega Smith intentara marcar distancias con el PP, es evidente que Vox nunca se podría permitir impedir que la derecha siguiera gobernando el Ayuntamiento y franquear el paso al «trío del apocalipsis», como llamó el actual alcalde a Rita-Reyes-Roberto. Es incomprensible que PP y Vox no hayan aprobado el presupuesto municipal y dado esa baza propagandística a los embajadores de Sánchez en el Ayuntamiento. Madrid merecía más altura de miras. Y un último apunte para Begoña Villacís, una buena política, pero excesivamente pagada de sí misma: ponerse estupenda contra Vox, cuando le debe su puesto de vicealcaldesa, es el camino más corto para que los electores de la derecha en Madrid la manden al olimpo de los fracasados, donde desgraciadamente la esperan Albert Rivera y, quizá muy pronto, Inés Arrimadas.

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