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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Toca una revolución de los claveles

O reaccionamos cívicamente ya o España será una república balcánica distópica por las necesidades de Sánchez

Actualizada 01:30

En España se proyecta, en un festival financiado con fondos públicos, las opiniones sobre sí mismo, sus matanzas y sus ideas de Josu Ternera, un bárbaro que aún no se arrepiente de sus asesinatos, cometidos en nombre de unos objetivos que secunda también Otegi, de su misma banda, ahora reciclado en cómplice necesario de la investidura de Sánchez.

También se puede colocar boca abajo una foto del Rey, como el crucifijo en las misas satánicas, sin perder ya sólo por eso la condición de interlocutor del PSOE, que ya prepara una delegación oficial a Waterloo para negociar con el hereje: haya o no pasado el veranillo de San Miguel, los enviados de Sánchez irán sin pantalones, para dejar clara desde el primer momento su disposición al sexo consentido, a cambio de unos billetes en la mesilla y un pisito en la Moncloa.

Incluso se pueden quemar retratos de ese mismo Jefe de Estado, o banderas del país que encabeza, o ahorcar monigotes de rivales políticos, o desratizar en público los espacios donde dan sus mítines o, lo mejor de todo, atacar con violencia a los chavales de S'ha acabat, que luchan contra el Ku Klus Klan en Cataluña y son tratados como los negros de Selma marchando a Montgomery a defender la igualdad racial.

Todo eso se puede hacer en una España sin valores, en la que se llama audacia a la falta de escrúpulos; inteligencia a la mentira; resistencia al cinismo y se ha consagrado el marco de que el fin justifica los medios y basta con disimular un poco y cambiarlo de nombre.

Si esto es así, y ni la amnistía ni el referéndum hacen otra cosa que «pacificar» España, no sé a qué espera Feijóo para decirle a todos los separatistas que iguala la oferta de Sánchez e incluso la mejora, añadiendo al premio un fin de semana para dos en el balneario de La Toja.

Lo que no se puede hacer, sin embargo, es tildar de «violación» la violación de la Constitución, como ha hecho Rodríguez Ibarra esta semana, con escrupuloso respeto por los hechos: los mismos que han ayudado ya a más de mil agresores sexuales convertirán la frase del extremeño en una extensión del comportamiento de Rubiales y le subirán al cadalso.

Y con él a Alfonso Pérez, autor de otro atentando contra la moral progresista: defender que para jugar en la Selección española hay que querer a España y atreverse a decir que una jugadora de fútbol no puede cobrar lo mismo que un jugador mientras no genere los mismos ingresos.

Recapitulando, se pude defender el crimen, la secesión o la violencia si se ejercen en nombre de las causas correctas, o si simplemente compensa políticamente a un tercero hacer la vista gorda; pero está prohibido por el Régimen decir la verdad.

Un país que permite que los peligros públicos oficiales sean Alfonso, Ibarra, Pitingo, Lago o Coronado y tolera que no lo sean Ternera, Otegi, Junqueras, Puigdemont o Sánchez está condenado a convertirse en la república distópica de El cuento de la criada.

Por eso es importante acudir a la manifestación del domingo en Barcelona. Y convertirla en el anticipo de una marea que recorra toda España: o somos ya una Revolución de los Claveles o mañana seremos Yugoslavia.

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