Emoción desbordada
Me congratula que la gazuza que experimentó Cristina Almeida durante el franquismo se haya visto recompensada con el importante premio que acaba de recibir de manos de su presidente, Pedro Sánchez y su ministro Bolaños
Se me desborda la emoción por los michelines. Cristina Almeida ha recibido de su presidente, Pedro Sánchez, el premio «Memoria y Democracia», no sólo por su impecable trayectoria en la abogacía, sino como víctima de la Guerra Civil. Hace pocos meses declaró que durante el franquismo pasó hambre. Fue una niña que padeció las secuelas de la hambruna, que sufrieron por igual las derechas y las izquierdas. Franco trataba muy mal a los suyos. Les concedía toda suerte de cargos y títulos, pero no reparaba en las penalidades domésticas de sus más distinguidos partidarios y colaboradores. Los Almeida pasaron hambre de las gordas, escrito sea con afán expresivo, que no irónico. La ironía, ante el hambre, no tiene lugar ni sitio.
Cuando falleció el padre de Cristina Almeida, se publicó su esquela en ABC. El fallecimiento se produjo en 1999, y las esquelas se podían redactar con libertad. El estupendo escritor Francisco Umbral escribió que leía el ABC por sus esquelas, la grapa y el dibujo de Antonio Mingote. El gran Antonio se lo agradeció con un somero telegrama: «Muchas gracias en nombre de la grapa». Y Javier Arzallus era lector diario de ABC, y se detenía en las páginas de las esquelas «para ver si había cascado algún españolista de Guecho». Siempre con su humor y su natural gracejo. Era la repanocha Javiercho. Cuando colgó la jesuítica sotana, se entendió simultáneamente con dos novias. Una de ellas, guapísima, alta, rubia, de comunión diaria, y la otra, físicamente más discreta. Se casó con la segunda y lo justificó: «La belleza física se deteriora con los años, y elegí a la que mejor cocinaba». Pero esto de Arzallus nada tiene que ver con el propósito del presente texto. Se ha tratado de un adorno.
Cristina pasó hambre durante el franquismo. El que leyera la esquela de su padre, no se lo creería, pero así fue y no hay que poner en duda la veracidad de su padecimiento. En ABC, insisto, se publicó su esquela. «El Excelentísimo Señor Don Manuel Almeida Segura. Abogado, Gran Cruz de San Raimundo de Peñafort, Comendador de la Orden del Mérito Civil, exconcejal del Exmo. Ayuntamiento de Madrid, exdiputado de la Junta del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid. Consejero de Honor del Consejo de Oficiales Farmacéuticos de España. Alférez provisional. Periodista en posesión de otras condecoraciones nacionales...
Falleció en Madrid el 21 de septiembre de 1999 habiendo recibido los Sagrados Sacramentos».
Y se relaciona a sus hijos. Mamen, Elisa, Cristina, Manuel, Juan Enrique y Luz, amén de comunicar a sus amigos y allegados la celebración del funeral por su alma, que se celebró sin contratiempos el 23 de septiembre, a las 18.30 horas en la parroquia de San Crisóstomo (calle Doménico Scarlatti, 2) de Madrid. También se anuncian en la discreta esquela, funerales en Badajoz y Málaga «que se comunicarán oportunamente». Ignoro a estas alturas de mi vida si, efectivamente se celebraron después de ser comunicados oportunamente.
Tengo entendido que esos premios que ha entregado Sánchez tienen mucho que ver con los derrotados de la Guerra Civil. Y entre los derrotados, considero una ligereza de sobrada osadía, incluir al muy respetado y respetable padre de doña Cristina. Pero ya se sabe que España y yo somos así, señora mía. Me congratula que la gazuza que experimentó Cristina Almeida durante el franquismo se haya visto recompensada con el importante premio que acaba de recibir de manos de su presidente, Pedro Sánchez y su ministro Bolaños.
No soy envidioso. Pero me gustaría hacer llegar a los organizadores de los premios «Memoria y Democracia» que yo también pasé hambre durante el franquismo. Mi compañero de clase en el Colegio del Pilar, Pla, que era un tocho de tío, me quitaba un día sí y el otro también el bocadillo que me preparaban en casa para el recreo.
Lo escribo por si suena la flauta.