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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Un busto para Txapote y una calle para Hamás

Las últimas 48 horas de Sánchez culminan la degradación más abyecta nunca vista en España en décadas

Actualizada 01:30

Para Sánchez son mucho más despreciables los miles de ciudadanos que, sin romper nada y dejando incluso Barcelona más limpia de lo que estaba, se manifestaron el domingo en contra del negocio que ultima con Puigdemont: pedirle perdón y amnistiar a su banda a cambio de hacerle presidente, un módico precio para el líder socialista pero inasumible para España.

Se entiende mejor la degradación moral de Sánchez viendo la de sus aliados y repasando la catadura de sus últimas decisiones. Tiene cerca a dos partidos, Sumar y Podemos, que cuando ven a dos milicianos de Hamás ultrajando el cadáver semidesnudo de una de sus víctimas, cargan contra Israel: quizá esa chavala, que asistía a un concierto por la paz cerca de Gaza, no merezca la sororidad de Jenni Hermoso.

Todo el mundo sabe que un piquito de un imbécil, celebrado durante 24 horas antes de descubrir repentinamente que eso es coacción, es mucho más grave que un fusilamiento indiscriminado a manos de unos animales que utilizarán tu cuerpo como trofeo.

No termina ahí la colección de amigos de Sánchez, que dice encabezar un gran proyecto de una Europa unida y ampliada, con capital en la Granada de Boabdil, mientras desmiembra España, en curiosa paradoja no detectada por Ursula von der Leyen, que por algo es rubia de bote.

También irrumpe con fuerza Bildu, que acaba de defender una ley de memoria vasca, trasunto de la española, según la cual el PP es cómplice del terrorismo franquista y pagará sus fechorías en el banquillo de los acusados.

ETA y Hamás asienten, encantados, por el epílogo maravilloso que coronaría la reescritura del relato del horror, a punto de culminar poniéndole un busto al bueno de Txapote y prohibiendo citar a Miguel Ángel Blanco en los libros escolares. Por fascista.

Quizá cierre ese acuerdo el propio Sánchez en persona, en su previsible reunión con Arnaldo Otegi, en la que se esperan grandes avances en la consolidación del «bloque de progreso», un nombre tan irónico como aquel lema de los campos de concentración nazi de «El trabajo os hará libres».

A todo ello pueden añadirle a Marlaska defendiendo la presunción de inocencia de los CDR, esa ONG acusada de terrorismo por los mismos conspiradores centralistas que condenaron a Junqueras.

Y a Pilar Llop, ministra de Justicia, presentando en sociedad los indultos a la banda de los ERES, cuyos cabecillas lo fueron también de todo el PSOE nacional, lo que convierte la medida de gracia en un autoindulto para tapar las huellas del crimen propio.

Todo ello puesto en secuencia, y resumido, ofrece el retrato final del sanchismo: equidistancia con Hamás, impunidad propia y de los aliados, comprensión con ETA y un acuerdo final, que debería firmarse en Sicilia, para que un prófugo, un terrorista y un golpista decidan quién y cómo gobierna en España.

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