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El observadorFlorentino Portero

Momento de alivio en las relaciones internacionales

Es tiempo de un necesario diálogo estratégico entre las dos orillas del Atlántico para tratar de llegar a un acuerdo sobre intereses, amenazas y políticas

Actualizada 01:30

¡Por fin nos llega una noticia positiva en el ámbito de las relaciones internacionales! Tras unas semanas en las que se había convertido en algo normal hablar del comienzo de una III Guerra Mundial como consecuencia del neoimperialismo ruso, de la deriva del conjunto de crisis intrínsecas al Oriente Medio o de las tensiones ocasionadas por el expansionismo chino en el Pacífico, supone un alivio saber que el Congreso de los Estados Unidos, por ahora, sigue comprometido con la seguridad europea apoyando a Ucrania. Estamos hablando de más de 60.000 millones de euros, una cantidad respetable que tiene que permitir al gobierno de Kiev continuar resistiendo. Rusia dispone de más hombres que Ucrania, pero este último país puede compensar esa diferencia con motivación, capacidades e inteligencia. No hay ninguna ley que aboque a una derrota ucraniana, por muy segura que Rusia se encuentre de su victoria. El general Gerásimov confía más en nosotros que en sus hombres para poder alcanzar el Dniéper e, incluso, llegar hasta Odesa. Y tiene razón. Si la clave del resultado final reside en nuestra firmeza, el análisis sobre lo que hay que hacer es sencillo. Todo se reduce a trasformar nuestras enfáticas declaraciones en actos.

El Congreso de los Estados Unidos nos ha proporcionado un momento de alivio, que no es poco, pero sólo eso. No está nada claro qué va a ocurrir cuando el próximo mes de enero comience un nuevo ciclo presidencial, gane quien gane las elecciones en noviembre. Lo único seguro es que estamos entrando en un nuevo tiempo a extraordinaria velocidad y que, hasta la fecha, nos hemos limitado a ser reactivos. Más vale reaccionar que quedarse inerte ante los acontecimientos que estamos viviendo o, si se prefiere, sufriendo, pero no es suficiente. Los europeos tenemos que ser capaces de decidir qué queremos, asumir los riesgos y amenazas a los que nos enfrentamos y acordar una política común. De lograrlo tardaremos años en recoger sus frutos, pero estaremos avanzando en la dirección correcta. No hay más plan b que la vuelta a las políticas nacionales, pero nuestros estados carecen del tamaño crítico para poder actuar en un entorno globalizado.

¿Es Estados Unidos un aliado o un rival? No creo que podamos responder a esta pregunta en un tiempo breve. De lo que no tengo duda es de que las élites norteamericanas han vuelto a sentirse atraídas por el arraigado discurso aislacionista. Es normal. En tiempos de incertidumbre nuestro instinto nos lleva a una vuelta a los fundamentos y Estados Unidos, conviene no olvidarlo, nació como un conjunto de colonias formadas por personas que huían del desastre europeo y que buscaban un entorno pacífico para sacar adelante a sus familias. Tienen razones para dudar de las ventajas de una política comprometida con el resto del planeta, aunque mucha culpa de los malos resultados recaiga en su incapacidad para mantener posiciones en el tiempo, su limitada «paciencia estratégica», la frivolidad con la que cambian de planes en medio del conflicto.

Es tiempo de un necesario diálogo estratégico entre las dos orillas del Atlántico para tratar de llegar a un acuerdo sobre intereses, amenazas y políticas. Aunque muchos norteamericanos parezcan ignorarlo, Estados Unidos nos necesita tanto como nosotros necesitamos a esta gran potencia. Hemos heredado un magnífico marco institucional, la Organización para el Tratado del Atlántico Norte, pero su marco político, la Alianza Atlántica, se desdibuja día a día. Sin una visión común la OTAN podría convertirse en un mero cascarón.

Frente a los retos de un nuevo tiempo disponemos de dos instrumentos extraordinarios, la Unión Europea y la Alianza Atlántica, pero ambos necesitan adaptarse porque, en su situación actual, podrían verse arrastrados por la deriva de los acontecimientos hacia la irrelevancia. El Congreso de los Estados Unidos nos ha concedido un tiempo que no deberíamos desaprovechar. La Comisión Europea se encuentra en período de descuento. Corresponde a los dirigentes de los grandes estados europeos asumir esa responsabilidad.

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