El cordobés manchego
Gran articulista, autor teatral de más éxito que hondura, buen poeta, conversador único, novelista excesivo, y personaje en toda la regla
Llevaba quince años retirado en su Fundación. No soportaba mostrar su decadencia estética. A los 92 años de permanente mala salud, se nos ha marchado Antonio Gala. Fuimos grandes amigos. Yo era un escritor emergente y Antonio un escritor consumado. El noventa por ciento de sus lectores, mujeres, y un gran número de condesas, marquesas y duquesas entre ellas. Articulista, ensayista, guionista –formidable– de televisión, autor teatral y poeta. Pero en lo que no tenía quien se le acercara era en la conversación, la distancia corta. De la Cofradía del Puño. Había ganado la primera edición del «González-Ruano», concedido por la Fundación Mapfre con su artículo publicado en Sábado Gráfico con el título de «Los Ojos de Troylo». Troylo, un téckel de pelo duro, era su gran amor y se estaba quedando ciego. Un texto prodigioso. Para celebrarlo protagonizó un milagro. Convidó a cenar en Zalacain a un grupo de amigos. La primera cena que pagaba en su vida, según Eugenio Suárez, director y editor de Sábado Gráfico. Los invitados fuimos Eugenio Suárez, Álvaro Cunqueiro, Néstor Luján, Antonio Mingote, Luis Ecobar, Juan Antonio Vallejo-Nágera, y «el niño», que era yo. El único que queda por aquí. Nos confabulamos para pedir los platos más caros. En mi caso, una ensalada de bogavante y un Búcaro reforzado. El Búcaro de Zalacaín llevaba, dentro de una sabrosa gelatina, dos huevos de codorniz , salmón ahumado y una generosa cucharada de caviar iraní. Si se pedía reforzado, ya servido, se añadía otra cucharada de caviar al gusto del consumidor. El vino lo eligió Álvaro Cunqueiro, el inconmensurable fabulista gallego, aquel que escribió que los 100 años de soledad de García Márquez hubiese ganado mucho de titularse «25 años de soledad». Que le sobraban al libro las soledades de 75 años. El vino, un Borgoña carísimo, que Custodio, el sumiller de Zalacaín trató con un mimo exquisito. Antonio nos miraba y hacía cálculos de factura. Y finalmente, sin levantar la voz, sentenció: «Más que amigos, sois una banda de forajidos». Un año más tarde, Antonio pidió un aumento considerable por sus colaboraciones – Texto y Pretexto–, en Sábado Gráfico, Eugenio no lo aceptó y dejó de escribir en dicho semanario. Me pidió Eugenio que intercediera. Llevé a Antonio hasta la sede de la revista, y Eugenio nos recibió inmediatamente. Sacó una pistola del cajón de su mesa. «Mira, Antoñito, si decides no volver a escribir en Sábado Gráfico te va a pasar lo mismo que a esa figura de la estantería». Y apretó el gatillo. La figura se hizo añicos y entraron horrorizados por el ruido del disparo todos los redactores de Sábado Gráfico y El Caso. Antonio le prometió que volvería a escribir su página, pero no cumplió su promesa. Una bala pasó entre su cabeza y la mía.
Antonio era el éxito. Le pregunte un día por qué ninguno de sus personajes teatrales tenía su talento. «Porque de darles a mis personajes mi talento, pueden terminar devorándome». En una cena en casa de Joaquín y Juliana Calvo-Sotelo, la pareja –por aquel entonces– de Fernando Díaz-Plaja le formuló una pregunta inoportuna. «Antonio, ¿estás de acuerdo en que Fernando, mi marido, es el escritor más guapo de España?»; La respuesta, en un segundo. «No. Porque Fernando no es guapo, ni es escritor, ni es tu marido». Así las gastaba.
Su poeta –no podía ser otro– San Juan la Cruz. Ramón Gómez de la Serna le habría prohibido formar parte de la tertulia del Pombo porque se lo habría merendado. En la charla era invencible. Fue cartujo en Jerez, y expulsado por enamorarse de un colega del silencio sonoro. Gracias a un general amigo de su padre, se libró en el Servicio Militar de ser juzgado –era alférez del IPS– por acosar a un soldado que servía en la residencia de oficiales. Jamás perdonó a frailes y soldados. Su interpretación de la Semana Santa de Sevilla, portentosa. Porque Antonio Gala era un andaluz de la cabeza a los pies nacido en la manchega Brazatortas. «Soy un cordobés nacido en Brazatortas, y punto final».
Cuando nació Bosco, mi hijo mayor, envió a Pili, mi mujer, una carta preciosa, muy extensa, con aquella letra de grafía puntiaguda que apenas dejaba espacio, para ahorrar, entre palabra y palabra. Y me llamó. «¿Cómo es el niño?»; «Guapísimo, Antonio, como su padre»; «probablemente, porque yo al padre no lo conozco».
Se enamoró de un militante anti-OTAN cuando el Refrendo de ingreso en la Organización Atlántica. Y habló en un mitin. Antonio, que era un maravilloso conversador, no estaba preparado para soltar memeces en una manifestación multitudinaria. Se lo dije. «Eso no va contigo». Se enfadó y me la guardó durante años.
Pero me siento un privilegiado por haberlo tenido de compañero de páginas y amigo. Gran articulista, autor teatral de más éxito que hondura, buen poeta, conversador único, novelista excesivo, y personaje en toda la regla. El andaluz manchego, el cordobés de Brazatortas, un renacentista. Que San Juan de la Cruz le guíe hasta la luz.