Instituciones en cuestión
Es probable que estemos sólo al principio de un período de profundos cambios, que pondrá a prueba la madurez de nuestras sociedades y la calidad de nuestros dirigentes
Las instituciones son instrumentos que establecemos para organizar nuestra vida en comunidad. A través de ellas canalizamos tensiones, llegamos a acuerdos y los ejecutamos. Como todo instrumento es contingente. Nacen en unas circunstancias y con unos objetivos. Cuando las primeras y los segundos mudan, como es ley de vida, las instituciones se encuentran ante el reto de adaptarse o desaparecer.
Tras 1945 se trató de desarrollar un nuevo marco institucional para ordenar la política internacional y así evitar una nueva guerra mundial. El sistema de Naciones Unidas se fue desarrollando con esta finalidad. Sobre el éxito y la importancia de las agencias de carácter técnico hay poco que añadir a lo ya sabido. Son imprescindibles, aunque siempre mejorables. Sin embargo, su pilar, el eje sobre el que ha girado la política internacional durante décadas, ha sufrido un considerable desgaste. El Consejo de Seguridad ha desaparecido de los medios de comunicación, aunque formalmente es la clave de bóveda de todo el sistema. Las circunstancias han cambiado y la legitimidad jurídica no es suficiente para garantizar su papel protagonista.
El tiempo del «orden liberal» quedó atrás y sus instituciones no pueden ocultar su anacronismo. El selecto club de los estados con derecho de veto en el Consejo de Seguridad no representa en absoluto el equilibrio de poder en nuestros días. El mero ejercicio del veto no tiene más efecto que sacar de su agenda el debate y resolución de los temas más delicados. El Consejo se ha convertido en irrelevante, dando paso a alternativas más pragmáticas y acordes con los nuevos tiempos, pero no más estables.
Con el sistema de Naciones Unidas, y antes con la Sociedad de Naciones, tratamos de organizar un marco institucional fundamentado en el derecho internacional. Se partía de un tratado aceptado por todos, o por casi todos, que se convertía en fuente de legitimidad. Lo que parecía un avance en la gestión de la vida internacional está dando paso… al siglo XIX, a la vuelta de los directorios. Ahora los llamamos «grupos». Pueden ser de «contacto», cuando se trata de un tema concreto, o los acompañamos de un número que hace referencia a la cantidad de sus miembros. Estos grupos evolucionan a gran velocidad, tanto en el número de sus componentes como en su propio sentido, tratando de acomodarse a unas circunstancias igualmente cambiantes.
El G7 nació como el directorio de las grandes democracias. Su principal aportación es que superaba el ámbito occidental, reconociendo una de las características más importantes de nuestro tiempo: el arraigo de este sistema político en otras culturas. En momentos de injustificado optimismo incorporó a Rusia, pensando que desde dentro sería más fácil «consolidar» su naciente democracia. El G8 resultó ser un espejismo de corta duración, volviendo a la formación original.
Frente al elitismo democrático del G7 el G20 nació con voluntad de recoger a las grandes economías, fuera cual fuese su ideario político. Desde la Gran Depresión del año 2008 ha venido cumpliendo un papel muy relevante. Sin embargo, la creciente tensión entre el bloque democrático y China, exacerbada por la invasión rusa de Ucrania, empieza a mostrar los límites de su operatividad. En este grupo, más que en ninguna otra institución, podemos medir el grado de fractura de la sociedad internacional. China trata de penetrar en el espacio de los estados en vías de desarrollo, con mayor o menor tradición de no alineamiento. Sin embargo, sus esfuerzos empiezan a hallar fuertes resistencias. Ni su gobierno despierta tanta confianza ni muchos estados están dispuestos a dar la espalda al bloque atlántico.
El grupo BRICS ha ido evolucionando hasta el punto de convertirse en el favorito de la diplomacia china para ganar influencia, a pesar de India. Sin la presencia de las potencias occidentales Pekín busca consolidar una doctrina alternativa a la liberal. En breve aumentará el número de miembros y habrá que ver entonces cómo se decanta. No hay duda de que China tratará de potenciarlo, dadas las dificultades que está hallando en el G20.
Entre las organizaciones veteranas nos encontramos dos tan importantes como afectadas por los cambios que estamos viviendo. La Alianza Atlántica despertó de su estado clínico de «muerte cerebral» para redescubrir la geopolítica y la guerra. De prisa y corriendo se dotó de un documento de estrategia, más enunciativo que ejecutivo. Hay que reconocer que desde entonces Alemania ha dado un giro importante a su política, mientras que Francia continúa inmersa en un marasmo ideológico de incierto futuro. En cualquier caso, el vínculo con Estados Unidos ha vuelto a considerarse tan imprescindible como incierto. Los europeos hemos recordado que necesitamos a los norteamericanos para garantizar nuestra seguridad, pero no está claro que ellos estén dispuestos a aguantarnos por mucho más tiempo.
La Unión Europea…, requiere un monográfico ante la complejidad de su agenda y la incertidumbre de lo que puede ocurrir tras las elecciones previstas para el próximo mes de junio. Lo único seguro es que, como las instituciones antes citadas, tendrá que continuar evolucionando, intentando, con mayor o menor acierto, adaptarse a una realidad cambiante.
No hay ninguna razón para pensar que este proceso de adaptación vaya a concluir en breve. Es mucho más probable que, en realidad, estemos sólo al principio de un período de profundos cambios, que pondrá a prueba la madurez de nuestras sociedades y la calidad de nuestros dirigentes.