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La gran mentira del 'progresismo'

En plena revolución tecnológica, los guardianes de la modernidad nos tienen respondiendo preguntas que de tan antiguas parecen broma: «¿Qué es una mujer?»

Actualizada 01:30

A falta de un candidato que se haya fotografiado junto a una vaca, el debate a tres de Televisión Española está siendo por mucho el momento más hilarante de lo que va de campaña, además del que mejor refleja el nivel de nuestra conversación pública.

De todo cuanto ocurrió en Prado del Rey este miércoles, excepción hecha de la carantoña de Yolanda Díaz al moderador Fortes, el hito más memorizable de la retransmisión, que no memorable, fue cuando Santiago Abascal hizo la siguiente pregunta al consorcio Díaz-Sánchez: «¿Qué es para ustedes una mujer?». El interrogante podría salir perfectamente en un examen de Conocimiento del Medio, pero incomodó visiblemente a Yolanda Díaz porque sabe que el neofeminismo hace aguas en lo más elemental: no sabe a quién defiende y para colmo ha sacado de prisión a un centenar largo de violadores.

La pregunta evidencia el deterioro del mal llamado ‘progresismo’. En plena revolución tecnológica, los guardianes de la modernidad nos tienen respondiendo interrogantes que de tan antiguos parecen broma. En España hemos padecido un ‘progresismo’ que consiste en explorar presuntos derechos que no figuran en ningún ordenamiento jurídico, que solo reclama una minoría ruidosa y que, a menudo, van contra la razón y la ciencia. Ocurre con bastante frecuencia: los que tachan de negacionista al discrepante son los que luego niegan que la vida comienza en el momento mismo de la concepción, que es algo tan incontrovertible como que la Tierra es redonda.

El desplome de la izquierda radical (pues llamarlo ‘progresismo’ sería incorrecto) es una consecuencia natural de las tesis asumidas en todo este tiempo. Mientras la gente común anhelaba empresas fuertes, más empleo y, por extensión, mejores sueldos, el podemismo y sus escisiones se han perdido en debates que solo dan de comer a quienes los promocionan con el dinero de todos.

Como elector joven, con mucho por vivir y casi todo por pagar, me hubiera gustado ver a mis representantes hablando de otra cosa. Hubiera preferido saber cuál es el plan para que España deje de encabezar las estadísticas de paro y pérdida de poder adquisitivo. O qué se puede hacer para que los trabajadores del sector privado no cobren un 30 % menos que los empleados del sector público, una grieta que está creando una generación ansiosa de opositores carentes de vocación en muchos casos. Incluso, puestos a pedir, hubiera estado bien saber cómo podemos hacer viable nuestro sistema de pensiones.

Es decir, hablar de progreso real, y no del ‘progresismo’ trucho que nos ha traído hasta aquí.

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