El problema no es Puchi, es Pumpido
Las leyes, todo nuestro ordenamiento jurídico, en la doctrina de Cándido, son interpretables y los tribunales tienen que ser permeables al mando del Gobierno y adaptar los criterios jurídicos a la estrategia de los despachos
Decía el otro día mi admirado Joaquín Leguina que es mucho más peligroso para España Conde-Pumpido que Puigdemont. No le falta razón porque con ser gravísimo que una democracia europea vaya a situar de árbitro de su futuro político a un prófugo de la justicia –y luego nos llevamos a la cabeza con los problemas judiciales de Trump, que por lo menos se presenta a las citaciones–, el susodicho Puchi nunca levantaría el pulgar sin tener la garantía de que el Tribunal Constitucional, último intérprete de nuestra Carta Magna, vaya a permitirle romper España y de paso, irse de rositas. Para ello, Pedro ha puesto al mando al más fanático de sus peones, Cándido: él tendrá la última palabra cuando se recurra la ley de amnistía que, a buen seguro, impulsará el Gobierno con sus secuaces. De hecho, el veraneante en Marraquech ya le reclama para que vuelva y vulnere la decisión de la sala de vacaciones del TC y admita el recurso del fugado. Pumpido y la Fiscalía son las mejores armas de Su Sanchidad, incluso en pleno mes de agosto.
El soldado Conde-Pumpido disipará este verano todas las dudas de Puigdemont para apoyar la investidura del líder socialista. El forajido no tiene más que mirar el currículum del presidente del TC para saber que no se dejará vía por explorar para satisfacer la factura que pase al cobro Puchi y los demás separatistas. El exfiscal general del Estado es la pieza maestra sobre la que reposa el proyecto disolvente del sanchismo. Sin él, la claudicación socialista sería imposible. Con él, todo lo es, incluida cualquier «fórmula imaginativa» para que en Cataluña se celebre un referéndum, llamado con otro nombre probablemente, gracias al cual una parte de los españoles decida por el resto y se culmine la quiebra de nuestro país, bajo las trampas del «país de países», la «nación de naciones» o la «plurinacionalidad».
Hasta ahora ha habido una mesa de diálogo con los separatistas que ha dado frutos bien maduros: el indulto para los golpistas, la rebaja de la malversación y la desaparición del Código Penal del delito de sedición. El jefe del TC tiene ahora el encargo de encajar el chantaje soberanista en una consulta, que sirva además para que Bildu y el PNV también se sientan pagados. Mientras tanto, los etarras han ido acercándose al País Vasco donde Urkullu guarda las llaves de las cárceles para abrirlas lo antes posible. Es una película a la que solo le falta el desenlace.
Cuando ese referéndum se celebre, Pumpido habrá culminado la gran obra que arrancó en 2006, cuando se pasó la decencia jurídica por el forro de su toga, a la que manchó con el polvo del camino para deponer las armas democráticas ante Otegi y convertirlo en el hombre de paz de Zapatero y en el sostén de la gobernabilidad de Sánchez hoy. La aberración es sideral: el defensor de la legalidad, encargado entonces como fiscal general de acusar a los delincuentes, pisoteó su deontología profesional para mirar hacia otro lado.
Las leyes, todo nuestro ordenamiento jurídico, en la doctrina de Cándido, son interpretables y los tribunales tienen que ser permeables al mando del Gobierno y adaptar los criterios jurídicos a la estrategia de los despachos, como en los regímenes bolivarianos.
El mejor jugador de Sánchez sabe que tiene que tener cintura de extremo izquierdo para rematar cualquier balón que le lance el jefe, como permitir que las niñas aborten a espaldas de sus padres, que los menores se cambien de sexo con solo visitar el registro o que Puigdemont pase un ratito por el banquillo (o ni eso) y pueda celebrar la navidad en su pueblo gerundense, donde los constitucionalistas podrán corear en fin de año lo de «Castejón, que te vote Puigdemont». Y no se equivocarán.