Dictador
Sánchez es Calígula, Atila, Rompetechos y Sila a la vez: ya ha cambiado el Régimen y no queremos darnos cuenta del todo
Pedro Sánchez no comparece en el Congreso para debatir sobre la ley de amnistía, que es la clave de bóveda de la destrucción de la Constitución en marcha, pero se va con Jorge Javier a hacer chistes de verificadores, que son menos graciosos que los de gangosos y mariquitas.
Kim Jong Un tampoco explica nada en la Asamblea norcoreana, pero posaba con el jugador de la NBA Dennis Rodman, apodado por algo 'El Gusano', y luego arrojaba a los perros a algún tío carnal por levantisco.
Ése es el modus operandi de un presidente que actúa como un psicópata en serie, carente de emociones y de sentimientos, pero plenamente consciente de las consecuencias de sus actos.
Sabe que no ha pacificado Cataluña y ha incendiado España; que Puigdemont, Junqueras y Otegi están tan comprometidos con la unidad nacional como Hamás con los derechos humanos; que la inclusión de un moñas de El Salvador como verificador desde Suiza eleva un problemilla doméstico a la categoría de conflicto internacional ya para siempre y que él, lejos de tener la sartén por el mango, es el chorizo que se fríe en ella a fuego lento.
Pero le da igual. Porque Sánchez ya ha ganado, aunque luego deje el país como si hubiera pasado por él una reencarnación de Atila, Rompetechos, Calígula y Sila, al que más se parece.
Como el emperador romano anterior a Cristo, Sánchez aspira a una dictadura camuflada, caracterizada por la emisión de proscripciones que prohíban, en resumen, la alternancia y la crítica y barnicen de legalidad el abuso, la represión y el destierro.
Lucio Cornelio Sila Félix, que si lo leen rápido del tirón suena como Pedro Sánchez Pérez-Castejón, solicitó formalmente a Valerio Flaco, algo así como el jefe del Estado algo decorativo, que resucitara la figura del «dictador para la promulgación de leyes y para la organización del Estado» y se ofreció modestamente para asumirla él mismo, algo que ocurrió gracias a la connivencia de unas instituciones previamente entregadas a su causa.
Nada es más absurdo que mirar a la historia con los ojos del presente, salvo no mirarla nunca, pero el parecido entre ambos figurines es cuando menos tentador: la amnistía sanchista concederá impunidad a los prófugos y golpistas, amén de ingentes sumas de dinero y competencias para reforzar su parque temático separatista; pero también se la regala a él mismo para rematar el cambio de Régimen inevitablemente ligado a sus decisiones y concesiones.
Avalar el delirio nacionalista incorpora, y no nos damos cuenta, la obligación de destruir la España constitucional, señalando enemigos, levantando muros y reformando la legalidad del consenso y la convivencia por otra del enfrentamiento y la ruptura.
Sánchez va a legalizar la amnistía, y después el referéndum, con un Congreso secuestrado por un Letrado Mayor torticero, una mayoría artificial, un Tribunal Constitucional de mentira y una pléyade de sicarios convenientemente desplazados a todas las instituciones necesarias para blanquear su pucherazo.
Hay quien teme que, por el chantaje externo o la convicción propia, haya un cambio de Régimen en España algún día. Pero hay que ser muy incauto para no darse cuenta de que ese día llegó y sus efectos son ya visibles y tal vez inevitables. Mientras Sánchez se ríe con Jorge Javier, en una charla de frívolos en la que solo uno tiene coartada, la igualdad y la libertad ya están siendo pasto de los perros.