Yoli políglota
Como somos plurales y diversos, dice la mejor amiga de Pablo Iglesias que hablemos en el Congreso con traductores, a los que pondremos a prueba en el uso de las lenguas vernáculas cuando tengan que traducir los insultos de Rufián
Yolanda Díaz tiene una sensibilidad especial para las políticas chulísimas. Por eso se le acaba de caer de la boca, como el que no quiere la cosa, una propuesta de lo más cuqui, que nada tiene que ver con que la izquierda se dedique en agosto a repartir el botín de España entre los reaccionarios nacionalistas. No, no. Lo que pretende la brillante lideresa de Sumar –una máquina en sumar enemigos en Podemos–, es arreglar la inflación en los alimentos o la disparada morosidad de las hipotecas con una receta infalible que solo administra la izquierda en España: ponerse del lado de los que creen en las profundas desigualdades entre españoles, permitiéndoles hablar en catalán, gallego o euskera en el Congreso. Ella es muy de «país de países», como Zapatero lo fue de «nación de naciones» o Sánchez e Iceta del «Estado plurinacional». Todos ellos conceptos que atentan contra la equidad del Estado y la más básica solidaridad humana. Es algo parecido a recomendar tofu y chía al currela de Parla cuando solo puede comprar pollo envasado –de ganadería intensiva– en el Mercadona. Así tenemos a la izquierda 3.0.
El PSOE ya rechazó cambiar el reglamento de la Cámara para que se usen las lenguas cooficiales, pero Yoli tiene que ir más allá en este verano hiperactivo que se ha montado para silenciar los 700.000 votos que perdió el 23 de julio. Este frenesí legislativo tiene mucho que ver con que ya se veía sin ondas al agua vicepresidenciales y el resultado electoral todavía le da opciones de nómina y despacho ministerial a poco que el progresista Puigdemont dé cuartelillo a Sánchez. Que por ella no quede.
Como somos plurales y diversos, dice la mejor amiga de Pablo Iglesias que hablemos en el Congreso con traductores, a los que pondremos a prueba en el uso de las lenguas vernáculas cuando tengan que traducir los insultos de Rufián (con lo mal que habla catalán y lo bien que pide chuletones en castellano en los reservados de lujo madrileños) o los pésames de Sánchez cuando a Otegi se le muera un etarra en la cárcel. Como si fuéramos el Parlamento europeo con sus 24 lenguas oficiales, salvo que aquí los que lo promueven son los mismos que cultivan el monolingüismo en la tele, la escuela y la burocracia de sus Comunidades. Está por escribirse un solo gesto, uno, de solidaridad de la izquierda caviar con la familia del niño de Canet o con la enfermera del Valle d'Hebron, discriminados por querer usar en Cataluña su lengua materna, el castellano.
Es decir, que los padres putativos de la patria salidos de ERC y Junts quieren humillarnos en catalán desde la tribuna de la carrera de San Jerónimo mientras impiden que los padres de alumnos matriculados en los coles del oasis catalán elijan la lengua castellana para sus hijos. Ortúzar, que chantajea y traiciona tan bien en nuestra lengua común, quiere que sus diputados nos den la tabarra sobre el privilegiado cupo en euskera. Es evidente que lo que quieren unos y otros, con el patrocinio de la abeja maya de Sumar, es que quede bien patente en cada sesión parlamentaria que somos todos diferentes, que no nos une ni una lengua común (la segunda más hablada del mundo), que unos tienen el RH positivo y una lengua propia y otros ni pañuelo para sonarse los mocos.
Nuestra superchería da para eso y para más. En un país que paga sueldos oficiales a quienes quieren destruirlo, que pone su gobernabilidad en manos de un prófugo enemigo número uno del Estado y que tiene a su presidente tocado de gorra rindiendo pleitesía a un sátrapa que le manda menores a asaltar sus fronteras, ¿qué importaría convertir a su Parlamento en una oficina de empleo para la excelente profesión de traductores, un precario oficio que Yoli no ha arreglado en cuatro años de ministra de Trabajo? Ella misma nos podrá contar en gallego cómo consigue que los fijos discontinuos cuenten como empleados.