Las palomas disparan a las escopetas
El «lawfare» que impulsa Sánchez es el paso definitivo para acabar con la democracia conocida y no se puede consentir
Imaginen a los nazis juzgando a sus jueces en Nuremberg. Eso, exactamente eso, es lo que pretenden Puigdemont, Junqueras y Otegi. Y eso es lo que les ha concedido Pedro Sánchez, que ya tiene encargados los Reyes: este año no tocan los habituales frascos de Jacques ni las memorias de Greta Thunberg ni el grandes éxitos de The Killers ni unas gafas de sol nuevas para el Falcon: todo van a ser pantalones para reponer un fondo de armario más desgastado que la decencia del PSOE.
Antes de que hiperventilen los excitables sanchistas, añado una precisión: no es comparable lo que hicieron los nazis con lo que haga nadie más, con el permiso de Stalin, pero sí es equiparable el despropósito planteado al invertir los términos de la ecuación democrática.
Sánchez ha aceptado convertir la respuesta del Estado de Derecho al golpe institucional en Cataluña en una conjura de togas que corone la amnistía de los delincuentes con un proceso parlamentario contra los jueces.
Y también ha asumido el señalamiento del CNI por investigar a golpistas en activo e, incluso, por participar de algún modo en los atentados de Las Ramblas y Cambrils, dando pábulo a la infame sospecha aireada por el separatismo desde el mismo día de las matanzas.
Todo ello lo ha rematado Sánchez, el Pétain del régimen de Vichy invadido que gobierna, señalando en persona al Poder Judicial, cargando en sus vocales la obligación de renovarse, a sabiendas de que eso es competencia indelegable del Congreso y del Senado.
La invasión de la Justicia por parte de Sánchez no solo avala que las palomas disparen a las escopetas, que también. Además demuele el pilar esencial de una democracia de manera difícil de revertir: el acoso al Poder Judicial, la estigmatización del Tribunal Supremo, la colonización del Constitucional y de la Fiscalía General, el desprecio a los fallos del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña sobre la enseñanza en español o la reforma del Código Penal al dictado de los delincuentes conforman un ataque al Estado de Derecho al que ni siquiera Maduro o Chávez llegaron.
Con un poder ejecutivo condicionado a la vez por antisistema, populistas y separatistas y un legislativo transformado en un mercado persa adaptable a cuotas, caprichos e imposiciones; la guerra desatada contra la Justicia, sus miembros, sus competencias y sus contrapesos es la propia de un dictadorzuelo, lo haga por convicción o por necesidad ante sus interventores.
El lawfare comenzó con el juez De Prada incluyendo unas líneas contra Rajoy en una sentencia que no le afectaba para justificar, de manera torticera, la moción de censura interpuesta luego por Sánchez para evitar su defenestración en el PSOE, asegurada tras dos derrotas históricas en apenas seis meses.
Y continuó con la obscena designación de ministros y colaboradores directos para puestos clave de la Justicia, con Conde Pumpido, Laura Díez, Dolores Delgado, María Luisa Balaguer, Juan Carlos Campo o María Luisa Segoviano movilizados para hacer allí lo mismo que Tezanos en el CIS, Rosa María Mateos en RTVE o su antiguo jefe de gabinete, José Enrique Serrano, en Correos. De meros comisarios, claro.
Ahora quiere rematarlo con un asalto definitivo que, de ver victorioso, transformará la democracia en el mero envoltorio retórico de una autocracia caracterizada por la sumisión de todos los poderes a un único personaje y, a continuación, de éste a todos los enemigos de la Nación que esos tres poderes hubieran podido y debido frenar.
Si en la campaña se cometió el error de no situar el futuro constitucional de España como asunto central, por miedo a que abandonar las aguas templadas provocara ahogamientos, finalmente registrados cerca ya de la orilla; en el arranque de la legislatura no se puede chocar otra vez con la misma piedra por el temor al qué dirán.
Sánchez está dando un Golpe de Estado incruento, más como una termita que como un dragón pero con los mismos efectos. Y ante un desafío de esa magnitud, no se puede responder con tibieza: Sánchez es irrecuperable y, para disimularlo, necesita culminar un destrozo sin igual en Occidente. Eso no se puede frenar en horario de 8 a 3, ni tampoco normalizando ni un poco las relaciones con un sátrapa secuestrado por una mafia sin escrúpulos.