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Pecados capitalesMayte Alcaraz

El beso del demonio

Sánchez ha demostrado que la izquierda española es muy, pero que muy agradecida, y sella sus acuerdos besando al demonio

Actualizada 01:30

Pedro Sánchez es uno de los políticos con menos sentido de Estado que ha pisado la escena pública española y hace unas horas ha vuelto a demostrarlo. Como presidente de turno de la Unión Europea le tocaba recibir, junto a Ursula von der Leyen y Charles Michel, a la representante de la dictadura venezolana, la vicepresidenta Delcy Rodríguez, una sujeta que es considerada persona non grata por la UE «por menoscabar la democracia y el Estado de derecho» en su país. Los otros dos responsables europeos se limitaron a saludarla diplomáticamente, probablemente con la nariz tapada ante su criminal historial (que la hubiera conducido a una detención segura si no fuera por la inmunidad diplomática de la que goza), pero nuestro presidente fue más allá, colocándole dos besos infames, teniendo en cuenta que la tal Delcy es una vieja conocida de la afición española.

Recordamos todos que protagonizó uno de los más graves escándalos del sanchismo cuando el 20 de enero de 2020 aterrizó en Madrid y se reunió con el entonces ministro Ábalos en secreto. De su avión salieron 40 maletas que se quedaron en España sin que nunca hayamos sabido qué portaban y de qué hablaron los dos dirigentes durante las 20 horas que el avión venezolano permaneció en la T4 de Barajas. El Gobierno de Sánchez no solo ocultó la cita, sino que dio hasta diez versiones diferentes. Meses después, Ábalos fue defenestrado, pero sin una sola explicación sobre ese sospechoso y clandestino encuentro. Este episodio es, junto al cambio de criterio respecto al Sahara, la demostración palmaria de la falta de responsabilidad de este Gobierno en la que era hasta el momento una materia de consenso político.

Nicolás Maduro envió a su vicepresidenta como un auténtico pulso a la Unión Europea y para reivindicar su tiranía, tan querida por el Gobierno de coalición español. En esa extraordinaria relación debe inscribirse la efusividad con la que Sánchez recibió a la líder bolivariana, días después de que su régimen haya inhabilitado políticamente a Maria Corina Machado, favorita en las primarias-pucherazo de octubre. La izquierda española tiene un complejo histórico con las dictaduras comunistas latinoamericanas: considera que tienen que ser su referente, a pesar de que lo que han generado entre su población ha sido, junto a la anulación de la libertad y la democracia, pobreza, miseria y destrucción. Y de entre todas esas satrapías, Venezuela ocupa un lugar privilegiado, con Cuba pisándole los talones y ahora la Nicaragua de Ortega.

Podría parecer que Pedro Sánchez ha inventado esa vinculación especial con la tiranía de Caracas, pero no es así. Todo esto comenzó cuando Zapatero, de la mano de José Bono, estableció un primer y provechoso contacto con Hugo Chávez. De ahí nació la insana relación de una democracia europea con una dictadura bananera que fue profundizándose a medida que Zapatero, ya expresidente, establecía una vergonzosa conexión con el nuevo dictador, tras la muerte de Chávez, lo que le ha reportado pingües beneficios. Es el anterior jefe del Gobierno, hoy un auténtico conseguidor para empresarios sin escrúpulos, el que conecta a Nicolás Maduro con Pedro Sánchez y a Delcy Rodríguez con José Luis Ábalos. Qué decir además de los business hechos por los líderes podemitas, con Iglesias y Monedero a la cabeza, con el dinero robado por esa narcodictadura.

Sánchez deja tirados a los líderes latinoamericanos o a los periodistas en Bruselas para irse de mitin en un intento desesperado por arreglar lo roto, pero ha demostrado que la izquierda española es muy, pero que muy agradecida, y sella sus acuerdos besando al demonio.

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