Cadáver llorado
He llorado también como una niña cuando mi padre se hallaba en la cárcel en Cuba y yo debía escribir poemas comunistas para evitar que me señalaran, y para que no creyeran que yo era como él, a tal punto que me lo creí, y hasta me creí también mis poemas, pese al llanto de mi madre, y de mis medios hermanos
El presidente «enamorado» es ya un cadáver político, haga lo que haga, vuelva o no vuelva (escribo esta columna el domingo) no levantará cabeza ni ganándose el Nobel de la Paz, y si se lo obsequian será para taparle las vergüenzas, como a Obama, aunque a Obama se lo dieron por ser negro. No voy a llorar por su finiquitada existencia. Lamentablemente no soy Almodóvar, que lloró como un niño.
Yo he llorado como una niña, que es muy diferente a llorar como un niño o como un «eso» (no pongo la palabra para evitar demandas), porque vengo de una época donde los niños no lloraban, se sintieran lo que se sintieran, la prueba es Reinaldo Arenas, de los más valientes, y los «eso» sólo lloran de dolor –según cuentan– después de castrarlos o fragmentarlos, lean el libro ‘Transmanía’ de Dora Moutot y Marguerite Stern, recién publicado en Francia y que goza ya de acoso y derribo (eso sí es acoso y derribo por aire, mar y tierra), censura, en una palabra, por parte de la prensa, y de la mismísima alcaldía de París, que ha quitado todas las pancartas de anuncios del libro; las autoras han perdido sus trabajos, como yo en múltiples ocasiones por defender a Cuba y por defender a España, y les están haciendo bola negra en todas partes, una de ellas es además influencer y las marcas la han baneado. Ahí sí que hay para llorar como una niña.
He llorado también como una niña cuando mi padre se hallaba en la cárcel en Cuba y yo debía escribir poemas comunistas para evitar que me señalaran, y para que no creyeran que yo era como él, a tal punto que me lo creí, y hasta me creí también mis poemas, pese al llanto de mi madre, y de mis medios hermanos, y de su madre, que también lloraban como niñas y niños.
He llorado como una niña cuando debí ir de forma obligada a trabajar de sol a sol en el campo para pagarle mis estudios al comunismo, porque en Cuba los estudios no son gratis, se pagan con trabajo forzado.
Lloré como una niña cuando un comandante de la revolución nicaragüense, Tomás Borge, acostumbrado como estaba a hacerlo con otras muchachas, me secuestró a pocos días de la muerte de mi esposo en un accidente de avión. He llorado como una niña cada vez que intento escribirlo bajo el signo de la literatura y no lo consigo porque es todavía muy difícil para mí describir el terror que sentí como mujer y no como escritora. Por cierto, al que facilitó que esto ocurriera le dieron el Premio Loewe de Poesía en España, Víctor Rodríguez Núñez, que era la mano derecha de Borges desde el castrismo en aquel entonces.
He llorado como una niña cuando vi que España iba cayendo en el error y el horror en que había caído Cuba, hacia el abismo y aplaudiendo, que es como se cae en el comunismo, el cáncer de la humanidad (https://www.youtube.com/watch?v=BwZVI_Ckeek).
Lloré como una niña cuando mis padres murieron en el exilio, sin poder regresar a su tierra, como murieron otros muchos cubanos y seguramente moriremos, olvidados e ignorados.
Lloré como una niña cuando asesinaron a Orlando Zapata Tamayo durante una huelga de hambre en una cárcel castrista, y cuando asesinaron a Laura Pollán, líder de las Damas de Blanco, en un hospital donde ingresó con una gripe, y cuando asesinaron a Oswaldo Payá y a Harold Cepero, en medio de una guardarraya en la isla. Lloré como una niña cuando Mariano Rajoy no quiso investigar el crimen, siendo Oswaldo Payá ciudadano español y amigo del PP.
He llorado innumerables veces como una niña, que se supone que sea peor que llorar como un niño (feministas oblige), pero para terminar ya con este artículo, voy a citar dos más… Lloré como una niña cuando en una película de Pedro Almodóvar, Kika, se banalizó una violación, de la que muchos se rieron, incluido, cuentan, que también su director. Lloré como una niña cuando de este mismo cineasta, admirado por mí, y al que le agradezco su posición frente al castrismo, y su hermano, productor, se escribió al parecer con pruebas que guardaban dinero en Islas Vírgenes, gestionando así una sociedad offshore. Sin necesidad, digo yo.
Que me perdone Dios, pero he llorado como una niña sobre todo cuando al salir de una iglesia en Cuba, con apenas siete años, me apedrearon y me apalearon, por ser católica. Que me perdone, sí, porque a Dios no le hubiera gustado que yo llorara como una niña.