Por favor, dejen en paz al Rey
Felipe VI supone un dique en defensa del orden constitucional y la unidad de España y es un error criticarlo desde ámbitos de la derecha
A comienzos de julio de 2020 llegó una doble cita electoral, en Galicia y en el País Vasco. Sánchez necesitaba dar buenas noticias para espolear al PSOE en las urnas. Así que el 4 de julio se tiró de la moto. Mintiendo una vez más a los españoles anunció a bombo y platillo, con máxima euforia, que se había «derrotado al virus» y animó a «disfrutar de la nueva normalidad».
Se columpió dramáticamente. La Covid continuó matando a españoles por miles en varias dramáticas oleadas más (con el Gobierno manipulando los datos oficiales para salvar la cara y salir más guapo en la foto, pues todavía hoy desconocemos la cifra real de muertos durante la pandemia).
Para camuflar su resbalón con el virus, Sánchez necesitaba una tupida cortina de humo. Se llamó Juan Carlos I. A través de las televisiones progubernamentales, que son casi todas, y de los medios afines a La Moncloa, el presidente lanzó a lo largo del mes de julio una durísima campaña contra el Rey Juan Carlos, presionando para que se marchase de España. Lo consiguió. Insólitamente, el 4 de agosto de 2020, el viejo Rey inició sin estar condenado por delito alguno lo que de hecho es una pena de destierro, en la que todavía en cierto modo continúa. Lógicamente, la expulsión del Rey de su país poniéndole etiqueta de corrupto con toda la trompetería al alcance del Gobierno no es algo que ayude al prestigio de la Corona.
Sánchez puede resultar por tanto un enemigo temible para la monarquía, que tendría muy difícil perdurar si el PSOE se sitúa manifiestamente en contra de ella (como ya hacen sus Juventudes y varios ministros de la coalición de Gobierno). El próximo día 19 se cumplen diez años de la proclamación de Felipe VI, que es consciente de esa situación y sabe que solo hay un modo de protegerse: observar de la manera más pulcra y estricta posible el deber de neutralidad política al que le obliga la Constitución.
El Rey hace lo que puede y debe. En todos sus discursos defiende con las palabras más claras el orden constitucional, la unidad de España y las libertades. No pierde ocasión de recalcarlo; y el que quiera entender, que entienda... Pero no puede ir más allá y demandárselo supone dos cosas: 1.– No saber qué es una monarquía parlamentaria y cómo opera. 2.– Un trato injusto a su figura.
El problema con que se ha topado Felipe VI es el mismo que tenemos todos los españoles que estamos preocupados por nuestros derechos y libertades. Y es que los padres constituyentes nunca imaginaron que podría existir un presidente de la catadura moral –o más bien amoral– de Sánchez.
Los que meditaron, escribieron y rubricaron la Constitución del 78 jamás pensaron que llegaría a aparecer un presidente capaz de pactar la gobernación de España con los autores de un golpe separatista contra la propia nación española. Los padres constituyentes no supieron prever que un presidente podría atreverse a convertir las instituciones estatales de todos en puros instrumentos partidistas. Pero sobre todo, jamás imaginaron el más grave de los problemas que tiene hoy la democracia española: el TC se ha convertido en un apéndice al servicio de un mandatario de talante autocrático, que está reescribiendo la Carta Magna de tapadillo, pues está pasando a ser constitucional todo aquello que Sánchez quiere que lo sea.
Resulta pasmosa en este sentido la calma chicha de la oposición ante el hecho de que el TC de Pumpido se esté ya preparando para hacer de nuevo de tribunal de casación del Supremo tumbando la sentencia condenatoria de Magdalena Álvarez por el inmenso fraude de los ERE. Sánchez elogió a la exministra zapaterista en su gran mitin de «¡Viva la corrupción!» con Begoña a su vera, y ahora Pumpido ya obra en consecuencia: perdón para Magdalena y que le den al Supremo. España convertida, por tanto, en una suerte de república bananera, donde el gobernante borra la corrupción de los suyos a través de un tribunal que tiene sometido a sus designios.
Este es el endiablado contexto en el que estamos, de muy mal arreglo. Pero si existe un punto de amarre y esperanza para evitar una catástrofe política final ese es el Rey. Lo saben perfectamente los separatistas y la extrema izquierda, de ahí su inquina permanente contra él. Por eso semeja un grave error que desde ciertos ámbitos de derecha digital-populista (a veces directamente populachera) emerjan voces destempladas que comienzan a zumbarle al Rey por haber firmado la repugnante Ley de Amnistía. ¿Es doloroso que lo haya tenido que hacer? Sí. ¿Contradice su propio discurso de 2017, el mejor de su reinado? Sí. Pero el orden constitucional, nuestras leyes, no le permitían hacer otra cosa.
Así que, por favor, dejen en paz a Felipe VI, que con todos los humanos errores en que pueda incurrir encarna a fin de cuentas el último dique en estos tiempos de fuerte galerna antidemocrática y antiespañola. No seamos miopes: los peores enemigos de España van a por él ¿Vamos a secundarlos en su campaña contra la Corona, o van a imperar la moderación y la cordura, aunque ya no se estilen?