Puigdemont juega con Sánchez
El líder de Junts es una orca y el del PSOE una foca perdida, esperando que le clave los dientes y acabe con el juego
Pedro Sánchez aplica en la negociación de su investidura la misma táctica desplegada en todos y cada uno de los grandes hitos de su trayectoria, a cual más controvertido, en una versión castiza de la célebre teoría de «La ventana de Overton» que, en síntesis, blanquea los propósitos y decisiones más inaceptables por el método de cambiar la manera de contarlos.
Lo hizo con la moción de censura, presentada como un antídoto a la corrupción cuando en realidad fue una manera de enmendar a las urnas en compañía de unos aliados incompatibles con los principios exigibles a un presidente. Lo volvió a hacer con la pandemia, tapando su evidente negligencia preventiva, su inconstitucional confinamiento necesario para tapar la huella del crimen y los pavorosos efectos de su incompetencia con una apelación mayestática a la brillante recuperación por llegar (aquel indignante «salimos más fuertes»).
Lo repitió con la voladura de los puentes con el PP y la criminalización de la alternativa, para esconder el avance en las cesiones al separatismo en nombre de la resistencia al inexistente peligro ultraderechista.
Y lo vuelve a hacer con las negociaciones de su investidura, apelando a una pacificación territorial, a una ficticia «mayoría social» o a un inventado «bloque de progreso» que intenta camuflar su disposición a venderse al postor separatista en un intercambio más típico de un secuestro con rescate que de un diálogo político razonable.
Nada de ello tendría el más mínimo encaje social si, a la vez que se perpetra la fechoría entre eufemismos y manipulaciones obscenas, no se contara con el inquebrantable respaldo de unos medios de comunicación que, en el mejor de los casos, se ponen de perfil y, en el más habitual, se suman al coro de mentiras con devoción remunerada.
Pero hasta en ese ecosistema, el relato naufraga cuando entra en juego la otra parte y destroza el guion establecido, según el cual una amnistía construirá una España cohesionada y pondrá fin a las tensiones que explican buena parte de los dramas nacionales desde la I República.
Frente al Sánchez y su orfeón asegurando que el separatismo está dispuesto a apoyarle y a además a renunciar a sus objetivos, a cambio de concesiones razonables que de serlo podrían ser ofertadas entonces por Feijóo; irrumpe el tsunami de realidad desatado por cada representante independentista cada vez que habla sin intérpretes ni intermediarios.
Bildu quiere soltar a los terroristas y avanzar en la independencia, y además acabar con el PNV, cuya reacción consiste inevitablemente en subir la apuesta nacionalista y huir de las aguas templadas. ERC ha abandonado cierta vía autonomista ante el pavor a volver a ser irrelevante por la percepción de que se ha entregado al PSOE y además no compite ya con Junts por la hegemonía separatista.
Y Puigdemont, que es la clave de todo, responde con retraso a cada fábula sanchista, como dejándola cocer primero en su propio caldo, recordando que solo dará sus votos si obtiene una amnistía, el reconocimiento internacional del conflicto con un relator extranjero de tutor y, por supuesto, la aceptación de un referéndum de independencia, con los plazos y la fórmula que se pueda y deba.
La inmensa mentira de Sánchez, si acaso hay algo en él que sea de verdad más allá de su nombre, apellidos y DNI, colisiona así con los acantilados de la verdad, pese a los esfuerzos del Régimen por recrear un paisaje alternativo de luz y de color, y sitúa el asunto en sus términos exactos.
Tenemos un candidato con apenas 121 diputados que solo puede completar sus rácanos números si cede lo que no está en su mano y nunca debería ser siquiera mencionado. Hasta ahora ha jugado a negarlo y convertir su palabra en el garbanzo de un trilero en el cubilete, pero se acerca el momento de la verdad y sabemos dos cosas.
Que Puigdemont lo exige todo y trata a Sánchez como una orca a una foca, jugueteando con ella con la seguridad de que todo acabará cuando hinque su diente, y que su delegada en el Congreso, a título de presidenta, tiene paralizado el Parlamento para evitar controles incómodos y no ha puesto una fecha de investidura, en otra demostración infame de deterioro de las instituciones.
O si prefieren traducirlo en una frase más simple, aquí o se consiente un referéndum o habrá elecciones en enero. Y no hay Overton, ni Sánchez, que maquille ya esta evidencia definitoria del personaje: alguien decente jamás aceptaría ese dilema.