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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

La sanidad pública y el izquierdismo infantiloide

No hay tópico más querido por el «progresismo» regresista ni más falaz que el de que la derecha ha desmantelado la atención sanitaria

Actualizada 09:48

Historia verídica, y por lo demás rutinaria, que me contaron el domingo. En la tarde del pasado sábado, una anciana gallega de 88 años se sintió indispuesta mientras caminaba por el centro de su ciudad. Se notaba mareada, como si se le fuese la cabeza, y como llevaba varios días con sensaciones similares se preocupó y decidió acudir a las Urgencias del hospital público local.

Si esa octogenaria hubiese hecho lo mismo en Inglaterra, por poner un ejemplo, lo más probable es que en el centro médico le recomendasen amablemente que se tomase un té y unas galletitas para subir la tensión y la despachasen a su casa (y lo digo porque durante unos años conocí/sufrí de primera mano la sanidad pública inglesa).

¿Pero qué pasó en Galicia, donde como es sabido «la sanidad pública ha sido desmantelada por la derecha», según recalcó la izquierda hasta el hartazgo, con manifestación incluida en plena campaña? Pues pasó lo siguiente: la anciana fue ingresada, le dieron un pijama, una cama y una merienda, le hicieron varias pruebas, incluido un tac, y a las diez y media de la noche se marchó a su casa con sus resultados y la tranquilidad de que todo estaba bien. Ese susto, que al final se quedó en nada, le costó al erario público gallego más de dos mil euros en pruebas.

Es decir, en España disfrutamos de una sanidad pública de élite, aunque como toda obra humana es mejorable y a veces sin duda existen fallos y demoras exasperantes. En realidad el problema no es que esté siendo «desmantelada por la derecha», porque no es así. El auténtico problema, que los políticos no se atreven a mencionar en alto y afrontar, radica en que el sistema, tal y como está concebido, resulta extremadamente caro y de hecho nos tenemos que endeudar para poder mantenerlo (agujero que irá a más en unas sociedades cada vez más envejecidas).

No hay campaña electoral en que el «progresismo» regresista no agite el espantajo de que la derecha se está cargando la sanidad pública y privatizándola. En vísperas de la mayoría absoluta de Ayuso en Madrid se vivieron sonoras huelgas al respecto (de nada sirve que sus datos de listas de espera sean mejores que la media, o que la comunidad se haya convertido en la de mayor esperanza de vida de España, lo cual es imposible sin una excelente sanidad). En Galicia, Ana Pontón, la candidata separatista y jurásico-marxista del BNG, repetía que «el PP es el Terminator de la sanidad». El vapuleado Besteiro, el candidato del PSOE, salmodiaba la misma cantinela y se ofrecía para «rescatar la sanidad».

El desmantelamiento llega a tales extremos que en La Coruña se está ampliando su hospital con una obra que costará la friolera de 500 millones. Villas del tamaño de Verín (13.000 habitantes) o Ribeira (27.000) cuentan con hospitales públicos de buen empaque; lo cual –y aquí me meto ya de cabeza en la «fachosfera»– en realidad supone un alarde, magnífico y que se agradece mucho, pero que no existe en muchos países del primer mundo.

Al final, toda esta demagogia ejemplifica uno de los principales talones de Aquiles de la izquierda española: se niega por sistema a preguntarse cuánto cuestan las cosas. Se comportan como si el dinero público no fuese de nadie, como dijo Carmen Calvo en cita inolvidable. Parten de que los recursos públicos son ilimitados y abogan por una concepción infantiloide de la vida, ajena al concepto de responsabilidad.

Ante esos planteamientos de todo es un asco y nada funciona, los gallegos les han aplicado en las urnas una propulsión percuciente en el tramo final de la espalda. Una lección de sentido común de las que ya no se estilan.

(Coda: Pasan las horas y sin noticias de Mi Persona. Al culpable directo de la debacle del PSOE en Galicia parece habérsele extinguido la pasión compulsiva por los micrófonos que le había entrado en la campaña y la precampaña. El muerto que se lo coma Besteiro y yo a seguir paseando en el Falcon. Un súper clase. Siempre esa maravillosa pasta humana).

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