El ciruelo de Ortúzar
Hoy, Sabino Arana habría montado en cólera, al conocer la degradación racial de su pueblo. Para Sabino, los castellanos eran sinónimo de fealdad y retraso. Quizá no visitó Madrid, ni Segovia, ni Ávila, ni Salamanca...
Ortúzar, el simpático dirigente del PNV, se ha exaltado en demasía con la pequeña historia de la ikurriña, cuya traducción al español, es 'banderola'. Ha dicho, llevado por la emoción a los aledaños del éxtasis, que «la ikurriña es la expresión de un pueblo, el vasco, que año tras año y siglo tras siglo sigue luchando por ser un pueblo entre los otros pueblos del mundo». La ikurriña no se diseñó para ser la expresión de ningún pueblo, incluido el vasco. De ser así, se habría denominado ikurrin, que significa 'bandera', obviando el diminutivo cariñoso. La ikurriña es muy joven. El hermano menor de Sabino Arana, Luis Arana Goyri, que era el más listo de la familia –Sabino era férreo y empecinado, pero tonto–, se inspiró en la Union Jack del imperio británico, cambiando los azules de Escocia por los verdes cantábricos. Y lo hizo para representar a un partido, el bizcaitarrista, posteriormente conocido por PNV, si bien recelaba de guipuzcoanos y alaveses, alaveses que para el fundador del bizcaitarrismo, eran más burgaleses que vascos. Álava siempre estuvo influida sociológicamente por Castilla, con las provincias de Burgos y La Rioja, y también por Navarra, exceptuando su zona vizcaína de Llodio y sus entornos. Guipúzcoa, con su señorial San Sebastián, no se puede entender sin la influencia madrileña y monárquica de la Corte de Alfonso XIII y su madre, la Reina María Cristina de Habsburgo, y la vecindad de Francia. Y Vizcaya, con Bilbao a la cabeza, por la industria alemana y su ensoñación británica, como la de aquella señora de Neguri que para facilitar la ubicación de su domicilio lo hacía de esta singular manera: «Llegando a Neguri de Dover o de Southhampton, la segunda calle a la derecha». Pero en la Historia, la ikurriña aranista tiene muy escaso recorrido. Sabino Arana, que despreciaba a las mujeres, se casó con Nicolasa Achica, con la que matrimonió en 1900. Sabedor de su reducido caudal de testosterona, se la llevó a Lourdes en pos del milagro, pero el milagro no se produjo, porque la Virgen de Lourdes no estaba ni está para ese tipo de solicitudes. Fallecido Sabino Arana, Nicolasa se caso de nuevo con el marino Eugenio Alegría, y lo pasó bastante mejor.
Hoy, Sabino Arana habría montado en cólera, al conocer la degradación racial de su pueblo. Para Sabino, los castellanos eran sinónimo de fealdad y retraso. Quizá no visitó Madrid, ni Segovia, ni Ávila, ni Salamanca, ni los tesoros románicos de Burgos y Palencia, ni Valladolid, ni Soria. La tragedia es que el próximo presidente lendakari, sin 'h', candidato del PNV, si Bildu-ETA no lo remedia, será un puro castellano cuyos padres se instalaron en Santurce. Manuel –ahora Imanol– Pradales Gil Boscones y Gutiérrez. Los Pradales Gil, para mayor irritación en el alma errante de Sabino, provienen de la segoviana localidad de Pradales o de Ciruelo de Pradales, un pueblo perteneciente al mismo municipio. Entre sus ocho primeros apellidos, no figura ninguno que tenga que ver con las Vascongadas. Claro, que su alma errante haría bien en comprender que, en Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, los apellidos más comunes son García, Fernández, Pérez y López. Y me pregunto, si el pueblo al que se refiere Ortúzar, el simpático dirigente separatista vasco, al tremolar con el ánimo encendido su entusiasmo por la ikurriña, tan jovencita ella, no será Ciruelo de Pradales. Con una singular extravagancia histórica que haría bien en airear y aprovechar el PNV. Ciruelo, en vascuence, se escribe y se dice arana. Es decir, que traducido, Sabino Arana se llamaba Sabino Ciruelo, y que la localidad del candidato a la presidencia del Gobierno vasco, nació en Pradales de Arana, y así se arregla un poquito la cosa.
Es decir, que el candidato del PNV es vasco hasta las cachas.