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Pecados capitalesMayte Alcaraz

En la fachosfera no cabe un alfiler

Moncloa no para de arrojar a españoles y extranjeros al apartheid de la fachosfera, ese neologismo sanchista en el que habitan todos los que no comen en su mano

Actualizada 01:30

Yo cambiaría la palabra «zorra» de la lamentable canción que mañana nos representará en Eurovisión por «facha» para dejarla en algo parecido a esto: «Si no comulgo con Sánchez, soy facha. Si no soy quien quiere Bolaños, soy facha. La mujer gallega es facha. A la que no le va mal es facha. Lapídame, si ya total soy una facha de postal. Y aunque me esté comiendo el mundo. No se valora ni un segundo…» Así está mejor; responde a la intención del Gobierno, que nos quería solas, borrachas y zorras, pero no fachas.

Desde que los periodistas no afines, los jueces independientes y algunos jefes de Estado extranjeros han entrado en la fachosfera, al otro lado del muro ya no cabe un alfiler; y menos Ábalos, al que Sánchez echa de su vera, pero con el que coordina sus medidas trolas en el Senado. Moncloa no para de arrojar a españoles y extranjeros al apartheid de la fachosfera, ese neologismo sanchista en el que habitan todos los que no comen en su mano y, visto lo visto, cada vez son más los que prefieren ponerse en huelga de hambre que hocicar en el pesebre socialista. En contra del laboratorio propagandístico de Moncloa, la fachosfera se ha convertido en un lugar agradable que permite sobrevivir en estos tiempos de ruido y furia sin perder la brújula moral, un símbolo de la resistencia de un país contra la vesania de un régimen, contra la impostura de un presidente, contra la indecencia de una época.

Es un espacio para habitar con orgullo de pertenencia. Y lo más interesante e inspirador es que es un lugar mucho más heterogéneo de lo que diseñaron los apologistas oficiales, donde no hay derecho de admisión y cualquiera con sentido común puede ingresar sin llamar: más allá de la exigencia de que quien entre en ese club ha tenido que demostrar previamente que no traga con inmoralidades como la impunidad de un delincuente como Puigdemont, el blanqueamiento de un partido heredero de una banda terrorista, la vista gorda sobre los manejos de la consorte presidencial o la aniquilación de la separación de poderes.

En esa reserva viven todos aquellos que no quieren subsistir en la tiranosfera: desde la Fiscalía del Supremo al Parlamento Europeo; desde los toros a los empresarios que trabajan en Israel; desde los agricultores y ganaderos hasta los transportistas; desde los autónomos a los parados; desde la oposición a los pocos medios de comunicación que no forman parte del equipo de opinión sincronizada. Paradójicamente, todos, menos el facha mayor del Reino español y hoy también huésped de la República francesa: Carles Puigdemont.

Hay que colegir que la fachosfera va a representar a la mayoría de los españoles, casi todas las comunidades autónomas, y lo de Sánchez y sus mariachis va a terminar siendo un grupo de fulanitos, menganitos y zutanitos maquinando la destrucción de España en el búnker que ya solo defiende intereses personales, sueldos públicos y portales y medios de comunicación subvencionados. Su siguiente víctima, Salvador Illa. Porque si tiene que elegir a partir del domingo entre que él subsista en Moncloa o que su exministro de Sanidad sea presidente de la Generalitat, no hay duda de lo que hará para que Puchi no se enfade mucho.

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