Pamplona batasunizada, mal negocio para los navarros
El experimento nacionalista le ha sentado siempre mal a la Comunidad Foral, y esta vez volverá a pasar lo mismo
Allá en los alegres años ochenta, mis padres tuvieron la buena idea de rascarse el bolsillo y enviarme a estudiar a la Universidad de Navarra, donde por entonces a la carrera de Periodismo la apodaban «Ciencias de la Información». Llegué a Pamplona en 1982, procedente de mi ciudad natal atlántica, allá en el córner donde gira el viento, y la capital navarra me pareció de otro nivel. Hacía una rasca inclemente en invierno, eso sí, y hasta me pegué algún costalazo de novato en la nieve congelada sobre las aceras. Pero Pamplona era entonces sin duda una ciudad mucho más avanzada que La Coruña, desde la decoración de los bares y restaurantes –y sus altos precios–, hasta el diseño de los cajeros de los bancos, las peluquerías o el urbanismo espacioso y bien pensado de la urbe. Por cierto, por entonces no se escuchaba hablar en vasco ni de coña, así que imagino que tan ancestral no es la cosa.
Por felices relaciones familiares tengo la suerte de seguir yendo a Pamplona cada año, a veces más de una vez. Y en la última década he ido notando algo que contradice las sensaciones que tenía de estudiante. Ahora percibo lo contrario: veo a La Coruña más pujante que a Pamplona, con más nivel de vida, mejores locales, gente más moderna y mayor creatividad empresarial. Los datos estadísticos lo refrendan: las rentas per cápita se han igualado –a pesar de la bicoca del cuponazo que disfrutan los navarros–, cuando en el siglo pasado mediaba un abismo. Se nota hasta en un indicador tan básico, pero revelador, como el precio de un vino en una tasca.
¿Qué le ha pasado a Pamplona? Pues entre otras cosas, no le ha sentado bien el experimento nacionalista, con los gobiernos de Geroa Bai (el submarino del PNV) en la Comunidad Foral y los de Bildu en el Ayuntamiento de la capital. El nacionalismo, que es excluyente por naturaleza, no funciona a la hora de mejorar la vida de los vecinos, y si se le añaden al guiso unas gotas de izquierdismo antiempresarial, entonces apaga y vámonos.
Ejemplo paradigmático de los problemas de verte gobernando por la izquierda nacionalista es el trato que han prodigado desde sus gobiernos a la Universidad de Navarra y su Clínica Universitaria. Ambas instituciones prestigiaban enormemente a la comunidad y a la ciudad, las ponían en el mapa, atraían a gente de nivel y eran un imán de talento procedente de toda España y del extranjero. ¿Y qué hizo al respecto la batasunería una vez que se vio al mando por gentileza del siempre felón PSOE? Pues desconfiar de ambas entidades (privadas y católicas, ¡qué horror!). Les fueron poniendo pequeñas trabas, levantaron a la vera de la Universidad de Navarra una pública para intentar hacerle luz de gas… En resumen, se trataba de tocarle un poco los pies a una entidad cosmopolita, libre y ajena al regresismo obligatorio. La Universidad se hartó y acabó abriendo en Madrid una sucursal de su Clínica y un centro de másteres, que por supuesto van como motos, porque en la capital de España nadie te mira como una entidad sospechosa.
Intentar meter el vasco con calzador y hasta en la sopa, reinventar la historia del Reino de Navarra para convertirlo en una sucursal de Vizcaya, lastrar a los empresarios con todo tipo de pijadillas del «progresismo» igualitario, fomentar una cultura borrokilla y camisetera… Todo eso no conduce a nada productivo. Al final, solo aleja a los posibles inversores y al talento de fuera, que en otras circunstancias se habrían instalado encantados en la por lo demás estupenda Navarra.
Ahora la burra vuelve al trigo. Pamplona tendrá de nuevo alcalde de Bildu, el partido de ETA que lleva asesinos en sus listas, gracias al repugnante apoyo de un PSOE que sufrió la muerte de una docena de sus afiliados a manos de esa gente. ¿Será más atractiva y mejorará Pamplona con un gobierno municipal filoetarra? La paletización excluyente nunca ha dado frutos que mejoren la vida de las personas y las empresas. Pero eso sí, las romerías de Olentzero y su esposa Mari Domingi van a ser épicas estas Navidades, con sinfonías de chistus y cánticos en perfecto batúa normativo... en una ciudad donde solo hablan vasco en la calle un ínfimo 2,7 por ciento de los pamploneses.
Si no fuese todo tan serio parecería una mala broma. El plan está claro: anexionar Navarra al País Vasco; luego, consultita al canto y seudo Euskoestado asociado habemus, con la bendición de Sánchez I El Federal. De los navarros dependerá que se consuma o no.