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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Antoñito

Con Antonio Ozores, Tip y Antonio Mingote he pasado los momentos más divertidos de mi vida. Hoy me han llegado sus libros y siento que mi casa ya está llena

Actualizada 01:30

Me han llegado de Madrid las últimas cuatro cajas con mis libros. No quiero presumir, pero alojar más de 8.000 volúmenes no es tarea sencilla. Y ya están todos aquí. Entre ellos, los que escribió Antonio Ozores en sus últimos años. Sus Memorias y sus escritos. Antoñito, además de un tipo genial, era una maravillosa persona. Vivía al revés. Dormía durante el día y se levantaba en los atardeceres. Un día hizo un esfuerzo y le invité a comer en Jockey. Torres, uno de sus grandes jefes de sala, se dirigió a Ozores después de haber encargado yo mi menú preferido. «Y a usted, ¿qué le apetece, don Antonio?». « Un café con leche y churros». Y Torres, no se sabe cómo, consiguió los churros.

Antonio era divertidísimo. Nuestras citas, muy complicadas. «A las 9 en punto te espero en el bar del Intercontinental», le decía. «A las 9 en punto estaré ahí», me confirmaba. Ninguno de los dos acudía a la cita. Otra cosa era cuando palpitaba la inseguridad. «Antoñito, es bastante probable, pero no seguro, que a las 9 de la noche, si me viene bien, me tome una copa en el Milford»; «En tal caso, existen bastantes posibilidades, siempre que me encuentre en las cercanías de la calle Juan Bravo, que más o menos a las 9 pase por el Milford como quien no quiere la cosa». Y a las 9 en punto estábamos uno y otro en el Milford.

Su mujer, Elisa Montes –Elisa Ruiz Penella–, abandonó a Antonio cuando su hija en común, Emma Ozores no había cumplido los siete años. El gran amor de Antonio fue su hija, y ella le correspondió de la misma manera hasta el final. Antonio interpretó muchas obras de teatro, escribió un par de ellas, y protagonizó más de cien películas. El teatro era muy duro. Dos sesiones diarias. A las 7 y a las 11 de la noche. Cuando finalizaba la sesión vespertina, Antonio se marchaba a su casa, cenaba con Emma y volvía al teatro para actuar en la función nocturna. Así, siempre. Una de sus primeras películas, «Quince bajo la lona» tuvo un gran éxito. La noche del estreno, fue a celebrar el triunfo al Café Gijón. A su lado, un espectador que también venía del cine. «Mal, muy mal», le objetó. «¡Hombre!», protestó Antonio. «No tan mal cuando el público ha aplaudido más de tres minutos al terminar la proyección». El espectador malhumorado ajustó su crítica. «No me refiero a la película, que no está mal. Me refiero a usted».

Ya había cumplido Emma 15 años y Antoñito recuperó su independencia. Tuvo amores con una guapísima vicetiple que triunfaba en La Latina. El problema era de suma gravedad. La vicetiple era la novia de un comisario de Policía bastante mosqueado. Se veían cuando el comisario tenía guardia o servicio. Antoñito recogió a su novia –y del comisario– y bajaban por la Gran Vía dulcemente acaramelados. «Ay, Antonio, que ahí está Prudencio». Efectivamente, el comisario Prudencio, que estaba más que mosca, les aguardaba en la acera izquierda de la Gran Vía cuando ésta muere en Alcalá. Enfurecido, le dijo de todo a su novia –y la de Antonio–.

¡Eres una zorra, una p… miserable, y te voy a partir la cara delante de tu actorcillo! Antonio reaccionó con hidalguía. «¡No admito que se trate así a una mujer delante de mí… así, que me voy, buenas noches!» Y se fue.

Rodando una escena de cama en una película de Mariano Ozores –jamás pidió ni una peseta de subvención–, al terminar la escena, Mariano les felicitó. «Muy bien, Antoñito, muy bien, guapa, lo habéis hecho estupendamente, con toda naturalidad». Y Antonio le murmuró a su hermano. «Mariano, lo hemos hecho muy bien porque lo hemos hecho de verdad». Y ahí sigue la escena, ciertamente muy bien interpretada.

Con Antonio Ozores, Tip y Antonio Mingote he pasado los momentos más divertidos de mi vida. Hoy me han llegado sus libros y siento que mi casa ya está llena. En uno de ellos, el de sus memorias, El Anticiclón de los Ozores, con esta dedicatoria. «Alfonso. No hace falta que lo leas. Te lo mando para que presumas de ser mi amigo. Un día de estos lo presentaré en la Sociedad de Autores, y si pasas por ahí, es muy posible que te pida que me lo presentes tú. Yo, por supuesto, estaré, pero si no vienes, no pasa nada. Como sabes, no soy mariquita, pero te quiero con amor verdadero. Tu, Antonio». Y claro, pasé por ahí por casualidad y se lo presenté.

Un genio metido en el cuerpo de un hombre bueno.

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