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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Rufián prefiere Madrid que los lunes al sol

Resulta extraño que alguien que quiere expulsar a los catalanes que no opinan como él de su tierra, que basa su ideología en el supremacismo de los independentistas sobre el resto de españoles, empezando por los madrileños, siga viviendo en una región donde no se siente bien

Actualizada 01:39

Juan Gabriel Rufián Moreno, hijo y nieto de andaluces, no tiene quién le quiera. Va de fracaso en fracaso hasta la victoria final: quedarse otros cuatro añitos en Madrid, donde no hay templo gastronómico que se le resista. Aquí ha encontrado novia, aquí ha levantado o bajado el pulgar a Pedro Sánchez cuando le reclamaba votos a cambio de cesiones al separatismo, aquí ensucia de insidias y chulería la tribuna del Congreso, aquí ha alimentado una campaña personal contra Yolanda Díaz de la que habla pestes desde que se enfrentaron cuando ERC no apoyó la reforma laboral de la vicepresidenta. Y aquí se queda, en su enésima trola, tras fracasar como candidato municipal en Santa Coloma y perder la mitad de los escaños de su partido el pasado 23-J. Sabe que está amortizado y que sus electores no le consideran el mejor embajador del separatismo en Madrid, pero la región de Ayuso mola más que vivir en Santa Coloma, donde sus paisanos le dieron con la puerta en las narices cuando intentó ser su alcalde el pasado 28 de mayo. Ahora, en las generales, de nuevo el PSC le ha dado el sorpasso y ha relegado al bueno de Rufián al quinto puesto. Todo muy injusto para alguien que insulta y odia tan bien.

Acaba de cortarle el pelo el mismo peluquero que se lo arregla a Otegi y, como Sansón, ha perdido la fuerza chantajista de antaño. En ERC ya no está de moda: solo le apoya Oriol Junqueras, pero nadie tose al reo después de pasar tres años y medio en la cárcel y ser liberado por Sánchez. La dirección de los separatistas ha decidido que sea una compañera suya, Teresa Jordá, la nueva cara visible de las negociaciones para entronizar de nuevo al amigo Pedro. Gabi estará en la mesa, pero en un segundo plano.

En diciembre de 2015 nos amenazó con irse «a la República catalana en 18 meses». Es decir, ya debería disfrutar de ese paraíso terrenal desde hace seis añitos. Pero aquí sigue. Todos sabemos que le mola la capital tabernaria que tanto roba a los catalanes, aunque vende lo contrario. Lo último que nos ha contado en una entrevista es que vive obligado en Madrid, que le han intentado pegar en cuatro ocasiones y que en una lo consiguieron. Si así ha sido, no tiene ninguna gracia y es condenable. Pero resulta extraño que alguien que quiere expulsar a los catalanes que no opinan como él de su tierra, que basa su ideología en el supremacismo de los independentistas sobre el resto de españoles, empezando por los madrileños, siga viviendo en una región donde no se siente bien. Con lo fácil que es hacer la maleta y vivir en la Arcadia feliz catalana, donde si no fuera por España atarían los perros con fuet.

Como no le creo masoquista, igual tiene que ver con que levanta 110.701,08 euros como diputado del Reino de España. A sus 41 años y con un hijo a su cargo, solo ha currado unos años en una empresa de trabajo temporal por lo que su futuro color hormiga no le invita a abandonar una mamandurria tan apetitosa como la de ser diputado de las Cortes Generales, una institución represora, pero quién le hace ascos frente a los lunes al sol en Santa Coloma. Sus aires de malote ya no son decisivos para Sánchez que da por descontado que ERC come en su mano y ahora todas sus energías las dedica a conquistar a otro lumbrera, Carles Puigdemont.

Llámenme sensiblera, pero a mí me da pena que Juan Gabriel tenga que sacrificarse tomando chuletones en Madrid por la libertad del pueblo catalán.

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