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01 de julio de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

¿Le da vergüenza al PP ser de derechas?

Al sumarse con entusiasmo a los fastos del Orgullo Gay, Génova está comprando el esquema mental de la izquierda y su ingeniería social

Actualizada 13:08

Oh sorpresa: la socialdemocracia no inventó la protección del Estado. En 1889, Alemania se convirtió en el primer país en crear un sistema de pensiones. Gobernaba un tal Otto von Bismarck, apodado el Canciller de Hierro, que me temo no era muy de izquierdas, sino exactamente lo contrario.

En 1908, se aprueba en el Reino Unido la Coal Miners Eight Hours Act, que fija la jornada laboral en las minas en un máximo de ocho horas. Su impulsor es un joven ministro de corazón conservador, enrolado entonces en el Partido Liberal que gobernaba. Al año siguiente, ese impetuoso ministro impulsa el primer modelo de subsidio de paro. Probablemente ustedes conocen a aquel intrépido reformista: se llamaba Winston Churchill, futuro gran primer ministro tory.

Sin embargo, es cierto que tras la Segunda Guerra Mundial la izquierda es quien extiende en Europa la malla de lo que hoy llamamos el «Estado de bienestar». La creación de esa suerte de red de seguridad se convirtió en su gran aportación política. Pero acabó surgiéndole un problema: a la derecha le gustó el invento y lo incorporó a su propia oferta programática. La izquierda se encontró metida en un brete: si la derecha se ha apropiado de mi idea estrella, y si además resulta que gestionan la economía mejor que yo, ¿qué puedo vender al público para seguir resultando atractivo en las urnas?

La respuesta de la izquierda consistió en trasladar su discurso desde el bolsillo a los corazones y la entrepierna, inventando y promocionando lo que dieron en llamar «nuevos derechos». Además cambiaron su nombre, pasando de socialismo a «progresismo», que sonaba más guay y sin las connotaciones negativas que arrastraba –por méritos propios– la ideología socialista.

La bandera estelar de la «izquierda progresista» pasó a estar conformada por un cóctel en el que se revuelven los siguientes ingredientes:

-Negación de la dimensión trascendente del ser humano y promoción de un gran YO egotista.

-Primacía absoluta del Estado, al que el ciudadano alquila parcelas de su libertad para que el Gran Leviatán providencial lo pastoree en cada acto de su vida (pública, económica y privada).

-Un feminismo híper politizado y victimista.

-Promoción de la subcultura de la muerte (aborto y eutanasia) como «derechos».

-Corrección política, que acaba degenerando en formas de autocensura.

-Alarmismo climático, hasta el extremo de convertirlo en una seudo religión pagana.

-Promoción de una igualación a la baja y de la aversión a «los ricos» (categoría en la que incluyen a la clase media próspera).

-«Superación» de la familia tradicional abriéndose a «nuevos modelos».

-Fomento de la homosexualidad y la transexualidad, presentando como víctimas a las personas con esas opciones sexuales y llegando en las formulaciones más extremas a negar el hecho bilógico del hombre y la mujer.

Todo ese conglomerado, el programa de la izquierda actual, conforma lo que algunos denominan el «wokismo». Por eso el líder de la oposición demuestra que no se ha enterado –o que comparte la ideología social de la izquierda– cuando sale a celebrar el «Orgullo», los festejos homosexuales anuales, con unos términos que no difieren de los que emplearía cualquier ministro del PSOE o de Sumar (amén del manifiesto que ha emitido su partido al respecto). Una cosa es respetar la opción sexual de cada cual, algo en lo que todos estamos de acuerdo, y otra distinta es el llamado Orgullo, una evidente bandera política de la izquierda, a la que el PP se suma presto mostrando su complejo de inferioridad ante el mal llamado «progresismo».

Este debate es muy interesante, pues conduce a una pregunta clave: ¿Quiere el PP ser todavía un partido de centro-derecha, o más bien se avergüenza de ser de derechas y va camino de convertirse en algo similar a lo que era Ciudadanos?

Si el actual PP no acaba de ser realmente un partido liberal en economía, y si en lo que hace a los temas morales se instala en los parámetros de la izquierda, ¿cuál es su diferencia con el PSOE de Sánchez? ¿Estriba tan solo en cumplir la Constitución, respetar las reglas y ceder menos ante los separatistas? ¿En todo lo demás comparte el modelo que nos ha traído la ingeniería social del PSOE?

Si renuncia a la batalla ideológica para acomodarse en el marco de lo que podríamos llamar «el consenso progresista», Feijóo garantizará la existencia y el crecimiento de Vox. Vayan despertando en Génova: 99% de los votantes del PP lo apoyan porque quieren unas ideas moderadas de centro-derecha o derecha, no de centro-izquierda.

Ayuso y Almeida, por ejemplo, lo han entendido y marcan distancias ideológicas con el socialismo. Antes de que lleguen las elecciones, al PP le vendría bien organizar un gran congreso ideológico para decirnos claramente qué quiere ser, porque a día de hoy no está del todo claro. En sus estatutos sigue figurando el humanismo cristiano como una de sus divisas. Pero algo no encaja cuando en la práctica se entrega al ensalzamiento de los fastos gais, como hace Sánchez, que incluso ha colgado una inmensa banderola arcoíris en una torre de la Moncloa, para dar así fe de que es un gran estandarte de la izquierda.

España necesita una derecha moderada, constructiva, argumentativa y alejada de los aspavientos populistas. Pero eso no puede confundirse con una suerte de PSOE light.

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