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El observadorFlorentino Portero

Irán sí sabe lo que quiere

Los dirigentes iraníes saben que para Israel la vida de sus ciudadanos es, literalmente, sagrada, por lo que su gobierno estará tentado a intercambiar rehenes por miles de detenidos

Actualizada 01:30

No hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor ciego que aquel que no quiere ver. Cuando autoridades españolas y europeas se empeñan en lograr un alto el fuego definitivo en la guerra de Gaza, con argumentos como que urge evitar un desastre humanitario o la regionalización del conflicto, están haciendo un alarde de ceguera, de inmoralidad y de cobardía. Un alto el fuego supondría el triunfo de un grupo islamista y terrorista sobre una democracia, con gravísimas consecuencias en el medio plazo para la seguridad europea y de Oriente Medio. Estamos ante una crisis humanitaria, sin lugar a duda, causada por la provocación de Hamás y por su empeño en hacer de los gazatíes sus escudos humanos. Es su responsabilidad y darles cobertura, haciendo de la víctima un culpable, es una inmoralidad. La guerra es, desde el día del atentado, regional, porque se gestionó desde Irán con la colaboración de elementos desplegados en Siria y Líbano. Como he tratado de explicar en anteriores columnas, los objetivos van mucho más allá de acabar con Israel. Buscan la desestabilización de una buena parte de los estados árabes para poder llevar a cabo la, a su juicio, tan necesaria depuración del islam contemporáneo. Si Israel ha recibido más de mil cohetes desde Líbano ¿qué quiere decir no regionalizar? Sólo la cobardía de algunos puede explicar lo obvio, que el conflicto es, desde el primer momento, regional.

Mal médico es aquel que se empeña en combatir los efectos sin afrontar la causa de la enfermedad. La crisis de Gaza no se va a resolver deteniendo a las fuerzas israelíes sino forzando a sus responsables a abandonar este tipo de acciones. El principal responsable, que no el único, es el régimen de los ayatolás en Irán, que utiliza a distintos grupos locales para desestabilizar gobiernos y promover el islamismo en beneficio propio. Irán es un país potencialmente muy rico, pero que vive muy por debajo de sus posibilidades como consecuencia de guerras y sanciones ganadas a pulso. Es consciente de su debilidad, por lo que se ha esforzado en conocer a sus enemigos para aprovechar sus debilidades.

Los dirigentes iraníes saben que para Israel la vida de sus ciudadanos es, literalmente, sagrada, por lo que su gobierno estará tentado a intercambiar rehenes por miles de detenidos. Creen que Biden es un líder limitado, cuya política exterior está condicionada por las experiencias en Afganistán e Irak. La patética retirada desde el aeropuerto de Kabul fue una muestra inmejorable de hasta qué punto deseaba abandonar la región. En Ucrania actuó con prontitud, pero a la postre su miedo a las consecuencias que podría tener una derrota de Rusia le llevó a limitar las capacidades ucranianas, creando las condiciones para que Rusia, con la valiosa ayuda de Irán, logre finalmente la victoria.

Los líderes iraníes descuentan que Biden no autorizará una campaña contra ellos, por lo que el despliegue de dos grupos de combate aeronavales no les intimida en absoluto. Están convencidos de que manteniendo un nivel de baja intensidad a través de sus aliados yemeníes, libaneses o palestinos evitarán la intervención militar de Estados Unidos. Biden ya está en campaña electoral y no querrá presentarse a los comicios de noviembre habiendo introducido a Estados Unidos en otra guerra en Oriente Medio.

Mientras tanto la presión de los occidentales sobre Israel y de la calle musulmana sobre sus gobiernos se encargarán de velar por los intereses del Irán de los ayatolás. Al fin y al cabo, la inteligencia, el valor y el trabajo bien hecho merecen un premio.

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