Carta por libre a la Princesa Leonor
La inclusividad de la Corona ha de contar con todos. Los esfuerzos de apertura no han de incluir sólo, a los nacionalistas y a los republicanos –que abundan en el libro–, sino incluso a los monárquicos auténticos, los nuevos parias
Alteza, he leído el libro Cartas a una Reina (Zenda, 2024) en el que se han reunido las de varios escritores y políticos. Me ha dado penilla no haber sido convocado a esa selección nacional; pero, como sabéis de sobra, señora, la queja nos está vedada, y más, si cabe, cuando la cosa tiene tan fácil solución como escribiros por libre.
Por otra parte, hay que reconocer que mi ausencia en concreto no perjudica al libro, que tiene el mérito de haber reunido, entre otras, a algunas de las mejores plumas de España y de las más sensibles. Me representa muy bien José Carlos Llop –que cita, por cierto, con mucha gracia a un Auden absolutista– cuando os dice: «Todos habríamos querido pronunciar ante ti estas palabras —¡Qué guapa estás, Borbón!—». Mi primer atrevido consejo a Vuestra Alteza es que leáis el libro.
En cambio, sí echo en falta autores y políticos de mi sensibilidad, que podíamos definir como la conservadora-reaccionaria o tradicionalista. Naturalmente, no es defecto achacable a Vuestra Alteza, pero no está de más aprovechar la oportunidad para ofrecer mi segundo consejo. La inclusividad de la Corona ha de contar con todos. Los esfuerzos de apertura no han de incluir sólo, como viene siendo habitual, a los nacionalistas y a los republicanos –que abundan en el libro–, sino incluso a los monárquicos auténticos, los nuevos parias. Bien está en el libro Juan Carlos Monedero, pero ¿por qué no también Iván Espinosa de los Monteros? ¿Cabe Rufián pero no Ussía? ¿Entra Ana Pastor pero no Esperanza Ruiz Adsuar? Si se invita a Carmen Calvo, ¿por qué no a Carlos Flores Juderías? Su corte, señora, si de verdad inclusiva y representativa de la totalidad de la nación, tendría que abarcar incluso a los incondicionales de la institución y a los españoles a machamartillo, tan ninguneados a menudo o dados por supuestos.
Hay consejos estupendos, como los de Ana Iris Simón de recordar que a España al final la salva el pueblo, en el que incide Alberto Olmos, pero algunos otros los podríamos dar especialmente nosotros, los carcas ausentes. Yo hubiese subrayado mucho la importancia de los ritos, aunque he visto, con alivio, que eso ya lo sugiere Sergio Vila-Sanjuán, citando a Hilaire Belloc, que es –eso hay que reconocerlo– uno de los nuestros. Para el escritor inglés, «la magia de la realeza», radica en «una idea sacramental, la unión de lo visible con lo invisible edificada sobre el misterio». Amén. Cuando reinéis, encontraréis bastante margen de sacralidad que recuperar. Habéis de saber que eso no os alejará del pueblo, sino todo lo contrario. Agradecemos que nos den lo que es nuestro: una representatividad majestuosa de la que enorgullecernos.
Prestad oídos, si no sordos, sí con una cierta pérdida auditiva a los que quieren, con muy buena intención, uncir vuestra suerte a la de la Constitución Española del 78. Jesús García Calero es más fino y os recuerda con una atinada cita de autoridad que es al revés: «Gaspar Melchor de Jovellanos dijo que la monarquía es la constitución histórica de España». Las constituciones de papel vienen y van, pero España (y, con ella, la monarquía) permanecen. También lo pespunta Soto Ivars: «La única evidencia es que estás cosida a España, sea ese país lo que sea, seas tú quien seas. Cosida por una tradición que se pierde en la noche de los tiempos». Vuestra función, señora, es alumbrar en el presente para el tiempo futuro esa noche estrellada de los tiempos. Yo la resumiría en el poso como mínimo cultural de un catolicismo inherente a la corona española, en su indisoluble hispanidad y en el lustre de la historia. Son las dimensiones que cimentan vuestro trono. Otra cosa es una república coronada, que es una paradoja y un desperdicio de matices, resonancias, energías y oportunidades.
Escuchadnos a todos, también a los muertos y a los españoles que están por nacer. Lo de ejercer de moderadora constitucional, vale, está bien; pero, sobre todo, alteza, sabeos tanto heredera como hacedera, ya que en vuestra persona están inextricablemente unidos el pasado y el futuro. El plural mayestático de vuestro tratamiento es, como todos los ritos y las tradiciones, una belleza que custodia un mensaje: no estáis sola.