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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Gritemos hasta desgañitarnos

Esta vez lo que mueve a la gente, gente de bien, es la democracia y la defensa de su nación

Actualizada 07:54

Impedir que España se rompa en mil pedazos es una buena acción. Sin duda la mejor. Ayer rugieron las calles de Madrid; el león está indignado. Lo normal en una democracia asentada sería que los ciudadanos esperaran a las urnas para hablar, pero ya no hay tiempo, no es suficiente. Una suerte de alianza de perdedores alcanzó el poder el 23 de julio y seguirán detentándolo por lustros en tanto en cuanto haya siete millones de votantes socialistas que prefieren que no gobierne la derecha, aunque su partido lo haga con los pantalones y la dignidad por el suelo.

Pensarán en Moncloa, desde el culto a Su Sanchidad, que lo que ocurrió ayer a pocos kilómetros de su solaz indiferencia es el pasatiempo histérico de unos ultras hartos de gintonic y que la mecha se apagará en cuanto llegue el buen tiempo y las ganas de playa. Pero están equivocados. Esta vez lo que mueve a la gente, gente de bien, es la democracia y la defensa de su nación. Todos los fantasmas que dormían desde la transición pululan ahora libremente por el Parlamento, amenazantes, arrastrando sus cadenas y produciendo un ruido que produce escalofríos: indultos, amnistía, libertad para los presos de ETA, Navarra vasca, privilegios nacionalistas, populismo al poder, intervencionismo económico, persecución de los jueces, incumplimiento de la Constitución.

La oposición hace lo suyo en el Parlamento y en Bruselas. Los jueces independientes hablan sin recato a través de sus autos –García-Castellón es un ejemplo. Pero hace falta una tercera vía cívica, reservada para cuestiones límites; y esta lo es. Contra un abuso manifiesto, la calle, llena de banderas españolas y europeas, debe gritar hasta desgañitarse, para que lo oigan en Europa, donde cada vez hay más moscas detrás de más orejas. Bien es verdad que la Comisión Europea no va a intervenir en cuestiones aprobadas por un Parlamento soberano, pero el señalamiento a los jueces, la estrategia del Gobierno y sus socios de interferir en su papel constitucional es una línea roja que, si se traspasa, ya no habrá vuelta atrás. Sería difícilmente digerible que el mismo comisario de justicia que va a llamar a capítulo pasado mañana al Gobierno y a la oposición española para que renueven el CGPJ, mirara para otro lado cuando –esta sí lo es– una amenaza tan grave se cierne sobre nuestro poder judicial.

Ayer había ciudadanos de Badajoz que no quieren que uno de Palafrugell sea superior a él. Vecinos de Huesca que no entienden eso de condonar la deuda de los catalanes si los aragoneses siguen teniendo que pagar la suya. Pero sobre todo ayer paseaban por Madrid muchas razones emocionales que claman porque nadie les quite lo que es suyo, que nadie arrolle sus legítimas ideas para que un sujeto precisado a vender el respeto siga durmiendo en un colchón palaciego.

Ayer millones de personas gritaron desde la villa y corte que no se van a callar ni a vivir detrás de un muro. Que no olvide Pedro que Madrid es ciudad de motines: Esquilache, Oropesa… Y para defenderse de los atropellos del poder no hace falta levantar barricadas ni romper papeleras; con la verdad proclamada seremos libres. Lo que no está claro es que un ególatra pueda gobernar cuatro años contra doce millones de españoles, a los que no puede hacer desaparecer como si fueran ministros caídos en desgracia.

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