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El observadorFlorentino Portero

¿Por qué nos espían?

Saber qué hacen nuestros aliados, aquellos que nos pueden arrastrar a situaciones no deseadas y/o ajenas a nuestro interés nacional, debe ser un objetivo fundamental de la comunidad de inteligencia

Actualizada 01:30

La detención de dos agentes del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) por pasar información clasificada a la Agencia Central de Inteligencia (CIA), siendo uno de los agentes un alto cargo, ha creado el lógico revuelo. Hemos leído u oído comentarios sobre lo innecesario de esa relación, pues supuestamente la estrecha colaboración entre ambas instituciones garantizaría a Estados Unidos el acceso a las informaciones y los análisis que necesita. También se ha hecho referencia, si bien vaga, a los temas en que se habría centrado la colaboración denunciada.

En términos generales podemos afirmar que todo el mundo espía a todo el mundo todo el tiempo y con todos los medios disponibles. Y es que el conocimiento es esencial para el ejercicio de la política. Como los medios son siempre limitados los servicios de inteligencia tienen que priorizar objetivos, una decisión que concierne a los gobiernos. Frente a lo que pudiera parecer un aliado es más peligroso que un rival o un enemigo. A estos últimos se les ve venir, por lo que sabes a qué atenerte. Sin embargo, un aliado puede suponer una vulnerabilidad crítica. Con él se comparte información, que puede llegar a filtrarse. Además, la seguridad propia queda vinculada a la suya, luego, de sus actos dependerá nuestro bienestar.

Saber qué hacen nuestros aliados, aquellos que nos pueden arrastrar a situaciones no deseadas y/o ajenas a nuestro interés nacional, debe ser un objetivo fundamental de la comunidad de inteligencia. No puede, por lo tanto, sorprender el escándalo de hace unos años al desvelarse el control de la inteligencia norteamericana sobre el Gobierno alemán, comenzando por la canciller Merkel. Los servicios de inteligencia germánicos estaban penetrados por Rusia, como el tiempo demostró, y la política exterior de Berlín era un disparate que nos llevaba a una dependencia de Rusia que finalmente hemos pagado todos. El Gobierno de Washington advirtió repetidamente de esa vulnerabilidad, con escaso éxito.

Hoy España se ha convertido en un problema para la Alianza Atlántica y para la Unión Europea, lo que explica que ambas instituciones dediquen más tiempo a tratar de entender qué está ocurriendo, para así poder evaluar sus efectos sobre ambas instituciones. Hace tiempo que dejamos de ser un actor previsible y cooperador para pasar a ser un riesgo que conviene tener bajo control.

Hagamos el ejercicio de ponernos en la piel de los directivos de la CIA en Langley. Observan cómo miembros del partido socialista y del entorno Podemos/Sumar se relacionan estrechamente con dirigentes cubanos o venezolanos, con responsables de las guerrillas colombianas y, en general, con el Grupo de Puebla. En resumidas cuentas, con fuerzas antidemocráticas y con vínculos con el narcotráfico. La relación no es meramente formal, sino de compromiso para sacar adelante un programa dirigido a subvertir el orden legal.

Si cambiamos de región nos encontramos a nuestro Gobierno asumiendo un protagonismo ajeno a nuestros intereses defendiendo las posiciones de Hamás frente a Israel y las monarquías árabes. Es decir, jugando a favor de Irán y de los islamistas. De nuevo, tratando de subvertir el orden constituido, lo que ha hecho a nuestro Gobierno merecedor del agradecimiento de Hamás, de una entidad islamista y terrorista que hace gala de su capacidad para ejercer la violencia hasta límites inauditos.

¿Cómo evaluarán en el cuartel general de la CIA las andanzas de dirigentes o personalidades españolas por Pekín, puestos al servicio de los intereses corporativos chinos o de facilitar el vínculo entre ese país y el Grupo de Puebla? El listado de estos personajes y despachos, a pesar de las posiciones formales de la Unión Europea y de la Alianza Atlántica, es, como poco, tan destacable como preocupante.

El esfuerzo español por contener a Rusia en Ucrania destaca por ser de los más bajos entre los europeos, con el agravante de que nos hemos convertido en un importante comprador de gas ruso, lo que supone un indisimulado aporte a su capacidad económica para seguir financiando el alto coste de la guerra.

A todo lo anterior tenemos que sumar la singular deriva nacional, por la que los socialistas, con sus socios radicales e independentistas, optan por dejar a un lado los consensos de la Transición para violar la Constitución, amnistiar a golpistas, denigrar décadas de vida política, someter a la Justicia y abrir un proceso de reorganización territorial con alto riesgo de acabar con el propio Estado. A fin de cuentas, como en casos anteriores, subvertir el orden constituido.

Si tenemos en cuenta todo lo anterior ¿a quién puede sorprender que Estados Unidos quiera saber más sobre quiénes y por qué están detrás de estas políticas? Si el Centro Nacional de Inteligencia tiene como cometido, según consta en el artículo primero de la ley que lo regula, «facilitar al presidente del Gobierno y al Gobierno de la nación las informaciones, análisis, estudios o propuestas que permitan prevenir y evitar cualquier peligro, amenaza o agresión contra la independencia o integridad territorial de España, los intereses nacionales y la estabilidad del Estado de derecho y sus instituciones». ¿Dónde encontrar mejores respuestas a las dudas que asaltan a nuestros aliados?

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