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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Los jueces, muy bien; los periodistas, mal

Los magistrados defienden la ley con coraje frente a las presiones de Sánchez, pero la mayoría de los comunicadores callan ante las amenazas a su libertad

Actualizada 01:30

Entre los artículos periodísticos más plomizos que quepa imaginar están los que versan sobre la necesidad de reformar el Senado, o los que se ocupan de las cuitas de la prensa.

Los periodistas tenemos el pavo bastante subido y nos pasamos la vida hablando de nosotros. Pero el público bosteza cuando nos lanzamos a disertar sobre nuestro oficio. Aún así, pido venia para hablar de periodismo, porque las amenazas de la extrema izquierda que nos gobierna a la libertad de expresión obligan.

La libertad de prensa es como el bajista en un grupo de rock. Nadie se fija mucho en él. Pero si de repente parase de tocar, el invento se hundiría, todo sonaría a lata. Es como el aceite de los coches, parece accesorio, pero si falta, el motor revienta.

Sin prensa libre ejerciendo de conciencia crítica del poder –de todo poder– ya no existe un sistema de derechos y libertades, no hay democracia. Si no se puede criticar al que manda sin temor a la censura y las represalias, si tenemos que adoptar la autocensura, entonces hemos arribado a un modelo autoritario. Además, sin periodismo veraz el público no puede tomar sus decisiones electorales con conocimiento. Tendríamos un universo borreguil, presa fácil de demagogos.

Desde la llegada al poder por la puerta de atrás del actual presidente, en junio de 2018, en España se ha vuelto más difícil ejercer el periodismo crítico y libre; el único que merece ser llamado tal, pues el resto son «relaciones públicas», como reza una cita mal atribuida al gran Orwell.

La televisión pública se ha convertido en un apéndice del régimen gobernante, con seudo informadores forofos del PSOE, tipo Fortes e Intxaurrondo, que ignoran su deber de observar una mínima neutralidad. El actual presidente solo concede entrevistas a medios de su cuerda, algo inédito e inaudito. En las ruedas de prensa de Sánchez y de los consejos de ministros se da la palabra casi en exclusiva a periodistas afines. El presidente de la agencia estatal Efe es el mismísimo ex secretario de Comunicación de Sánchez. El modelo televisivo no es plural, pues existe un cuasi monopolio de canales que jalean a la izquierda gobernante. Por último, contamos con unas insólitas televisiones autonómicas, que operan como botafumeiros del mandatario regional de turno, por eso es tan difícil que un presidente autonómico pierda.

A tan viciado panorama se han unido dos lacerantes novedades. La primera es que miembros del Gobierno ahora colocan en la diana e insultan a periodistas discrepantes, algo que creíamos reservado a latitudes caribeñas. La segunda es que Sánchez y los partidos que lo apoyan quieren legislar para amedrentar y silenciar a los medios críticos.

Los casos de corrupción de la familia Sánchez, de su mujer y su hermano, que han dado la vuelta la mundo, se han conocido gracias a periódicos –entre ellos, El Debate– que se han atrevido a investigar y contar la verdad frente a la hostilidad militante del Gobierno. Sánchez, persona de talante colérico en privado, ha reaccionado con un brote de ira y anuncia que legislará contra esos medios. Además los insulta, con términos despectivos y acusándolos de manera genérica de publicar «bulos», una ofensa gratuita a muchos periodistas y editores dedicados y honestos.

Esta semana, el proyecto de autócrata –o quizá ya autócrata entero– ha concretado su amenaza. En sede parlamentaria ha anunciado leyes para someter a los jueces y a los medios que ejercen la crítica. Con el gusto por el eufemismo propio de la izquierda represiva, la misma que bautizó como República «Democrática» Alemana a una dictadura atroz, ha llamado «medidas de calidad democrática» al plan contra jueces y periodistas.

¿Y cuál han sido la reacción de los dos gremios perseguidos? La respuesta de los jueces ha resultado ejemplar, una lección de dignidad. Pero siento decir que la de mi oficio ronda lo lamentable. Las asociaciones de periodistas no han dado réplica a un gobernante que amenaza a las claras con constreñir su oficio. Y no lo hacen porque en la práctica están dominadas por la izquierda; incluso cuando no es así, pues los informadores que tienen otras ideas prefieren callarse, no vaya a ser que te veas señalado por la atosigante y mendaz superioridad moral del mal llamado «progresismo».

Una máxima establece que «perro no come perro», que no debes hablar mal de tu gremio. Procedo a fumármela: el periodismo español está hecho un asco, porque se ha llegado al extremo de que los apriorismos ideológicos, las convicciones sectarias de cada uno, se anteponen muchísimas veces a la verdad. Eso explica giros tan vergonzosos como el de todas las veletas del tertulianismo que de un día a otro pasaron de decir «amnistía no, por supuesto» a «amnistía sí, por supuesto», por la única razón de que Mi Persona tocó la corneta y les cambió el paso. Es decir: peleles del poder, sin moral ni criterio propio. ¿Cómo van a defender la libertad de prensa?

Los periodistas no somos héroes. El oficio está mal pagado y no abundan empresas sanas y sólidas que ofrezcan una red que permita trabajar con libertad y en nombre de principios firmes y honorables. Además, los periodistas ni siquiera somos lo más relevante. La clave radica en la propiedad. Solo con buenos editores y con cierta solvencia económica pueden proliferar periodistas libres haciendo un trabajo de calidad. En el mercado español perviven hoy varios modelos que no ayudan: francotiradores de redes sociales a los que el principio de realidad se la chufla; piratillas que montan chiringuitos informativos, a veces directamente dando palos aquí y allá; y algunos medios grandes de deuda ingobernable, tomados por operadores extranjeros a los que los intereses de España les resbalan y que solo tratan de hacer negocios utilizando esas inversiones mediáticas como palanca (eso explica el singular sanchismos a toda costa de algunos propietarios capitalistas de riñón bien pertrechado).

Sin el soporte de un medio honesto y sólido, el periodista está vendido. Si se planta en nombre de la verdad y los principios morales, le espera la calle, donde no existe demasiado empleo. Así que pocos se atreven a escuchar a su conciencia y decir en alto que el Rey está desnudo (lo hizo, por ejemplo, Savater, con la consiguiente carta de despido). Mejor dejarse llevar, comulgar con ruedas de molino… callar como tumbas cuando Sánchez anuncia sus leyes de censura.

Los jueces han estado muy bien. Los periodistas… En fin, confiamos todavía en un rapto de dignidad.

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