Coalición por Melilla, coalición con Sánchez
El partido sospechoso de intentar amañar las elecciones es otro socio del PSOE, del Frente Popular de Yolanda Díaz y quizá de Mohamed VI
Cuando parecía imposible empatar siquiera la alianza del PSOE, Podemos y toda la patulea que rodea a Yolanda Díaz, Ada Colau o Médica y Madre con Bildu y sus 44 candidatos etarras; el Frente Popular de Judea que es la izquierda española lo ha conseguido.
No logra alcanzar ese hito filoetarra repugnante, que resucita todo el proyecto político de ETA y lo blanquea por mucho que se aferren al fin de la violencia como deplorable excusa, pero se le acerca: asociarse con un partido sospechoso de intentar amañar las elecciones en Melilla, encabezado por un tipo condenado en firme hace apenas dos años por hacer eso mismo, de la mano del PSOE, ya en 2008, tiene el mismo pase que convertir a Otegi en vicepresidente oficioso del Gobierno.
Porque Coalición por Melilla ya tenía un historial de orinar y no echar gota antes de que se convirtiera en aliado de esa cosa infinitamente cursi presentada como el «Pacto del Turia»: la asociación de lo mejor de cada casa para frenar, cómo no, a la ultraderecha.
El tal Mustafá Aberchán salió del PSOE, se escindió de él pero siguió pactando con él desde su nuevo partido; se apoyó en el GIL de Jesús Gil para llegar a la Presidencia de la ciudad autónoma; volvió a coaligarse con los socialistas o con Izquierda Unida y, ya condenado por tramar un obsceno pucherazo, se sumó a la foto con Ada Colau, Joan Baldoví, Íñigo Errejón, Médica y Madre y, por tanto, Yolanda Díaz.
Solo le faltan ETA, porque le pilla lejos, y Pablo Iglesias, que se abrazaría encantado con él de no ser porque a Podemos le tienen aún más manía que al PP o a Vox y lo quieren enviar al tanatorio político nacional.
Con ese bagaje siniestro le aceptaron, como también a Fátima Hamed, la Aberchán de Ceuta, la promarroquí e islamista que se pasea con velo entre aplausos de las dirigentes políticas españolas que luego presumen más de feministas pero toleran, babeando, un símbolo de la opresión de la mujer si la oprimida les ayuda en las urnas.
El retrato que hace el caso de Melilla de la izquierda española es demoledor y entierra, además, su zafia estrategia de utilizar a Vinicius para montar el relato contra la «ultraderecha» de aquí a las elecciones generales, con desigual intensidad según se esté en Madrid o en Valencia, donde el racismo se condena un poco menos no sea que se enfaden los valencianos y manden a la izquierda a la oposición por insultarles como el cretino de Lula da Silva.
Porque si la coalición con un delincuente condenado es un gancho más en el mentón electoral de Sánchez, que va pidiendo ya la hora y escucha un réquiem allá por donde pasa, las ramificaciones del caso lo elevan a una gravedad con pocos precedentes: no solo se trata ya de un pucherazo, sino también de las posibles andanzas de Marruecos en las dos ciudades autónomas españolas en el norte de África.
Porque de ser cierto que Mohamed VI está de un modo u otro detrás de las conjuras electorales y que sus submarinos políticos en Ceuta y Melilla son blanqueados por el PSOE con la misma impudicia que Bildu en el País Vasco o ERC en Cataluña, la sensación de que Sánchez también debilita a España por el Sur y se la entrega a sus enemigos será ya incontestable.
El tipo que regaló el Sáhara a Rabat apenas unos meses después de ser espiado por la Inteligencia marroquí, como ha hecho con Navarra y la marca blanca de Batasuna, no es el más indicado para defender ahora la integridad española de Ceuta y Melilla, otros dos rincones de España zaheridos por la infumable subasta sanchista.