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Ojo avizorJuan Van-Halen

Nostalgia de un Gobierno sin sorpresas

Queda la resistencia de no dejarnos tratar como un rebaño. Hay que movilizarse para que se nos vea y se nos escuche

Actualizada 01:30

Si tuviese alguna virtud este Gobierno que padecemos acaso habría que concederle la de ser predecible en el error. Mi artículo anterior presentaba ciertas muestras de meteduras de pata de algunos miembros del Gabinete, y hoy, pocos días después, podría ofrecer al lector una nueva antología del disparate. Yolanda Díaz, la chulísima, confunde a la Reina Juana de Castilla con Juana de Arco, la primera muerta apaciblemente en Tordesillas y la segunda quemada en una hoguera en Ruan. Siempre he creído que nuestra esforzada Yoli habla demasiado y por ello tiene más oportunidades de demostrar sus grandes lagunas culturales. Además, se mete en todos los charcos.

El mismo camino lleva el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, con su esperpéntica cruzada contra lo que él, pobre, considera colonialismo de los museos nacionales. Ya se sabía que no tiene claro lo que es una colonia como demostró al enjuiciar la presencia de España en América. Lo peor de los ministros, sobre todo los patrocinados por Yoli, es que sólo aspiran a gobernar para los suyos y desde una visión menor, incluso los que han llegado con cierto pedigrí. Cercano a Yoli y a Ernest se coloca Óscar Puente, que no pierde ocasión de hacerse notar; en política ese afán no siempre suma. Recordemos el caso de Ábalos, que pasó de Delcy Rodríguez al cese. Los ministros con más vitalidad política son Luis Planas y José Luis Escrivá si atendemos a los años que llevan y lo poco que se ha hablado de ellos.

Lo cierto es que van dejando de ser noticia los disparates. Casi suman, en lugar de restar, los cambios de opinión, que es como se llaman ahora lo que siempre fueron mentiras. Con pocas horas de diferencia los ministros Bolaños y Puente opinaron exactamente lo contrario a lo dicho antes respecto a la inclusión del terrorismo en el borrón y cuenta nueva de la amnistía. Primero no entraba y luego sí; y se atrevían a razonarlo. La gente, los ciudadanos, el pueblo soberano, parece que cuentan con grandes tragaderas; por su gaznate cuela todo. Me he preguntado a qué se debe esa falta de interés del pueblo por su futuro. Le están engañando y no reacciona. Se están cargando el Estado de derecho y no cambian masivamente sus apoyos. ¿Habremos asumido el masoquismo como norma de conducta?

Los medios de comunicación cipayos de Moncloa ayudan lo que pueden. Tan pronto titulan en portada «El juez Castellón maniobra para anular el blindaje de Puigdemont» como «García-Castellón, un juez del PP contra la amnistía». Naturalmente estos medios no buscan ofrecer información veraz sino servir a sus amos y no mencionan la participación del juez Castellón en el caso Púnica, acaso el más sonado contra el PP. Tampoco llevan a sus portadas las maniobras del Gobierno para que se declare nulo lo actuado en el abultado caso de los ERE andaluces. Esas actitudes parecen ser tan normales como el hecho de que redacten la amnistía quienes van a ser agraciados con ella. Cada día creemos que ha llegado el límite de la ignominia y resulta que al día siguiente desde Waterloo se da un paso más. Y Sánchez y su tropa a obedecer.

Tenemos nostalgia de un Gobierno sin sorpresas, como los que conocimos antes de Zapatero. Un Gobierno que resuelva problemas, que haga cosas, que responda a lo que se espera de él. Ahora el ciudadano se despierta cada mañana esperando lo peor. Es una ingeniería ideológica que, al final, da miedo. Nos toman por tontos y algo de eso hay. Piense el lector no tanto en las mentiras, en los disparates, en las manipulaciones que nos lanza el Gobierno –que aún no nos ha dado cifras fiables ni de los muertos por la pandemia ni de los fijos discontinuos– sino en el paso de cada día, en el lugar al que nos llevan estas políticas. Cuando queramos reaccionar podría ser tarde. Ocurrió en Venezuela. Y ahí tenemos su realidad.

Nos aferramos a la nostalgia de vivir sin sobresaltos cada vez que se reúne el Consejo de Ministros. Pero esperamos lo peor cuando alguno de estos sabios de pacotilla anuncia una genialidad de parvulario. Soñamos con la tranquilidad de lo normal. Quedan pocas cartas. Queda la resistencia de no dejarnos tratar como un rebaño. Hay que movilizarse para que se nos vea y se nos escuche. Por ejemplo, mañana domingo en la plaza de España de Madrid. Quiero pensar que no todo está perdido.

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