Taberna solo para rojos
El exvicepresidente ha abierto el bar Garibaldi en el centro de Madrid y ha preferido ponerse gracioso –maldita la gracia– llamando a los platos veganos «No me llames Ternera». Pablo nunca defrauda
Ahora que Pedro Sánchez le ha robado a Pablo Iglesias la ideología, el sectarismo, el olor espeso a doctrina trasnochada, la okupación de las instituciones, la cacería del adversario, el insulto como estrategia, el resentimiento social contra los discrepantes, la criminalización del empresario, el señalamiento a la prensa y la demonización comunista de los jueces independientes, regresa Pablo. Se ha cansado de que le plagie el oportunista narciso y ha vuelto curiosamente como un ayuser. Ver para creer.
Todo el mundo tiene derecho a buscarse la vida. Incluso Pablo Iglesias Turrión, que se la ha negado a todo el que no opinaba que el gulag soviético que quería endilgarnos era un oasis de relax y amistad. El exvicepresidente ha abierto el bar Garibaldi en el centro de Madrid al grito de yo a las Cortes subí, yo a las tabernas bajé, porque las tabernas son el último bastión de la libertad del proletariado. Lástima que Pablo conspirara contra esos conceptos –libertad y un Madrid tabernario– intentando acabar con Isabel Díaz Ayuso cuando abandonó el gobierno en 2021, y terminó acabado él y ella con mayoría absoluta. Estoy segura de que va camino de votar a la presidenta madrileña para que le permita ampliar la terraza y el horario a su boliche. Si traicionó el catecismo revolucionario según el cual un chalé era de fachas y Vallecas el paraíso de los pobres, por qué no va a montar un negocio, pagar nóminas, regatear las horas extra a los trabajadores, quejarse de la fiscalidad extractiva de su excompañera de Gabinete Marisú y defender su local a prueba de okupas. Bienvenido a la vida no subvencionada.
Pablo nunca defrauda. Aunque hay quien le aconsejó llamar al local «El harakiri», en recuerdo a su gesto de sacrificio dejando el Gobierno para evitar que «los fachas» se apoderaran de Madrid, ha elegido un nombre para su bareto muy propio de su ideario, en homenaje a la Brigada Garibaldi. Y para la carta no ha dejado nada a la improvisación: fidel mojito, ché daiquiri, gramsci negroni, mandela zulú o enchiladas viva zapata. E igual que en Casa Labra –donde otro Pablo Iglesias fundó el PSOE–, son típicos los «Soldaditos de Pavía», en Garibaldi se podría crear un plato que se llamara «Ex cocidos de Vallecas». Pero ha preferido ponerse gracioso –maldita la gracia– llamando a los platos veganos «No me llames Ternera», en alusión a la petición que le hizo el sanguinario etarra Josu Ternera a Jordi Évole en la vomitiva entrevista que le hizo.
Pura frivolidad de un fracasado que no consiguió derribar las columnas del templo, aunque desgraciadamente su heredero, Caín Sánchez, está culminando su obra. Cuando Iglesias dejó el Gobierno ni podía soñar que Pedro fuera a entregar una amnistía a la carta a Puigdemont, trabajara para la plurinacionalidad de España y convirtiera a su amigo Otegi en socio preferente. Estoy segura de que el vecino de Galapagar no da crédito a la capacidad de su ex jefe de convertirse en un sumiso corderito contra los que conspiran contra España. Supo de su traicionera naturaleza, pero quizá nunca hasta los extremos actuales. Le ha superado hasta a él.
Cuando supe de su proyecto hostelero entendí perfectamente por qué insistía tanto Yoli Díaz en cerrar los restaurantes a la hora europea. Entre Superyol y Ayuso imaginen con quién se va a quedar Iglesias. Ah, por cierto, dice que es un bar solo para rojos. Para ello, es aconsejable que, cuando amplíe la taberna, la convierta en un parque temático donde la gente pueda visitar réplicas de las cárceles de Maduro, las colas de racionamiento cubanas o las purgas masivas en la Europa Oriental. Así el negocio será exactamente para rojos.