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Pecados capitalesMayte Alcaraz

El tahúr de Tetuán lo intentó en Zarzuela

Al final, el Rey cumplió con su deber y no se dejó envolver por el tahúr de Tetuán, el mismo que se presentó sin apoyos en 2016

Actualizada 01:30

Pedro Sánchez nunca defrauda: cuando se trata de ser desleal, ahí está él en primer tiempo de saludo. Aunque sus voceros trasladaban a primera hora de ayer que no iba a poner en aprietos al Rey y que no se iba a abrir paso a codazos contra el ganador de las elecciones para acometer la sesión de investidura, el perdedor de los comicios hizo justo lo contrario. Comprometió al Rey, le tendió una celada para erosionar su figura y dejó el campo expedito para que sus futuros socios le critiquen por optar por Feijóo frente al candidato preferido del soberanismo, Su Persona, el que va a malbaratar el Estado para contentarles en cuanto revalide el cargo. Los 800 asesores que tiene en Moncloa le habían preparado todo tipo de fichas sobre los distintos escenarios que se planteaban y todo parecía indicar que los gurús monclovitas habían desaconsejado dar ese paso. Pero Sánchez tenía que dañar al sistema, su objetivo mayor, y además convocar una rueda de prensa impidiendo que los medios no amigos le preguntaran por su emboscada a Felipe VI.

Al final, el Rey cumplió con su deber y no se dejó envolver por el tahúr de Tetuán, el mismo que se presentó sin apoyos en 2016, después de la espantada de Rajoy, con 130 escuálidos votos (cuarenta y dos menos que hoy el PP), los de su partido y los de Albert Rivera, y con 219 escaños en contra. Lo más enternecedor es leer cómo alguno de sus medios afines titulaba ayer que Sánchez no se iba «a oponer» a que Feijóo intente la investidura. Es decir, un candidato se arroga el derecho a decirle al jefe del Estado lo que tiene o no que hacer por encima del mandato constitucional, un candidato que por el momento solo ha reunido 152 votos, los suyos y los de Sumar, aunque la expectativa que la subasta que ha abierto el presidente en funciones permite canjear votos por cesiones nucleares. Pero para eso habrá que esperar a que Puigdemont le perdone la vida al líder socialista. El forajido es de los de más vale un felón a mano que cientos de expectativas electorales volando.

Puede que a estas alturas Alberto Núñez Feijóo, que ayer estaba especialmente nervioso, ya no tenga claro si subirse a la tribuna en una investidura que tiene perdida, por mucho que despliegue la moral del alcoyano con el siempre traidor PNV, le va a reportar muchos beneficios. Quizá tácticamente no: es evidente que someterse a una somanta de palos de la izquierda y de sus terminales mediáticas no es el mejor plan para acabar el verano. Pero hay cosas que deben hacerse por sentido del deber. Y que el líder del PP cuente a los españoles solemnemente qué España quiere y, sobre todo, qué España no quiere, que es la que va a deconstruir Pedro Sánchez con los enemigos de la nación, merece trascender a los deseos partidistas. Ayer lo explicitaba: ponerse a disposición del jefe del Estado «es cumplir con mi deber», deber contraído con los once millones que refutaron al socialista derrotado, y que de rehusar el encargo se hubieran sentido huérfanos. No podía hacer un Arrimadas o un Rajoy en 2016. Hubiera sido su muerte política.

Muy importante también que pusiera en valor los 33 escaños que Vox le va a prestar en esa investidura, superando el inexplicable enfrentamiento que protagonizaron ambos partidos en la elección de la presidencia de las Cortes. Sin Abascal, hoy por hoy, no hubiera podido abordar la sesión. Ahora asistiremos a una investidura fallida del presidente del PP. Tiempo que aprovechará Sánchez para convencer a sus costaleros de que habrá ley de amnistía llamada de otra manera, que los separatistas se irán de rositas, encabezados por Puchi y la procesada por corrupción Laura Borrás. Y después de eliminar los delitos solo quedará una cosa: legitimar los objetivos. Es decir, permitir un referéndum (consulta la llamarán) para la autodeterminación de Cataluña. Y luego para el País Vasco.

Por eso, Feijóo debe recordar a los españoles desde la tribuna del Congreso que otra España es posible, afianzar su liderazgo y poner en marcha el reloj para darle a Sánchez dos meses de plazo máximo para sus enjuagues.

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