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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Mala persona

No hay propósito de enmienda porque cada día siento más inquina y desprecio por él

Actualizada 07:43

Desde que gobiernan Sánchez y los suyos, soy peor como persona. Jamás he sido envidioso, avaricioso ni rencoroso. Con la ETA conocí el odio. Cuando era detenido un grupo de etarras, o caían en un tiroteo con la Guardia Civil, o eran condenados a decenas de años de cárcel, sentía un gran alivio. En mis largas charlas con Antonio Mingote, que era la bondad y la tolerancia personificadas, y salía a relucir en la conversación algo o alguien que tuviera relación con la ETA, el genio no titubeaba:

- Me han despertado el odio.

Ni de Antonio, ni de mi padre, ni de muchos que combatieron en la Guerra Civil de un lado o del otro oí palabras de odio. Se aborrecían los que no pisaron el frente, pero no los combatientes. El soldado lucha, pero no odia al enemigo. Lo cierto es que no hablaban de la guerra, y que sólo recurrían a ella en busca de recuerdos de los amigos caídos y anécdotas limpias. Antonio Mingote, finalizada la contienda de alférez del Requeté resumía sus batallas a dos. Cuando tomó en soledad Barcelona para abrazar a su madre, y sus complicadas relaciones con Arancha, una novia de Tolosa. Lo de Barcelona lo he contado y lo repito. El padre de Mingote, don Ángel, un notable músico y director de la Banda Municipal de Sitges, aragonés de Daroca, y su madre, doña Carmen Barrachina, de familia carlista, vivían en Barcelona, en la calle Muntaner, cuando estalló la Guerra Civil. Tres años más tarde, Mingote era alférez de las fuerzas que se disponían a ocupar la Ciudad Condal. Se hallaban acampados en el Tibidabo. Y se presentó a su coronel:

-Mi coronel, le solicito permiso para bajar a Barcelona y abrazar a mis padres. Hace tres años que no los veo.

- ¿Está usted loco, Mingote?

- A estas alturas del barullo, no creo que me suceda nada.

- No le puedo autorizar esa locura. Otra cosa es que usted, sin mi permiso, baje a Barcelona y abrace a sus padres.

Y tomó Barcelona en soledad, con su gorrillo de alférez. Muchos se acercaron a agradecerle su solitaria liberación, y algunos huyeron al grito de ¡ya han llegado! Se acercó a su casa. La portera le reconoció:

-¡Antoñito! ¿qué haces aquí?

- He venido a ver a mis padres.

- Tus padres están bien, pero en Sitges.

Y Mingote resumió así la situación:

- Con la misma educación que tomé Barcelona, la abandoné para tomarla, ya con nuestras tropas, una semana más tarde.

Tomada Barcelona, anduvo hasta Sitges por las curvas del Garraf. Le quedaban cinco kilómetros para llegar, cuando vio a los lejos a una mujer que corría hacia él con los brazos abiertos. Era su madre. La intuición le dijo que su hijo se acercaba, y no lo dudó.

Y la novia de Tolosa. Mingote fue destinado, finalizada la guerra, ya teniente, al acuartelamiento de Loyola, del Arma de Caballería, en San Sebastián. Y conoció a una bellísima «neska», Arancha, que vivía en Tolosa. Los domingos, si no tenía servicio, cabalgaba hasta Tolosa. Y paseaban agarrados de la mano. Él, sobre su caballo, bastante escorado, y ella sobre su bicicleta. El noviazgo lo prohibieron los padres de Arancha, después de recibir una bronca de un párroco de Tolosa.

– Vuestra hija no puede salir con un militar de fuera.

Aquel cura, sin saberlo, con treinta años de antelación, había creado la ETA.

-No le perdono a la ETA que me haya despertado el odio.

Lo mismo digo y escribo de Pedro Sánchez, muchos de su Gobierno, y sus socios independentistas, terroristas y podemitas. Que no le perdono que me haya convertido, cuando en él pienso, en una mala persona. Le deseo el mal, eso tan poco cristiano. Y siento una profunda animadversión hacia mí mismo.

Pero es irremediable. No hay propósito de enmienda porque cada día siento más inquina y desprecio por él.

Y aquí me tienen.

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