40 días contra las misas negras
Está muy bien rezar en la intimidad de la iglesia, pero también lo está hacerlo en la calle, para que los cuerpos se encuentren, y a partir de ese encuentro físico, la mujer que se dispone a celebrar una nueva misa negra, pueda descubrir el amor de Dios
Como cada año, un grupo de hombres inactuales practica su particular travesía de 40 días por el desierto, y lo hace reuniéndose en las puertas de los abortorios para pedir al cielo el fin de ese genocidio silencioso y silenciado que es el aborto.
Cuando de lo que estamos hablando es de algo parecido a una misa negra que incluye sacrificios humanos, donde se inmolan víctimas inocentes en el seno de sus madres, en camillas convertidas en altares, me parece muy bien elevar plegarias al cielo.
El demonio se frota las manos con ese espectáculo sanguinario que destruye vidas y almas. Y cada vez tiene más templos levantados en su honor donde se celebra a todas horas el diabólico ritual. Es la humanidad misma saltando desde una azotea, desesperada, sin Dios, perdida toda esperanza.
Y hablo de travesía en el desierto porque tengo la sensación de que el apoyo que recibe ese grupo de peregrinos modernos es irrisorio. La gente es más de circunscribir la oración al ámbito personal, a la intimidad del hogar o de la iglesia, y a muchos les parece un escándalo que no solo no se escondan sino que se planten en el mejor teatro de todos, que es la calle misma, a la vista de todo el mundo. ¡Qué impúdicos!
Tantos católicos sufriendo por parecer normales, agazapados en las sombras de la comodidad y procurando el respeto intelectual de un mundo que les escupe (o les escupirá) y aquí estos tíos deshaciendo el camino andado, rezando en público, además por una cuestión tan peliaguda, y sin pretender convencer a nadie con argumentos científicos. ¡Qué horror y qué retroceso!
Pero… ¿y si como dice Fabrice Hadjadj, tener hambre y sed de justicia tiene que implicar necesariamente pasar hambre y sed por causa de la justicia? ¿Y si para salvar una vida hay que poner la propia en juego?
Quizá estos peregrinos incomprendidos han entendido mejor que nadie que también somos carne, y que a través de la carne conocemos y amamos la realidad. La carne no es una pesada losa que nos impide volar como espíritus puros.
Y está muy bien rezar en la intimidad de la iglesia, pero también lo está hacerlo en la calle, para que los cuerpos se encuentren, y a partir de ese encuentro físico, la mujer que se dispone a celebrar una nueva misa negra, pueda descubrir el amor de Dios.
Porque del mismo modo que los esposos se abrazan para demostrarse su amor, también a través de nuestro cuerpo el Señor puede mostrar su amor al prójimo.
Y los resultados así lo demuestran, pues el número de sacerdotes de bata blanca que abandona el negocio, coincidiendo con la aparición de estos peregrinos que ponen su cuerpo y su alma al servicio del prójimo por amor a Dios, aumenta cada año en estas fechas, lo mismo que los templos que cierran y las camillas que empiezan a servir para curar enfermedades.
Uno de estos peregrinos inactuales es el padre Pich, a quien desde aquí daríamos ánimos pues, por sumarse públicamente a la peregrinación, ha sido vandalizada materialmente su parroquia en Barcelona, pero como creo que esos ataques le importan más bien poco, puedo ahorrarme los ánimos.
Lo único que consiguen sus acosadores es que el padre se ponga a rezar por ellos, de modo que, tendría más bien que darle la enhorabuena, porque lo que consiguen estos ataques es que, gracias a la oración, aumente la fe en ambas partes. Y así, una vez más, se demuestra que la carne también es necesaria para la salvación. Pues gracias a que los acosadores han puesto su cuerpo en movimiento para atacar al sacerdote, él ha puesto su espíritu en acción para rezar por ellos.