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El observadorFlorentino Portero

Las costuras de Europa

Lo fundamental es tener presente la gravedad de la situación, pues las costuras no dan más de sí, y reconocer que debemos tomar decisiones importantes en un tiempo breve

Actualizada 01:30

La vida es cambio y las cambiantes circunstancias condicionan nuestra vida, tanto en el plano individual como en el social. Su asunción como algo natural es lo que fortalece nuestra capacidad de adaptación. La historia del proceso de integración europea es un buen ejemplo. Dejando a un lado el discurso idealista que todo proceso político tiende a generar y alimentar, la realidad es que nos unimos porque solos no éramos capaces de resolver problemas concretos o dar respuesta a retos de mayor calado. Si echamos la vista atrás constataremos que en un principio el objetivo era doble, superar el nacionalismo que estaba en el origen de las dos guerras mundiales y poner de manera conjunta las bases para la reconstrucción del Viejo Continente. Tiempo después el reto fue avanzar hacia un mercado único, como condición necesaria para lograr el desarrollo económico y social preciso para consolidar el «estado de bienestar» y esas clases medias que debían garantizar la moderación política. Paulatinamente se sintió la necesidad de asaltar el baluarte de la soberanía, compartiendo moneda y limitando el margen de autonomía fiscal de los estados. Con el deterioro de la Alianza Atlántica, del vínculo de seguridad y defensa con Estados Unidos, y el auge de la globalización empezamos a hablar de una acción exterior europea. Asumida la realidad de hallarnos en los comienzos de la Revolución Digital y ante la falta de tamaño crítico de los estados miembros para afrontarla con solvencia, se concluyó que la Unión era el vehículo necesario para dar el salto a un nuevo tiempo. Mientras tanto, las instituciones comunitarias demostraron su utilidad o necesidad en las crisis sucesivas –Gran Depresión y covid– aún no teniendo, en algún caso, competencias para ello.

El proceso de integración no ha sido fácil en ningún momento, pues arranca del efecto succionador de competencias por parte de Bruselas y en detrimento de los estados. Es el resultado de la contradicción entre la voluntad y la necesidad, del querer y no poder salvo unidos. A partir del Tratado de Maastricht hemos sido conscientes, ésta es una idea que he repetido en más de una ocasión desde este medio, de que estábamos poniendo a prueba las costuras del proceso al empeñarnos en profundizar la unión al tiempo que ampliábamos el número de miembros. Desde Maastricht es tan importante el camino recorrido como las tensiones que hemos ido acumulando en la recámara y que, en gran medida, siguen ahí.

Las circunstancias condicionan nuestros actos, alterando los planes cuidadosamente elaborados. La estrategia para afrontar la Revolución Digital saltó por los aires con la crisis de la covid, la sanitaria y la posterior económica. La guerra de Ucrania ha puesto en evidencia la ineptitud europea para ejercer de actor internacional al tiempo que exige de nosotros, y en el futuro exigirá más, un importante sacrificio económico y militar. Hemos acumulado un monto de deuda inaceptable y nos hemos acostumbrado a vivir sobre el déficit presupuestario. La democracia está en crisis en todo Occidente, incluido el espacio político de la Unión Europea, minando los cimientos del proyecto. Es a todas luces evidente que la gestión del proceso requiere de una revisión en profundidad. Necesitamos un tiempo de sosiego para replantear prioridades y políticas…, pero ese tiempo no va a llegar.

Por una parte, las elecciones parlamentarias europeas, previstas para el próximo mes de junio, darán paso a un nuevo equilibrio de fuerzas que, según apuntan los primeros estudios, reforzarán la diversidad y dificultarán la gobernabilidad. Por otra, la crisis de las relaciones con Rusia ha llevado al convencimiento de que es necesaria una nueva ampliación, incorporando a un conjunto de estados que se encuentran en lista de espera desde hace tiempo. Esos estados no están en las mejores condiciones, ni desde la valoración del respeto a los valores democráticos ni desde su situación económica. Tras esta urgencia se halla un prejuicio característicamente europeo, según el cual esos estados consolidarían más fácilmente sus democracias y economías estando dentro de la Unión que fuera de ella.

Sea o no acertada la idea, que en su máxima expresión afectaría a la propia Ucrania, este salto adelante supondrá, como poco, cuatro grandes retos. ¿De dónde va a salir el dinero para financiar esta operación, cuando toca reducir deuda y eliminar déficits? ¿Cómo vamos a revertir las tendencias antidemocráticas cuando se incorporan sociedades con escasa tradición democrática? ¿Cómo vamos a tomar decisiones entre treinta o más estados con los procedimientos vigentes si va a aumentar la diversidad de opiniones? Del mismo modo, si ante el deterioro del «vínculo atlántico» necesitamos disponer de una acción exterior común y son grandes las actuales diferencias entre los estados miembros ¿cómo vamos a lograrla si incrementamos el abanico de posiciones?

Con buen criterio los gobiernos alemán y francés alentaron la formación de un grupo de trabajo, formado por doce especialistas, para que valoraran la situación y plantearan medidas. El grupo ha emitido su informe, con el expresivo título de «Navegando en alta mar». La descripción de la situación es tan impecable como realista. Las propuestas interesantes, pero difícilmente aplicables, sobre todo cuando pasan por la reforma del tratado. Como ha recordado recientemente el expresidente de la Comisión, Durao Barroso, en lo último que están pensando los gobernantes europeos es en abrir un proceso largo y complejo que, con facilidad, como ya ocurrió con el Tratado de la Constitución Europea, puede acabar siendo rechazado por alguno de los estados miembros.

No es momento de analizar el texto en su conjunto. Seguro que en futuros artículos haremos referencias a sus propuestas. Por ahora lo fundamental es tener presente la gravedad de la situación, pues las costuras no dan más de sí, y reconocer que debemos tomar decisiones importantes en un tiempo breve. Entre otras podemos destacar, siguiendo el informe citado, la necesidad de arbitrar nuevos mecanismos para el proceso de toma de decisiones –mayorías cualificadas–, para gestionar las crisis derivadas del deterioro de la democracia en estados miembros, para dotar a la Comisión de mayor capacidad financiera y, muy especialmente, asumir que el proceso exige profundizar en la idea de avanzar a distinta velocidad. El informe propone cuatro y tiene sentido.

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