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En primera líneaJuan Van-Halen

En el cumpleaños de un Rey

Los ataques a la Monarquía y al Rey, minoritarios y manipulados, responden a un revanchismo impostado, impresentable y además injusto

Actualizada 01:30

El Rey padre –lo de emérito es una cursilería– ha pasado su 86 cumpleaños rodeado de amigos en Abu Dabi padeciendo un exilio del que gracias al libro El Rey en el desierto, del compañero Alejandro Entrambasaguas, vamos conociendo detalles. Por ejemplo, que el deseo de Pedro Sánchez de que Juan Carlos I abandonase España fue trasladado al Rey Felipe VI por Carmen Calvo, entonces vicepresidente del Gobierno. No voy a entrar en la aceptación del Rey de la expulsión de España de su padre porque me faltan elementos de juicio, pero seguro que fue una decisión difícil.

La situación que deseaba Sánchez era irregular y no le correspondía. Atentaba contra la igualdad de los españoles porque un español no podía elegir libremente su residencia ni esperar los pronunciamientos judiciales, si existiesen, en el lugar que quisiese. Se buscaba la sensación de que el Rey padre huía. Juan Carlos I no tiene ningún reproche judicial a la espalda, está siendo sometido a una discriminación vergonzosa. Siempre se desechó la presunción de inocencia del Rey padre y se presionó desde el Gobierno a Felipe VI para que actuase en una determinada dirección. Es sorprendente, por ejemplo, que no pueda ni pernoctar en la que siempre fue su casa.

Sólo los ingenuos dudarán de que Felipe VI es el verdadero objetivo de esa operación de acoso y derribo. Un gran Rey que exhibió prudencia ante una situación que afectaba a su antecesor en la Corona que, además, es su padre. La grandeza de un Rey se visualiza en momentos singulares. Juan Carlos I la demostró al pilotar la Transición y cercenar el golpe del 23-F. Felipe VI obrará en conciencia lejos de presiones intolerables. Quien ostenta la alta responsabilidad de la Corona, cabeza de la Monarquía parlamentaria, constitucional, abarcadora de los intereses de todos los españoles, decide pensando en España. Juan Carlos I no debe morir en el exilio, entre otros motivos de enorme peso, porque sus servicios a España han sido extraordinarios, aunque lo desearían unos personajes menores, con escasez de neuronas. ¿Que el Rey padre cometió errores? Y quién no. Pero no empañan sus vitales servicios a España.

La izquierda que padecemos, cada vez más extrema y okupa, tiene en el punto de mira la Monarquía parlamentaria, como tiene la Constitución. Los que queman fotografías de Felipe VI son los mismos que las quemaban de Juan Carlos I, y los que se mostraron un día gozosos ante la posibilidad de guillotinar a un Rey de España (ocupan ministerios y alguna vicepresidencia) siguen sintiendo aquel gozo. Si alguien piensa que con agachar la cabeza y otorgar se va a cambiar lo que unos desalmados pueden haber previsto en su exclusivo beneficio, se equivoca. Con buenismo no se salvará la democracia. La estación de destino es tan clara como su inspiración: Venezuela o Nicaragua. Una democracia disfrazada de formal pero okupada. Me quedo con la consideración del Rey a las Fuerzas Armadas como «defensoras de la democracia, de la convivencia y de la identidad histórica de nuestro país». Es un compromiso responsable. Y constitucional.

Ilustración rey juan carlos

Paula Andrade

Tras cuatro decenios de franquismo, que había ido transformándose, en 1975 a Juan Carlos I le tocó cambiar la realidad que recibió. El cambio fue «de la ley a la ley», malabarismo ideado por Fernández Mirada, el hombre que requería el momento. La oposición exterior no tenía posibilidad alguna de cambiar aquel régimen. El Rey lo hizo contando con los reformistas de dentro, con Adolfo Suárez al frente, y el pragmatismo inteligente de los políticos de fuera. Y así llegó la democracia. En 1978 los españoles ya contamos con una Constitución en la que se incluye el sistema de Monarquía parlamentaria. La Constitución fue votada masivamente a favor. Significativos fueron los resultados en Cataluña: más del 90 por ciento de voto favorable.

Los ataques a la Monarquía y al Rey, minoritarios y manipulados, responden a un revanchismo impostado, impresentable y además injusto. El gran error de los ruidosos republicanos de este primer cuarto del siglo XXI es tener como referencia a la II República que llegó por unas elecciones municipales, que por cierto perdió en el conjunto de España, que se radicalizó con enorme ceguera, que enfrentó a los españoles y que no cumplió las expectativas que se le supusieron. Acabó en una tragedia sin paliativos: la guerra civil, tras las elecciones amañadas de febrero de 1936 y el reiterado anuncio de una revolución extremista según el modelo de la de 1917 en Rusia, como queda demostrado en los «Diarios de Sesiones» del Congreso, en los discursos, entre otros, del líder socialista Largo Caballero, y en la prensa de izquierda de la época.

Ahora no estamos ante una reflexión intelectual sobre la Monarquía. No ejercen la crítica sesudos pensadores en una controversia de altura, desde textos profundos y admirables. Se trata de maniobras de unos tipos menores que confunden los aspavientos de círculos partidistas con el rigor y la seriedad que corresponden a las Instituciones de esta vieja Nación. No amenaza a la Monarquía el pensamiento sino la gramática parda; no se trata de un debate de intelectuales sino del desbordamiento de quienes con incontinente desahogo se atribuyen una representación que no tienen.

He recordado estos días mis encuentros con el Rey padre antes de serlo, incluso antes de ser elegido sucesor a título de Rey. El primero, muy lejano, en 1968, junto a media docena de jovenzuelos preocupados por la política, en su mayoría no monárquicos, que salimos de la larga y abierta conversación convencidos de que aquel hombre conocía perfectamente los problemas de España y estaba decidido a afrontarlos con decisión. Aquellos amigos, hoy tan veteranos en la vida como yo mismo, me darán la razón si leen estas líneas. Juan Carlos de Borbón comenzaba un servicio a España, sin descanso, que nos traería la democracia. Nada menos.

  • Juan Van-Halen es escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando
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