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Enrique García-Máiquez

Más Óscar que Puente

Pedro Sánchez podría poner a cargos orgánicos del partido a meter bulla y quemar las varas verdes, mientras los ministros se dedicaran a gobernar para todos y con eficacia

Actualizada 09:18

Uno de los conceptos elementales de economía que todos tendríamos que manejar en nuestra vida cotidiana es el de coste de oportunidad. Esto es, calcular lo que perdemos cada vez que invertimos nuestro esfuerzo, nuestro dinero o nuestro tiempo en otra acción. Su mejor definición no la dio un economista sino un poeta. Fíjense qué claridad de concepto y qué hondura de melancolía lo expresa Miguel d’Ors: «¡A cuántas cosas dice ‘no’ cada ‘sí’ que pronunciamos!».

Dejemos la hondura en su poema y en nuestras vidas, y vayamos al ministro Puente. Su exabrupto contra Milei es, para empezar, una calumnia, porque qué sabe ese hombre. Luego, una torpeza diplomática: no tiende puentes. También un error político, porque ha expandido por toda Hispanoamérica la noticia de los modos de este Gobierno del Reino de España y sus problemas con la corrupción presunta de Begoña, que desde Argentina airean ahora con el verbo fácil y gozoso que les es característico. Todo eso serían los efectos colaterales, en terminología militar.

Pero centrémonos en el coste de oportunidad. Óscar Puente es el ministro de transportes y, como salta a la vista, hace más puénting que trabajo de oficina. Es más Óscar que Puente. Le va el espectáculo, aunque sea bochornoso. Y tiene a un equipo de su ministerio (pagado con dinero público) viendo qué se dice de él en las redes porque es lo que le interesa. ¿Tiene un equipo de personas en los trenes de España oyendo lo que dicen o suspiran o gimen los usuarios del servicio?

Otro pionero del coste de oportunidad, san Vicente Ferrer, decía, hemos de suponer que con un leve hilillo de voz: «El ruido no hace bien y el bien no hace ruido». Qué verdad, exclamaría uno, aunque se reprime de gritar; pero Óscar Puente hace ruido. Traducido al mundo del poder podríamos decir que la gestión no hace ruido y el ruido congestiona.

Yo entiendo la estrategia del PSOE de generar cortinas de humo –y más espesas tendrían que salirle– para tapar su debilidad como gobierno y las curiosas andanzas mercantiles de la mujer del presidente. No comparto la humareda, pero la entiendo. Ahora bien, Pedro Sánchez podría poner a cargos orgánicos del partido (y ojalá pagados con las cuotas de los afiliados) a meter bulla y quemar las varas verdes, mientras los ministros se dedicaran a gobernar para todos y con eficacia.

El problema del coste de oportunidad es que también nos salpica a nosotros. Hagan la cuenta de cuánto se está contando lo de Puente. Nos hace un puente para robarnos el coche de nuestra atención. Y aquí estoy yo el primero dedicándole un artículo a un bulo enfangador y torpe, en vez de hablar de cosas más profundas o, al menos, más amenas. En sus quince puntos de un programa conservador, Gregorio Luri nos insta a marcarnos un Decamerón en tiempos de peste (y éste, apesta). Quiere decir, que hay que concentrarse más en las pequeñas comunidades irónicamente estancas, donde los amigos se reúnan a contarse historias (memoria histórica en vena, digamos, y apacibles conversaciones trascendentes). Ayer nos reunimos unos amigos en la campiña de Jerez que, con las lluvias de abril y el sol de mayo, tenía unos colores fotogénicamente toscanos; y en vez de celebrar la belleza, la amistad y el puente de Madrid que nos había reunido, hablábamos de Puente. Bueno, sólo un poco, pero demasiado y eso no puede ser. El coste (de oportunidades) es desorbitante. Si no podemos bajarle el volumen, y no podemos, hagamos oídos sordos, que sí podemos.

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