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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

La fiesta empieza ahora

De sus histéricas carcajadas en la tribuna nos vino una sospecha: ¿y si lo que viene ahora se llama manicomio?

Actualizada 01:30

Dejad entrar a los payasos: la fiesta empieza ahora. Su prólogo se cerró con la votación de ayer. No hubo sorpresas: no podía haberlas. No existe la sorpresa en el tráfico de intereses; los clásicos que inventaron la economía política supieron bien eso: todo intercambio de mercancía por dinero acaba siempre por equilibrarse en su valor exacto. El valor de la «mercancía-Moncloa» ha sido fijado y pagado al contado a sus proveedores.

El PNV de Esteban ha hecho caja. En su caso, no es nuevo. Desde 1978, el PNV no ha buscado jamás otra cosa que cobrar al contado, y lo ha conseguido siempre de un modo infalible. Fuera el tiempo de los muertos o fuéralo el de los vivos: tiempo siempre de un partido que se asentó sobre la imposición de su bandera privada como bandera de una región entera. Y al que todos los gobiernos españoles han tolerado cuantos chantajes le vinieran en gana.

Los delincuentes de Puigdemont cobran el precio más alto: su transubstanciación, de partida de prófugos y forajidos con condena firme, a propietarios legítimos del poder total en Cataluña. A la espera de declarar la independencia, una vez que todos los obstáculos legales hayan sido alisados en Madrid por el nuevo Gobierno.

¿Perdedores? Los hay. Relativamente, pero perdedores. Esquerra queda en situación subsidiaria tras la consagración de Puigdemont como el hombre providencial que trae la independencia sin haber pasado un día siquiera en el calabozo. Pierde aún más ese Podemos, cuya torpeza al colocar al mando a la más prestigiada traidora de Galicia –que le pregunten a José Manuel Beiras–, viene ahora a dar con sus restos en el basurero. La sonrisa casi sollozante de sus dos epilogales ministras ante la piedad parlamentaria con que las trató Feijóo, es difícil decir si movía más a compasión o a burla.

Y perdemos todos, por supuesto. Los votantes del PP como los votantes del PSOE. Como los que, ajenos por igual a ambos, nada votaron. Pierden todos, porque un país a cuyo Gobierno le es exigida para cada actuación la venia específica de bandas predadoras regionales, llamado está a destruirse sin remedio. Y la destrucción de una nación es la destrucción de cada uno de sus ciudadanos.

Fin del prólogo. Con sus ganadores y sus vencidos. El circo empieza ahora. Cuando se proceda a debatir una ley manifiestamente inconstitucional: la de amnistía. Que será anticipo de la que ha anunciado sin equívoco la balbuceante portavoz de Junts que vendrá luego: la ley de autodeterminación y final independencia de Cataluña. La voladura completa de la Constitución es su condición previa. A la presidenta del Parlamento no le gusta que se llame a eso un «golpe de Estado». Pero es su nombre, desde que Gabriel Naudé lo acuñó y teorizó en el año 1639. Nunca un golpe de Estado se produce sin costes. Altísimos. Más de lo que nos atrevemos a verbalizar. Dejad ahora, sí, entrar a los payasos. Miradlos bien y sabed lo que viene: su rostro es sanguinario.

¿Gana, al fin, Pedro Sánchez? De sus histéricas carcajadas en la tribuna nos vino una sospecha: ¿y si lo que viene ahora se llama manicomio?

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