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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Dos dignas mujeres retratan a Marlaska

Por más reprobaciones que acumule Marlaska, por más abucheos que sufra allí donde pone el pie, por más que solo le salve de un plante la obediencia debida de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, su talla humana ya no tiene redención

Actualizada 01:30

Cuando uno cree que no se puede caer más bajo siempre llega Fernando Grande-Marlaska a demostrar que él sí puede, puede hozar hasta llegar al más nauseabundo de los fondos. El ministro del Interior que fue nombrado por Pedro Sánchez, en un cálculo estratégico, para ganarse a los ciudadanos que le tenían por un buen magistrado de la Audiencia Nacional, empeñado en poner a la sombra a los criminales de ETA, tiene la probada habilidad de ensuciar con su verbo las mejores causas, contra las que conspira desde que se convirtió en el sanchista con menos escrúpulos que pisa el Consejo de Ministros, siempre por detrás del presidente, como no podía ser menos.

Frente a frente con el bien en el hemiciclo, en este caso representado por Marimar Blanco, diputada del PP, pero sobre todo y por encima de todo la hermana de uno los mártires españoles del siglo XX, al que arrebataron la vida los etarras, Marlaska encarnó el mal, lo peor del ser humano, intentando dar lecciones políticas a quien derrocha dignidad para regalarle a él y a su nutrida compaña de ministros. Verse cara a cara con Marlaska, desde ese caudal de dignidad, debe ser intragable para cualquier persona decente; como le debió pasar a la viuda del agente asesinado en Barbate, que decidió echarle del funeral de su marido.

Sin embargo, no hay paz de conciencia para los malvados. Desde que tuvo que vivir ese reproche moral tan demoledor, el ministro no ha hecho más que perseverar en la ignominia, sin ponerle sordina con el más mínimo gesto de solidaridad con las víctimas del narco. Lejos de eso, sus compañeros de Gobierno y él mismo no han compartido ni un minuto de silencio en el Congreso, los socialistas catalanes se opusieron a que los homenajearan en el Parlament, en Bruselas se negaron a declarar su trabajo como profesión de riesgo y su jefe viaja a Marruecos para agradecer a Mohamed VI la labor tan encomiable que hace su régimen mirando para otro lado mientras las mafias del narco imponen un miniestado en el campo de Gibraltar. Todo en orden, pues.

Pero que el currículum de Marlaska no nos despiste de la anatomía del instante en el que el mismo que ha acercado al País Vasco al asesino de su hermano, le aconseja a Marimar que vuelva al espíritu de Ermua, que reconduzca la causa de las víctimas al redil del Gobierno, según el cual agradecidos tienen que estar todos los deudos de ETA y el resto del españoles de que hayan dejado de matarnos, de que hayan ejercido la magnanimidad solo propia de grandes corazones de no poner bombas en los bajos de nuestros coches o de no pegar tiros en la nuca especialmente a concejales veinteañeros con toda la vida por delante.

Hay que tener un desahogo apabullante para abordar así a una mujer que, junto a sus padres, tuvo que trasladar el cuerpo de su hermano a un cementerio gallego porque los que le habían matado y sus corifeos a las órdenes de Otegui profanaban, meses después de la vesania, su joven tumba con pintadas insultantes, en una suerte de segundo asesinato.

Por más reprobaciones que acumule Marlaska, por más abucheos que sufra allí donde pone el pie, por más que solo le salve de un plante la obediencia debida de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, su talla humana ya no tiene redención. De la política y sus avatares se sale, incluso de la sobreactuación para conservar las prebendas del poder se puede uno recuperar con el paso del tiempo, pero de la inmundicia moral es imposible. Metafísicamente imposible. Y a Marlaska siempre le perseguirán dos pares de ojos que pertenecen a dos mujeres tan dolientes como plenas de probidad, tan llenas de ausencias eternas como eternamente íntegras.

Solo cabe ya una pregunta obligada para el juez y hoy político en comisión de servicios. Después de la viuda de una víctima del narcotráfico, después de la hermana de un asesinado por ETA, ¿cuándo quemará usted en el altar del sanchismo su último gramo de autoestima?

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