Literatura y política: Dionisio Ridruejo
Fue un escritor que transitó por la política, no al revés. Sus mayores disgustos se debieron al incansable compromiso con el cambio hacia la democracia en España, que no llegó a ver
A veces he meditado sobre los desencuentros entre literatura y política. Son dos vocaciones que si coinciden en la dedicación suelen molestarse, perjudicarse recíprocamente. Tienen públicos distintos y valoraciones no siempre imparciales. La coincidencia crea a veces descompensaciones afectivas. Lo sé bien. Hoy no escribo sobre las locuras sanchistas sino sobre un político de raza, intelectual, riguroso, que sufrió defendiendo lo que creía.
Releí estos días el clásico Sonetos a la piedra (1943), de Dionisio Ridruejo. Él es una personificación de esa doble vocación literatura-política. Se cumplieron ya ciento diez años de su nacimiento en El Burgo de Osma, villa soriana en la que también vinieron al mundo el prohombre y ministro de la Primera República Manuel Ruíz Zorrilla, el dirigente sindicalista Marcelino Camacho, y el presidente de Castilla y León, ministro y presidente del Senado Juan José Lucas, buen y viejo amigo.
Dionisio Ridruejo es un poeta pulcro, elegante, de latido clásico, de un garcilasismo perfeccionista, perteneciente a la llamada generación del 36 o primera generación poética de la posguerra, que además cultivó el memorialismo y el ensayo geográfico, y del que se han publicado epistolarios. Desde edad temprana asumió militancia política y responsabilidades directivas en la propaganda de la España bélica del bando nacional, iniciando una trayectoria vital de compromiso consigo mismo que desembocó en la ruptura con el régimen, en la denuncia activa de la dictadura, y en la cárcel, el destierro y el exilio. Murió el 29 de junio de 1975, cinco meses antes que Franco, con quien había colaborado en su día lealmente como político, soldado y escritor. No llegó a vivir la Transición en la que, sin duda, hubiese tenido mucho que decir.
La vida de Ridruejo fue un ejemplo de ética; su evolución le llegó a caballo de las circunstancias que le tocó vivir y, en contra de lo hecho por no pocos, abandonó el barco no como las ratas sino con la travesía viento en popa: en 1942 a su regreso del frente ruso, enrolado como voluntario en la División Azul. Ya entonces expuso con dureza a Franco que ejercía «una especie de revanchismo deportivo, dando a la honrosa tarea del poder una categoría de pago de gratificaciones» y le anunció: «El régimen se hunde como empresa aunque se sostenga como tinglado». Lo que comenzó siendo una ruptura formal porque consideraba al franquismo alejado de la ortodoxia falangista que había asumido en su juventud, desembocó en una apuesta por la solución democrática uniéndose a la oposición real.
Ridruejo fue encarcelado en 1956 tras la protesta estudiantil del 9 de febrero; en 1957 denunció la realidad política española en un informe reservado a Franco, y más tarde fue nuevamente encarcelado bajo la acusación de fundar Acción Democrática, enfrentándose a dos procesos. Inició los sesenta ejerciendo la docencia en universidades norteamericanas, y en junio de 1962 acudió al IV Congreso del Movimiento Europeo en Múnich, tildado «contubernio» en parte de la prensa española, con asistencia de 118 representantes de la oposición interior y del exilio de todas las tendencias políticas excepto el PCE. Algunos de los asistentes del interior fueron deportados a su regreso a España, y Ridruejo decidió exiliarse en París hasta 1964. De vuelta a Madrid continuó su actividad literaria y política y en 1974 fundó un nuevo grupo: Unión Social Demócrata Española (USDE).
Traté a Dionisio Ridruejo desde finales de los sesenta. En solitario o con un pequeño grupo de amigos –algunos de los cuales ocuparían importantes responsabilidades públicas en la Transición– le visitaba en su casa de la calle Ibiza, y compartimos mesa y mantel en tabernas clásicas que a él le encantaban; hablábamos tanto de literatura como de política. Recuerdo especialmente un almuerzo en «El viejo león», de conversación variada muy interesante y con larguísima sobremesa. Conocí entonces a la persona, al poeta, al político que siempre intuí. Dediqué a aquellos encuentros el poema Corcel del tiempo en mi libro Púrpura y ceniza (1987).
Cuando murió Dionisio, en la recta final del franquismo, yo trabajaba en RTVE, a cuya plantilla pertenecía desde años antes, y recuerdo que se dio vía libre a un elogioso reportaje sobre el escritor y político en la entonces única televisión de España. La rica personalidad y la bonhomía de Ridruejo se visualizaron en la variopinta adscripción ideológica de los asistentes a su entierro: Pilar Primo de Rivera, Enrique Tierno Galván, Ramón Serrano Suñer, José Luis López Aranguren, José María Gil-Robles, Gerardo Diego, Luis Rosales, Pedro Laín Entralgo, Juan Rof Carballo, entre tantos.
En la esquela periodística que se publicó bajo su nombre sólo una palabra: «Escritor». La que había sido su dedicación permanente, contra viento y marea, desde su mocedad. Su poesía, el principal género literario que cultivó, es clara, de serenidad formal, con dominio absoluto del soneto. Se inició en la estela machadiana y destacan entre sus temas el amoroso, el compromiso religioso, el compromiso patriótico y la naturaleza; todos volcados al intimismo. En 1950 recibió el Premio Nacional de Poesía por En once años, una recopilación de sus primeros libros, y en 1953 el Premio «Mariano de Cavia» por su artículo «En los setenta años de José Ortega y Gasset».
Dionisio fue un escritor que transitó por la política, no al revés. Sus mayores disgustos se debieron al incansable compromiso con el cambio hacia la democracia en España, que no llegó a ver. Un hombre cabal, ético, de trato exquisito y buen humor. Y sobre todo un grandísimo poeta.
- Juan Van-Halen es escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando