¡Qué Vergoña!
Tan honesta es Begoña que honestamente aceptó codirigir una cátedra a pesar de que no tenía ni carrera universitaria
Vergoña, digo Begoña, es una profesional honesta. Y responsable. Lo acaba de decir su marido en una comparecencia de esas que abochornarían a cualquier dirigente del occidente democrático. Tan honesta es Begoña que honestamente aceptó codirigir una cátedra a pesar de que no tenía ni carrera universitaria. Honestamente agradecida, ocupó un cargo para el que no tenía méritos e igual de honesta fue cuando abogó por carta para que las empresas que la patrocinaban y aquellas con las que mantenía relaciones mercantiles recibieran dinero público. Dinero honestamente gestionado por su marido.
Un marido honestamente responsable, que lucha para que los españoles no le restreguemos en el fango. Para dar ejemplo, insulta a jefes de Estado o Gobierno elegidos democráticamente –Milei, Meloni, Bolsonaro, Trump, Netanyahu–, llama fascista al líder de la oposición que le ganó en las urnas –sí, ganó el PP, a pesar de que desde su honestidad volvió a mentir en la tribuna del Congreso– y honestamente nos reconviene para que no participemos en la máquina del fango. Ese artefacto, cuya invocación ha robado a Pablo Iglesias, está trabajando a destajo. Sus operarios tendrán que pedir un aumento de sueldo a Yolanda Díaz, si es que le dejan tiempo libre los aspavientos con los que se rompía las manos aplaudiendo al mismo presidente al que ha dejado colgado de la brocha con la ley de los proxenetas. Ahora ya hay más gente triturada en la maquinaria ultra que fuera. Pedro los acaba de enumerar: él, Begoña, sus ministros, los empresarios que le hacen la pelota, los nacionalistas, sus familias, los periodistas que mantienen sus medios gracias a la publicidad institucional… Escuchándole uno se imagina a millones de españoles, encabezados por Feijóo, Ayuso y Abascal, gripando la máquina del lodo para acabar con unos pobres progresistas que solo quieren subirnos el salario mínimo.
El marido de la honesta Begoña ha pedido «juego limpio» y «sin insultos» para a continuación lanzarse contra todos los que no le votan ni en las urnas ni en el Parlamento. A todos los llamó honestamente «coalición reaccionaria» y al PP le dijo que está sumido en el tráfico de influencias con sobres llenos de dinero. Eso sí, dicho todo con cariño honesto y sin ánimo de enlodar nada. El santo y seña de la honestidad consiguió su objetivo: que de su esposa solo hablara el PP y Vox, mientras su coro de cheerleaders, incluida la proetarra Aizpurúa que se atrevió a llamar ¡genocida a Israel!, le daban pellizquitos de monja sobre Gaza, su pájara de cinco días y su posición ante Netanyahu. Guardó la fecha del 28 de mayo para el reconocimiento de Palestina, al alimón con Noruega e Irlanda, para sepultar cualquier otro titular, en esa prensa tan libre que se mueve sincronizadamente al toque de corneta monclovita. Sin otro consenso que el de Sumar, los proetarras y los golpistas catalanes. Pero de la honesta profesional ni palabra.