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en primera líneaJuan Van-Halen

Literatura y política: Agustín de Foxá

Resulta fundamental su dedicación como escritor en periódicos. Él mismo sostenía que llegó a la Real Academia no por su novela, su poesía o su teatro sino por sus artículos. Lo cierto es que siguen reeditándose obras suyas

Actualizada 01:30

La semana pasada escribí sobre Dionisio Ridruejo. Un amable comentarista –no todos son amables–rrecordó el ingenio deslumbrante de Foxá. Doy un momento de asueto a comentar la deconstrucción sanchista de España dedicando estas líneas a Foxá, en efecto un ingenio deslumbrante y un gran escritor que transitó también por la política aunque de puntillas.

Agustín de Foxá, conde de lo mismo como él decía, nació en 1906 y murió en 1959. Escritor multifacético: poeta, novelista, dramaturgo, articulista… La historia de la literatura no le ha hecho justicia por motivos extraliterarios. Son encomiables su obra teatral en verso «Cui-Ping-Sing» y su drama romántico «Baile en Capitanía». En su literatura destaca «Madrid, de Corte a checa», acaso la mejor novela de la guerra civil desde la perspectiva de los vencedores. Resulta fundamental su dedicación como escritor en periódicos. Él mismo sostenía que llegó a la Real Academia no por su novela, su poesía o su teatro sino por sus artículos. Lo cierto es que siguen reeditándose obras suyas.

Fue famoso el ingenio de Foxá en el «todo Madrid» de la época. De verbo afilado y demoledor se perdía por una frase que mereciese comentarse en un tiempo en que el ingenio contaba. Ahora el ingenio, desde el ámbito académico al parlamentario, suele estar ausente; habría que promover salvar el ingenio como otros promueven salvar las focas.

A los veinticuatro años Foxá ya era diplomático. Destinado en Bulgaria, ya en la guerra apareció en la Salamanca cuartel general que era faro de la España sublevada, entre Laínes, Tovares, Ridruejos, Torrentes, el cuñadísimo, el hermanísimo, soldadesca, intrigas sordas o no tanto, moros, y el general Millán Astray atronando, pero no silenciando, a un don Miguel de Unamuno hecho a cincel. Un ingenio como el de Foxá brilló en aquel escenario.

Desde joven repartió mandobles verbales que le crearon enemigos y le hicieron perder amigos. Es una obra no recogida en libro que permaneció en la memoria de quienes fueron testigos y la transmitieron a sus contemporáneos. Algunas de esas muestras de su ingenio le crearon problemas en un tiempo en el que en las alturas se encajaban mal las ironías sobre asuntos políticos.

En el punto de mira de su ingenio mordaz estuvieron personalidades del sistema como el dramaturgo Joaquín Calvo Sotelo –único voto en contra en su elección académica–, el general Millán Astray, algún amante de alto copete de Celia Gámez, la propia artista, y la familia de bodegueros Domecq. Sobre ellos, entre otros, circulaban por los salones de Madrid vitriólicos sonetos sin firma que se le atribuían de inmediato. Foxá ni negaba ni afirmaba su autoría. Como homenaje citaré algunas de sus ocurrencias.

Un diálogo entre Foxá y el yerno de Mussolini, el conde Ciano, ministro de Asuntos Exteriores, le valió ser expulsado de Italia en veinticuatro horas. En una recepción le dijo Ciano: «Cuidado, conde, cualquier tarde le matará el güisqui en una embajada». A lo que contestó rápido Foxá: «Cuidado, conde, cualquier tarde le matará Marcial Lalanda en una plaza de toros». Se cuchicheaban en Roma las infidelidades de la condesa.

Nuestro autor escribió la obra «Gente que pasa» en colaboración con José Vicente Puente, dramaturgo y fabricante de camas. Los dos escritores se enemistaron. Foxá le dedicó unos versos: «Hace camas y comedias / pero con tan mala suerte / que en las camas te despiertas / y en las comedias te duermes». Antonio Díaz Cañabate firmó una crítica feroz y Foxá le contestó con uno de sus terribles epigramas: «A ese escritor botarate / que en todas partes se mete, / no le digas Cañabate / dile sólo: “¡Coño, vete!».

Durante su destino en Sofia, un diplomático extranjero, faltón e impertinente, se pasó de la raya y amenazó a Foxá con enviarle sus padrinos para batirse en duelo. Resulta que el violento colega era un marido burlado, circunstancia pública y notoria, y Foxá le atajó: «Sería una lástima pues daría motivo a mi primera estocada y a su última cornada».

En un homenaje que le ofrecieron en La Habana en 1954, el gran poeta cubano Gastón Baquero le llamó «caballero de la imprudencia». Una tertulia habanera se torció y un asistente, propietario de uno de los mayores ingenios azucareros de la isla, insistió en sus comentarios irónicos sobre la presencia de España en Cuba. Foxá le cortó, improvisando: «Para presumir de genio / y para hablar mal de España / hay que tener mucho ingenio / y el suyo… sólo es de caña».

Un senador chileno le reprochó que se hablase de entregar la vida por la patria y el Rey. «¿Y por qué yo no podría morir por el presidente de la República?», le preguntó. Y Foxá respondió con su temida inmediatez: «Porque morir por el presidente de la República sería como morir por el sistema métrico decimal».

Curzio Malaparte y Foxá se hicieron amigos en Finlandia durante la guerra mundial. El español transita por páginas de «Kaputt» y del «Diario de un extranjero en París». Una noche, delante de testigos, Malaparte, lisonjero, preguntó a Foxá: «Conde, yo, si no fuera Malaparte, quisiera ser Foxá ¿y usted?». «Yo, Bonaparte», contestó el español. Obviamente el italiano esperaba otra respuesta.

Al final de su vida Foxá era un heterodoxo incómodo, cansado de cansarse, descreído de la política. No perdió el ingenio: «Ciertas revoluciones sirvieron a una trilogía; la revolución francesa a “libertad, igualdad y fraternidad»; en mi juventud me adherí a la trilogía «patria, pan y justicia»; ahora en la madurez proclamo otra: «café, copa y puro». Así era Foxá, un travieso niño grande crecido contra el tiempo que vivió, o a pesar del tiempo que vivió. Cuando llegó a Madrid de su último destino en Manila, desahuciado por los médicos y en camilla, comentó a su hermano: «Aquí viene el último de Filipinas». Hasta el final.

  • Juan Van-Halen es escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.
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